• Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor

Una de las figuras más emblemáticas de la praxis historiográfica cristiana fue Eusebio de Cesárea (260-340 d. C.). De origen palestino, es considerado por muchos comentaristas como el “Padre de la Historia de la Iglesia”. El valor simbólico del título lo ubica en una posición análoga a la de Heródoto de Halicarnaso con respecto a la  historiografía pre-cristiana. En todo caso, la obra de Eusebio sintetiza numerosas tradiciones previas y, a la larga, fue considerada un modelo,  un canon o marco de referencia para los historiadores que le sucedieron. Leído desde el presente, el investigador reconoce que se encuentra ante el trabajo de un gran investigador y organizador de información que además demuestra una gran capacidad como redactor y narrador.

Eusebio de Cesárea

Su Crónica, escrita en lengua griega como era la costumbre de los primeros cristianos, ratifica el hecho de que aquellos teóricos “cristianos primitivos” pensaban como helenos. El historiador Werner Jaeger (1888-1961), llegó a aseverar en un conocido libro sobre el “cristianismo primitivo” y su relación con la paideia griega, que aquellos pensadores veían al cristianismo como la “filosofía absoluta” que subsumía y superaba el saber pagano. La Crónica fue un intento de historia universal que asoció de un modo radical el concepto de la  universalidad a la ideología cristiana. En cierto modo, Eusebio resemantiza la visión de Polibio y Tito Livio, quienes asociaban la universalidad al poder profano de Roma.

La idea de la unicidad de la Civilización Occidental, solo podía madurar tras la inserción de la tradición helenolatina (pagana), en el cristianismo mediante la dosificación o domesticación de los procedimientos argumentativos e interpretativos de la Antigüedad Pre-Cristiana. En ese sentido, no resulta muy aventurado decir que la idea de una historia universal es esencialmente religiosa o cristiano-católica.

En la Historia eclesiástica consiguió diseñar una imagen de unidad a los acontecimientos acaecidos desde los Hechos de los apóstoles (50 d. C.) hasta la Conversión de Constantino (323 d. C.). Se trata del periodo más difícil del cristianismo, enfrentado como estaba a una poderosa religión cívica con argumentos extraños para la paganía y los gentiles tales como la idea de una  revelación y el finalismo. La cronotopía o espacio tiempo del texto le permite discutir los temas centrales de la institucionalización de la fe cristiano-católica. De ese modo, la sucesión de los Obispos en los Sínodos principales, la historia de los Doctores de la Iglesia, el tema de las herejías o separaciones, el contencioso con los judíos, las relaciones de los cristianos con los paganos y el martirologio de los cristianos en el mundo por convertir, son asuntos que, al ser tratados historiográficamente, se transforman en lecciones morales que estimulan la persistencia de la nueva fe. En general la Historia eclesiástica es considerada una obra exacta, es decir, es producto de una buena investigación crítica de la documentación disponible.

La narración consolida una serie de fechas monumentales del cristianismo: la de la legalización de la fe, la de la conversión de Constantino, entre otras. Pero a la vez sienta las bases de una versión canónica o sagrada sobre el papel del cristianismo en el mundo que todavía persiste. Una de ellas es que el texto anima al lector a que identifique a la cristiandad con occidente, justificando de paso los prejuicios anti-orientales. La percepción de que occidente es la síntesis más acabada de la herencia oriental -hebrea y cristiana-; y la heleno-latina, conduce a la preconcepción de que occidente es el predio privilegiado del dios verdadero y, por lo tanto, una civilización electa y superior. El impacto cultural, político y económico de ello por 17 siglos me parece evidente. El hecho de que esté cimentado en una conjetura, también.

En esta colección es que Eusebio postuló el interesante episodio de la correspondencia de Abgaro, rey de Edesa, y Jesús. La narración se elabora sobre la base del testimonio del cristiano Tadeo. Tadeo no fue un discípulo directo de Jesús, como tampoco lo fue Saulo o Pablo de Tarso, sino uno de los  los 70 discípulos o de los “Matías”. Se trata de los discípulos que entraron a la fe después de la traición de Judas y su legendario suicidio. El hecho de que sean 70, demuestra el carácter judaizante del cristianismo primitivo. En el texto, Eusebio inventa un Jesús especial más cercano a la tradición de Simón el Mago o a la alquimia que a la imagen que la modernidad tiene de él. Se trata del Christus Medicus o sanador mágico tan popular por aquel entonces. Abgaro gobernaba los “pueblos de más allá del Éufrates” precisamente. El texto alega que “su cuerpo se iba destruyendo por una enfermedad terrible e incurable” y que Tomás, uno de los doce apóstoles, envió a Tadeo como mensajero suyo a Edesa. Aunque aquella correspondencia fue delatada luego como apócrifa, su relevancia es otra.

La narración cumplía, desde mi punto de vista, dos funciones. Primero, elaboraba la imagen del Jesús de la “tradición milagrosa”. Segundo, afirmaba la relación de Jesús con figuras políticas de su época y, con ello, su historicidad. Hay que recordar que la “tradición milagrosa” fue crucial para la afirmación de cristianismo hasta el presente. Se trata de un acto de propaganda que confirma el carácter sobrenatural de la fe. La “tradición milagrosa” reverdeció con el desarrollo del “Culto Mariano” en los siglos 11 y 12. El “Culto Mariano” nació de la contemplación mística de la Virgen en el seno de la tradición monástica.

Pero una vez los monjes mendicantes, quienes estaban en contacto directo con la gente mediante los “votos de pobreza” y la renuncia a los bienes materiales, la apropian, se convirtió en un vehículo popularizador de la fe desde el siglo 13. María se convirtió, como sugiere Jacques LeGoff (1924-), en una “cuarta persona” de la Trinidad y la “mariolatría” se impuso en el imaginario popular. Su condición de “mujer”,  “milagrosa” e “intercesora” la favoreció. Hay que aclarar que la resistencia de la Iglesia Católica a ese proceso de feminización y humanización persistió hasta el siglo 19. El “Culto Mariano” sirvió para vincular a la gente común -mujeres y niños- a la fe, pero su subordinación a las figuras masculinas persiste hoy.

En los  Cánones cronológicos Eusebio ejecuta una cronología comparada muy útil para historizar el cristianismo. En la misma, elabora los puntos de contacto entre las civilizaciones mesopotámica, egipcia, grecorromana,  judía y las inserta en la  cronotopía cristiana. El objetivo era resaltar las sincronías o puntos de contacto entre las diversas civilizaciones. Con ello inicia el estudio de las religiones comparadas y confirma que Jesús es el eje ordenador de la historia universal y, a la vez, un punto de giro de la misma. La consecuencia es que el fiel acaba por concluir que el pasado conduce a Jesús, y que  Jesús conduce al futuro. Jesús es un nudo que todo lo tuerce. Lo interesante es como un hecho aislado y localizado, fue convertido en un hecho monumental y universal.