- Friedrich Nietzsche (1844-1900)
1. (…) El hecho de que la vida necesita de la Historia debe ser comprendido tanto como la afirmación que ha de evidenciarse más adelante y que estipula que un exceso del estudio de la Historia perjudica a la vida. La historiografía está ligada a la vida en tres sentidos: como aquello que es activo y pujante, como aquello que conserva y venera y como aquello que sufre y busca liberación. Á esta triple relación le corresponden tres concepciones de la Historia: una monumental, una anticuaria y una crítica.
2. La Historia pertenece, ante todo, al hombre de acción, al poderoso, al que desata una gran lucha y necesita modelos, maestros y confortadores que no halla en su entorno ni en su época. (…) Polibio, por ejemplo, fijándose en los seres activos, define el estudio de la historia política como la correcta preparación para el gobierno de un Estado y como la mejor maestra que, al recordarnos las desgracias de los demás, nos amonesta a soportar con tenacidad los vaivenes del destino. Quien haya aprendido a reconocer en esto el sentido de la Historia, sufre al ver cómo los curiosos viajeros y meticulosos micrólogos trepan las pirámides de las grandes épocas transcurridas. Donde descubre incentivos de imitación y mejoramiento, no desea encontrarse con el ocioso que, sediento de distracción o de sensaciones, deambula en estos lugares como entre los tesoros acumulados en una galería de arte.
3. En pos de no desanimarse y no asquearse al toparse con estos ociosos débiles y desesperanzados, entre los que aparentan ser activos cuando en realidad no son más que coetáneos agitados y gesticulantes, el hombre de acción mira hacia atrás e interrumpe su marcha hacia la meta para respirar hondo. Pero su objetivo es alcanzar la felicidad; quizás ni siquiera la suya, sino, a menudo, la de un pueblo o la de la humanidad entera. Huye de la resignación y utiliza la Historia como remedio contra ella. Generalmente, no lo aguarda recompensa alguna, sino la de ocupar un lugar de honor en el templo de la Historia donde podrá convertirse, a su vez, en maestro, consolador y consejero de los que vendrán después. Porque su consigna es: aquello que alguna vez sirvió para ensanchar y llenar del más esbelto sentido el concepto de «hombre» debe persistir eternamente para este propósito. Que los grandes momentos en la lucha de los individuos formen una cadena, que en ellos se unan las cumbres milenarias de la humanidad, que, para mí, la cima de un momento que hace mucho ha transcurrido siga viva, luminosa e imperiosa, ésta es la idea fundamental de la fe en la humanidad, tal como queda plasmada en la exigencia de una historia monumental. Pero es precisamente esto, la exigencia de que lo grande sea eterno, lo que enardece la lucha más aterradora. Pues todo lo que vive todavía exclama: ¡no! Lo monumental no debe realizarse. He aquí la consigna opuesta.
4. El acostumbramiento lerdo, aquello que es miserable y bajo y que llena los rincones más remotos del mundo, que humea alrededor de lo grande como una pesada atmósfera terrestre, se arroja al camino que lo grande ha de recorrer para alcanzar la inmortalidad cual un obstáculo engañoso, desviador y sofocante. (…) ¿Quién podría sospechar en ellos el acaecimiento de esta embarazosa carrera de antorchas que es la historia monumental y que sólo permite que perdure lo grande? Y, sin embargo, cada tanto despiertan algunos que, contemplando la grandeza del pasado, se sienten tan animados que la vida humana se les presenta como algo maravilloso y el fruto más bello de esa planta amarga les parece ser la conciencia de que otros han transitado la vida con orgullo y furor, otros con profundidad en sus sentidos y otros con respeto y veneración ante las tradiciones, dejando todos la misma enseñanza de que vive mejor aquel que desdeña la existencia. Allí donde el hombre vulgar toma tan afligidamente en serio ese intervalo de tiempo y lo dota de sus añoranzas, los hombres que estuvieron encaminados hacia la eternidad y la historia monumental supieron elevarse con una carcajada olímpica o, al menos, con una burla sublime y muchas veces descendieron con ironía a la tumba. Al fin y al cabo, ¿qué quedaba para ser enterrado, más allá de aquello que los había oprimido siempre, como la escoria, la inmundicia, la vanidad y animalidad de sus existencias? Ahora no se vería arrojado al olvido sino aquello que anteriormente había sido despreciado. En cambio, vivirá el monograma de su ser intrínseco, una obra, una hazaña, una iluminación extraordinaria o una creación: vivirá, porque el mundo posterior no podrá prescindir de él. Vista de esta forma transfigurada, la fama es algo más que, como dijo Schopenhauer, el bocado exquisito del amor propio. En efecto, es la creencia en la homogeneidad y continuidad de lo sublime de todos los tiempos, es una protesta contra el cambio de las generaciones, el carácter efímero de las cosas y la inestabilidad.
5. ¿De qué manera puede servir al coetáneo la contemplación monumental del pasado, la consideración de los hechos clásicos y extraordinarios de los tiempos transcurridos?
Por cierto, toma de ello la certeza de que lo grande fue una vez, en efecto, ha sido posible y, por lo tanto, será posible en el futuro. Su paso adquiere mayor valentía porque ahora está disipada la duda de si estará anhelando lo imposible. Supóngase que alguien crea que no harían falta sino cien hombres productivos, instruidos y activos bajo un nuevo espíritu para acabar con el intelectualismo que hoy está de moda en Alemania, ¡cuán fortificada se vería esa convicción si se percatara de que la cultura del Renacimiento ha sido erguida sobre las espaldas de tal centenar de hombres!
6. Y sin embargo -a fin de aprender de inmediato algo nuevo de este ejemplo- cuan fluctuante e inexacta resultaría tal comparación. ¡Cuántos aspectos heterogéneos deben ser soslayados para que tal comparación pueda surtir sus efectos, cuán forzosamente ha de ser encajada la individualidad de lo pasado dentro de una forma general, todas sus asperezas y delineaciones precisas a favor de la concordancia! En el fondo, sólo podría asumirse que aquello que fue posible alguna vez puede reproducirse una segunda vez si los discípulos de Pitágoras tuviesen razón en que los acontecimientos en la tierra se repetirían hasta en lo más diminuto y singular siempre y cuando se hallasen bajo la misma constelación de los cuerpos celestiales. De forma que, si las estrellas adoptasen cierta posición entre sí, un estoico volvería a unirse con un epicúreo para asesinar a César y, bajo otra constelación, Colón siempre volvería a descubrir América. Sólo si el mundo volviese a reiniciar su obra teatral cada vez de nuevo tras finalizarse el quinto acto, si fuese predecible el retorno, en intervalos determinados, de la misma combinación de motivos, del mismo deus ex machim, de la misma catástrofe, sólo entonces, el hombre poderoso podrá reclamar para sí la historia monumental con toda su veracidad icónica y, con ello, cada factum con su perfecta definición de particularidades y singularidades. Esto probablemente no se dará hasta que los astrónomos vuelvan a tornarse astrólogos de nuevo. Hasta entonces, la historia monumental no podrá adquirir nunca esa veracidad plena: mientras tanto, siempre unificará, generalizará y equivaldrá lo desigual, siempre atenuará la heterogeneidad de los motivos y móviles para presentar, a costa de la causa, como ejemplar de ser imitado, su effectus monumental. Debido a su abstracción de las causas, la historia monumental podría describirse, con cierto grado de exageración, como una colección de «efectos en sí» o como una serie de acontecimientos que siempre surtirán los mismos efectos. Lo que se celebra en las fiestas populares, los días de conmemoración religiosa o bélica son, en el fondo, ese «efecto en sí». Es esto lo que quita el sueño a los ansiosos, lo que pende como un amuleto del corazón del emprendedor, no la verdadera conexión histórica de causas y consecuencias que, una vez que fuese reconocida, sólo pondría en evidencia que nunca se produce dos veces un hecho histórico en el juego de dados que se desenvuelve entre el futuro y el azar.
