• Henri Irenée Marrou
  • Historiador

¿Qué es, pues, la historia? Yo propondría esta respuesta: la historia es el conocimiento del pasado humano. La utilidad práctica de tal definición es la de resumir en una breve fórmula el aporte de las discusiones y glosas que habrá provocado. Comentémosla:

Diremos conocimiento y no, como algunos otros, «narración del pasado humano» ni tampoco «obra literaria que pretende referirlo»; sin duda, el trabajo del historiador ha de concluir normalmente tomando la forma de una obra escrita (y este problema lo examinaremos para terminar), pero ésta es una exigencia de carácter práctico (la misión social del historiador…): de hecho, la historia existe ya, perfectamente elaborada en el pensamiento del historiador, aun antes incluso de que la haya escrito; por muchas que puedan ser las interferencias entre ambos tipos de actividad, son lógicamente distintos.

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Henri Irenée-Marrou (1904-1977)

Diremos conocimiento y no, como otros, «investigación» o «estudio» (aunque el sentido de «búsqueda», «encuesta», sea el primero de la palabra griega στορία), porque esto es confundir el fin con los medios; lo que importa es el resultado conseguido mediante la investigación: si no hubiese de alcanzarse con ella, no la emprenderíamos; la historia se define por la verdad que se muestra capaz de elaborar. Diciendo, pues, conocimiento, entendemos por tal el conocimiento válido, verdadero; la historia se opone, así, a lo que podría haber sido, a toda presentación falsa o falsificada, irreal, del pasado, a la utopía, a la historia imaginaria (del tipo de la que ha escrito W. Pater), a la novela histórica, al mito, a las tradiciones populares o a las leyendas pedagógicas —ese pasado en aleluyas que el orgullo de los grandes Estados modernos inculca, desde la escuela primaria, en las almas inocentes de sus futuros ciudadanos.

Sin duda, esta verdad del conocimiento histórico es en sí un ideal que, cuanto más avanzamos en nuestro análisis, menos fácil de alcanzar nos irá pareciendo: la historia debe ser siquiera el resultado del esfuerzo más riguroso y más sistemático por acercarse a él. Por eso quizá fuese útil precisar describiéndola como «conocimiento científicamente elaborado del pretérito», si la noción de ciencia no fuese ya ella misma ambigua: el platónico se admirará de que anexionemos a la «ciencia» este tipo de conocimiento tan poco racional, que manifiesta todo él el dominio de la δóξα; el aristotélico para quien no hay «ciencia» si no es la de lo general, quedará desorientado al ver que se describe la historia (y no sin alguna exageración lo verá) como los trazos de una «ciencia de lo concreto» (Dardel) o «de lo singular» (Rickert). Precisamente, pues (es inevitable hablar griego para entenderse aquí) si se llama ciencia a la historia no es en el sentido de επίοτημη sino más bien en el de τεχνη, es decir, por oposición al conocimiento vulgar de la experiencia cotidiana: es un conocimiento elaborado en función de un método sistemático y riguroso, el conocimiento que se ha revelado como representante del factor óptimo de verdad.

Conocimiento del pasado, aun cuando se trate de historia enteramente contemporánea (pensemos en el agente de la circulación que redacta —acto histórico elemental— el atestado del accidente que acaba de producirse hace unos segundos ante sus ojos); conocimiento del pasado humano: sin prejuzgar nada de lo que haya podido suceder, resistiéndonos en especial a las exigencias preliminares que desearía imponernos el filósofo de la historia, nuestro peor enemigo (como lógicos y filósofos de las ciencias que somos); él sabe, o pretende saber, lo que constituye la esencia del pasado; nosotros rehusamos aquí el saberlo y aceptamos en su complejidad todo cuanto ha pertenecido al pasado del hombre, todo lo que de ese pasado podemos nosotros llegar a aprender.

Así, decimos pasado humano, rechazando cualquier adición o especificación como sospechosa de segundas intenciones. ¿Por qué añadir, por ejemplo, pasado «de los hombres que viven en sociedad»? Esto es o inútil, puesto que sabemos desde Aristóteles que el hombre es el animal que vive en sociedad organizada (el historiador del eremitismo descubre con asombro que la huida al desierto no separa al hombre de la sociedad: ante Dios, el contemplativo asume a toda la humanidad), o tendencioso: yo no puedo admitir que se pretenda excluir de la historia los aspectos más personales de la recuperación del pasado… que son quizá su conquista más preciosa.