7. Siempre que el alma de la Historia resida en los grandes impulsos que toma de ella el hombre poderoso, cuando el pasado es descrito como algo digno de ser imitado, es decir, como algo imitable y repetible, corre el peligro de verse distorsionada, embellecida y, por ello, acercada a la poesía de libre imaginación. En efecto, existen épocas que permanecen indefinidas entre el pasado monumental y la ficción mística porque es posible tomar los mismos impulsos de ambos mundos. Puede decirse entonces que, en caso de que la contemplación monumental de la Historia impere sobre las demás perspectivas, más concretamente sobre la anticuaría o crítica, es la propia Historia la que sufre perjuicios: enormes partes de ella se ven destinadas al olvido y al desprecio, desvaneciéndose como un raudal interminable y turbio, mientras que sólo se destacan, como islas, algunos hechos decorados. Las pocas personalidades que permanecen visibles están dotadas de algo innatural y maravilloso, semejante a aquel arca dorada que los discípulos de Pitágoras creían ver en su maestro. La historia monumental engaña por sus analogías: con sus similitudes tentadoras incita al valiente a la osadía y conduce al entusiasmado al fanatismo. Si esta perspectiva histórica se traslada a las manos y las mentes de sagaces egoístas y ambiciosos malhechores, se derrumban imperios, se asesinan príncipes, se enardecen guerras y revoluciones y, por consiguiente, se multiplican una vez más los históricos «efectos en sí», es decir, las consecuencias que carecen de causas correspondientes. Suficiente hasta aquí, para indicar los prejuicios que puede causar la visión monumental de la Historia en los hombres vigorosos y emprendedores, sean éstos buenos o malos. ¡Cuánto más nefasto será su impacto si se sirven y apoderan de ella los frágiles y perezosos!
8. Recurramos al ejemplo más simple y frecuente. Imagínese uno a las naturalezas desprovistas o poco dotadas del sentido artístico, acorazadas y armadas por una historia del arte monumental, ¿contra quién esgrimirán entonces sus armas?
Contra sus enemigos íntimos, contra los espíritus intrínsecamente artísticos, es decir, contra quienes verdaderamente saben servirse de tal perspectiva histórica para la vida y dedican lo aprendido a una práctica sublime. Es a ellos que se les obstruye el camino, se les oscurece la atmósfera, cuando se danza alrededor de un monumento malentendido con idolatría y verdadera devoción como si se quisiera exclamar: ¡mirad, he aquí el arte verdadero y venerable, qué importan aquellos que todavía están por venir y los que anhelan! Aparentemente, este enjambre danzante está en posesión del «buen gusto»: porque el ser creativo siempre está en desventaja ante aquel que sólo mira y nunca pone manos a la obra, de la misma manera que el orador político de salón siempre ha sido más sagaz, más justo y más reflexivo que el gobernante de un Estado. Pero si se pretende trasladar al ámbito del arte el régimen del plebiscito y de la mayoría y arrastrar al artista ante el foro de los inoperantes estéticos para que se defienda, puede uno jurar de antemano que éste será condenado, no pese a, sino justamente porque así mismo sus jueces han proclamado solemnemente el canon del arte monumental, es decir, acorde a lo expuesto, el canon de un arte que a lo largo del tiempo ha surtido un «efecto», mientras que, a su vez, están despojados de la necesidad, la inclinación pura y la autoridad histórica para calificar el arte contemporáneo que, justamente por ello, todavía no es monumental. En cambio, el instinto les revela, que el arte puede ser asesinado por el arte: en efecto, lo monumental no ha de surgir de nuevo y para ello se sirven de todo aquello que está provisto de lo monumental desde antaño. Así resulta que son conocedores del arte porque desean acabar con el arte, así es que se presentan como médicos cuando en realidad promueven la elaboración de venenos, es por ello que sensibilizan sus lenguas y su sentido del gusto para jactarse de su fineza y rechazar con inmutabilidad cuanto alimento artístico se les presente. Ellos no quieren que nazca lo grande y su medio es la afirmación de que lo grande ya existe. En realidad, lo grande que ya existe les atañe tan poco como lo grande que está por nacer: sus vidas lo evidencian. La historia monumental es el disfraz con que el odio contra los coetáneos grandes y poderosos se viste de admiración saturada de lo grande y poderoso del pasado, es el medio con que falazmente invierten el verdadero sentido de su perspectiva histórica. Lo sepan o no, actúan como si su lema fuese: ¡dejad que los muertos entierren a los vivos!
9. Cada una de las tres perspectivas históricas sólo es justificada sobre un determinado fundamento y en un clima específico. En cualquier otro, se transforma en una hierba devastadora. El hombre que aspira a lo grande, si es que necesita del pasado, se apodera de éste por medio de la Historia monumental. Quien, por contrario, anhela permanecer dentro de lo habitual y añejo, cuida del pasado a modo de un historicista anticuario y sólo aquel que está oprimido por un malestar presente, y que desea a toda costa desembarazarse de esa carga, siente necesidad de una historia crítica, es decir, de una Historia que juzga y condena. Muchos males brotan del trasplante indolente de las hierbas: el crítico sin angustia, el anticuario sin pietas, el conocedor de lo grande sin aptitud para lo grande, son tales plantas devenidas hierbas malas, extraídas de su suelo materno y, en consecuencia, degeneradas.
Fragmento número “2” de Friedrich Nietzsche (2006) Segunda consideración intempestiva (1874). Buenos Aires: Libros del Zorzal.
Comentario:
El fragmento de Nietzsche establece que “un exceso del estudio de la Historia perjudica a la vida”. La implicación es que la Vida y la Historia no son la misma cosa, a la vez que se sugiere que la segunda no puede ser una maestra eficiente para la primera. El filósofo alemán afirma que la Historiografía está ligada a la Vida en tres sentidos.
- Como aquello que es activo y pujante, ruta en la que produce la historia monumental
- Como aquello que conserva y venera, ruta en la que produce la historia anticuaria
- Como aquello que sufre y busca liberación, ruta en la que produce la historia crítica
Se trata de tres metáforas que de paso, echan por la borda la idea de la Unidad o Universalidad de la Historia y reconocen a este peculiar relato como un discurso contingente, relativo y cambiante.
Para la historia monumental, el protagonista de la Historia es el “hombre de acción”, el “poderoso” que se admira del pasado grandioso y lo observa como quien camina por una galería de arte. En su admiración, “interrumpe su marcha hacia la meta”-el futuro-, y se inmoviliza. Dicha actitud “sólo permite que perdure lo grande” y mutila su creatividad. En ese sentido, la Historia perjudica a la Vida. El resultado neto de esta actitud que podría llamar Romántica, es que desemboca en “la certeza de que lo grande fue una vez” y “será posible en el futuro” porque confía en la posibilidad de re-establecer lo pasado. Pero dado que el Pasado es irrecuperable, se trata de una propuesta vacía. Quien admira el pasado de ese modo también hace invisibles los hechos que no son grandiosos. Con ello el Pasado se transforma en una sombra de lo que fue y, al convertirse en Canon o Medida, conduce al desprecio del Presente. De ese modo, el clasicismo puede mutilar las posibilidades de la creación.
La historia anticuaria, por otro lado, es una manera de la evasión, un recurso extremo en el cual el historiador ha decidido huir del Presente y “permanecer dentro de lo habitual y añejo” como si se tratase de su guardián. La historia crítica, por último, es la expresión de “aquel que está oprimido por un malestar presente” y “juzga y condena” con el propósito de liberarse de esa carga. Nietzsche presenta tres actitudes que pueden generarse de la relación con la Historia
- La admiración por la grandeza de pasado que inmoviliza
- La voluntad de huir del presente y refugiarse en el pasado
- La voluntad de vivir el presente y enfrentarlo
El fragmento representa una crítica muy rica del concepto que la Modernidad se hizo de la Historia.
- Mario R. Cancel
- Escritor e historiador
6 septiembre 2022 at 2:22 PM
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6 diciembre 2012 at 6:00 PM
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