Igualmente, ¿por qué precisar diciendo «de los hechos humanos del pasado»? Inútil si por «hechos» quiere significarse simplemente la realidad, lo opuesto a lo fantástico e imaginario: inmensamente sospechoso si por ese camino se trata de insinuar la exclusión de las ideas, los valores y el espíritu; por lo demás, nada nos parece tan poco claro como la noción de «hecho» en materia de historia.

El único elemento de nuestra definición que acaso sigue siendo ambiguo es el de pasado humano. Entenderemos por tal el comportamiento susceptible de comprensión directa, de captación interior, acciones, pensamientos, sentimientos y también todas las obras del hombre, las creaciones materiales o espirituales de sus sociedades y de sus civilizaciones, efectos a través de los cuales podemos llegar hasta su realizador… En una palabra: el pasado del hombre en cuanto hombre, del hombre hecho ya tal, por oposición al pasado biológico, al del devenir de la especie humana, objeto éste no de la historia, sino de la paleontología humana, rama de la biología.

Tomado del libro El conocimiento histórico. Barcelona: Labor, 1968. Edición original en francés de 1954.

Comentario

 

Henri Irenée Marrou (1904-1977) fue un historiador católico especializado en la historia francesa durante la antigüedad tardía y un estudioso del cristianismo primitivo, de Agustín de Hipona y su teología de la historia, y de la filosofia de la historia en general. El fragmento incluido elabora una definición concisa y breve de concepto historia como el “conocimiento del pasado humano”. Para Marrou identificar la historia con la “narración” o con la “obra literaria” que la sintetiza y la representa resulta no es sino una posición equivocada. La historia no es la “investigación” o el “estudio” en el cual se involucra el especialista, sino el resultado neto de esos procesos en la forma de un discurso oral o escrito disponible para el consumo de los receptores.

Lo que el autor propone es que la Historia Hecho y la Historia Relato son cosas distintas tal y como el lenguaje de la filosofía y la teoría de la historia premoderna y moderna afirmaron consistentemente. No solo eso, reconoce cierta autonomía a la Historia Hecho en la medida en que afirma que ésta “existe ya, perfectamente elaborada en el pensamiento del historiador”. Entre historia e historiador existe una relación dialéctica en la que el segundo actúa como traductor de la primera: la historia es un fluir que existe independientemente de que se le piense. El pacto que sella la relación entre la historia y el historiador es la consecución de una “verdad”, de un “conocimiento válido, verdadero”. La historia, en consecuencia, no es una metáfora o una representación o un discurso tentativo, sino un relato verdadero tal y como se imaginó lo mismo desde la teología como desde la filosofía y a través de la Ilustración y la Modernidad.

El tono de su defensa de la historia como un discurso verdadero, posée enormes reminiscencias de Voltaire y su clásica definición de la historia en la Enciclopedia. No deja Marrou de ser escéptico en términos de lo que significa la “verdad” en historia. Se resiste a identificarlo como un conocimiento científicamente elaborado dada la ambigüedad del concepto ciencia, asunto en el cual no difieres de otros comentaristas tales como Johan Huizinga y Marc Bloch. Recuerda que también la idea de ciencia es histórica en la medida en que pasa revista de las diferencias entre Platón y Aristóteles con respecto al concepto. Las posibilidades de la verdad en historia dependen, de acuerdo con el autor, de las exigencias de un “método sistemático y riguroso” que las valide. La confiabilidad que genera la historia posee, por lo tanto, una naturaleza distinta a la que se esperaría de las ciencias naturales. La polisemia del concepto ciencia está clara.

Marrou está lejos de la celebración de la ”incertidumbre” que dominó el saber histórico después de la década de 1970 en el capo de la historiografía. Nada más distante de las posturas que se impusieron en medio del debate posmoderno al amparo del Giro Lingüístico y del Giro Narrativo. Marrou apropia el concepto desde una perspectiva moderna madura y densa que no ha renunciado a la herencia cristiana en favor de un secularismo radical. Su definición representa un contrapunto interesante que vale la pena revisar para comprender la heterogeneidad de las miradas de la historia en el marco del cambiante siglo 20.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador