• Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

Fernand Braudel (1902-1985) elaboró una interesante “teoría de las duraciones” o una teoría del tiempo histórico que reconocía la complejidad y la diversidad de formas que adoptaba el proceso de la apropiación del pasado. En términos concretos, “duración” es el tiempo que transcurre desde que una cosa empieza hasta que termina. Para Braudel el concepto era una metáfora sugerente del “tiempo”, el “cambio” y su “percepción”. La “duración” podía ser corta (rápida), media (lenta) o larga (imperceptible) hasta el punto de dar la impresión de inmovilidad. El lenguaje de Braudel no aspiraba a ofrecer una fórmula de medición exacta sino que llamaba la atención sobre la impresión de la velocidad del cambio. Años más tarde la dromología, disciplina asociada al sociólogo francés Paul Virilio (1932-2018),  replantearía el asunto al ocuparse de interpretar la aceleración de las mutaciones históricas como resultado de los avances de las nuevas tecnologías y sus efectos en el ser humano.

En cuanto a las duraciones en la historiografía, Braudel insistía en la irrelevancia de la “duración corta” o el acontecimiento, llamado a veces “polvo de historia”, y en su lugar valoraba la evaluación de la “duración media” y “larga”, procedimiento que impuso en sus obras más significativas. Aquella teoría, una vez aplicada al trabajo profesional, cambió el lenguaje y la retórica de la historiografía. El cambio favoreció el abandono de la narración diacrónica (cronológica), y estimuló un  estilo más afín con el análisis sincrónico (estructural) más cercano al lenguaje de las ciencias sociales.

En el breve texto “Historia y duraciones”, incluido en el libro La historia y las ciencias sociales (1970), Braudel sintetizaba sus ideas. Las bases de su argumentación eran  las siguientes:

  • Primero, el tiempo no es homogéneo ni heterogéneo. Aquello significaba que los diversos testigos no percibían el tiempo histórico del mismo modo y que incluso la percepción de un mismo testigo sobre el tiempo histórico podía cambiar acorde con el lugar y el momento desde el cual apropiaba la experiencia temporal.
  • Segundo, el tiempo no es direccional ni se manifiesta como una progresión. Ello indicaba que la flecha del tiempo no era una metáfora confiable y que el tiempo no conducía a un fin predeterminado y deseable como sugerían las filosofías especulativas de la historia. La salvación, la idea absoluta, la libertad, la felicidad, la igualdad, el comunismo o la anarquía, entre otras, no eran destinos forzosos predecibles. Por el contrario, el tiempo siempre parecía dejar a la humanidad en un lugar incierto que pudo haber sido otro o que nunca resultaba ser como se había imaginado, concepción que recuerda el escepticismo que derivaba del método genealógico de Nietzsche.
  • Tercero, comprender el tiempo requería algo más que establecer los acontecimientos y su concatenación, consideración que implicaba que la narración o relato de los acontecimientos y su descripción no era suficiente para entender su complejidad.

Fernand Braudel

Braudel segmentaba  el tiempo histórico en tres esferas o duraciones que diferían por la impresión del ritmo del cambio y la percepción del observador. Observarlas en detalle ayudará interpretar su propuesta teórica.

La “duración corta” equivalía a la historia de los “eventos o los acontecimientos” o “episódica”, estaba centrada en el individuo y el relato concatenado y dramático de los hechos por lo que para Braudel era de “corto aliento”. Aquella mirada forjaba el “recitativo del acontecimiento” y se expresaba en la forma de la historia narrativa estrechamente vinculada con el tiempo de la  cotidianidad, es decir, el “del cronista, del periodista”. En general abarcaba los  “hechos menudos” y “caprichosos” o los “actos individuales” que molestaban o no llamaban la atención del científico social quien prefería los “actos colectivos”. El concepto “recitativo” provenía de la teoría de la música y se refería a un ejercicio intermedio entre el recitar y el cantar. Braudel percibía el “acontecimiento” como un pensador Ilustrado y lo asocia a la historiografía tradicional y al  Positivismo del siglo 19 en términos parecido al juicio emitido por Paul Simiand en 1903.

La “duración media” equivalía a la historia de las “coyunturas” las cuales se expresaban en la forma de una oscilación cíclica. Aquella mirada engendraba  el “recitativo de la coyuntura” o la historia de los procesos, lenguaje más cercano al del científico social. El concepto braudeliano estaba emparentado con la teoría de los “interciclos” económicos cuyo modelo era la teoría de la “ondas”  o “ciclos largos” de la actividad económica, principio elaborado por el economista soviético materialista Nikolai D. Kondratiev (1892-1938) en el contexto de la Nueva Economía Política durante la década de 1920. Para Braudel aquel era el ritmo de tiempo en el cual se movían “las ciencias, las técnicas, las instituciones políticas, los utillajes mentales como las mentalidades, las culturas y las civilizaciones”.

La “duración larga” era la que daba la impresión de la historia “inmóvil” o el “no cambio” y estaba atada al ritmo pausado o “la tendencia secular” que también atañía a la economía. Aquel era el tiempo de los cambios lentos de las “estructuras” materiales o inmateriales. Para Braudel las  “estructuras” eran sistemas coherentes asumidos como permanentes y eficaces que, precisamente por ello, el tiempo tardaba en desgastar. Se trataba del escenario de los cambios del “clima, de las vegetaciones”, ya fuese por desmonte y aclimatación de especies exógenas, de las glaciaciones y los deshielos, del calentamiento global y el aumento en el nivel de los mares. También era el tiempo de las “poblaciones animales”, de la extinción y aparición de especies nuevas o de la implantación de especies exóticas que alteraban el balance ecológico y la vida material. Por último, pero no menos importante, era el tiempo de  “las culturas” o civilizaciones y sus valores venerados y compartidos durante siglos. Aquellos proceso de cambio lento afectaban la vida social y cultural, alteraban los patrones de producción, de comercio y consumo, y tocaba la  cultura material y la vida cotidiana de manera “invisible”. El núcleo de la teoría de las duraciones de Braudel era el ser humano social y culturalmente definido.

El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II representaba una relectura de la historia de Europa a través de la experiencia del comercio marítimo y un excelente modelo de la aplicación del método de las duraciones. El  Mediterráneo, noción que significa el mar entre tierras o interior, fue uno de los espacios medulares de la economía internacional bajo el reinado de Felipe II de Habsburgo, circuito en el cual las Indias, luego América, siempre fue un componente crucial. El mar no era solo un escenario natural apropiado para el tráfico comercial sino un lugar que, a la par que ofrecía oportunidades, también imponía limitaciones a la voluntad humana. El Mediterráneo posibilitaba interacciones materiales o económicas, e inmateriales espirituales desde la Antigüedad. A la vista del mar se definían también unos entornos secundarios, las ciudades comerciales, lo mismo en la costa norte identificada con Europa, la sur identificada con África, así como hacia el Levante al este y la costa baleárica al oeste. En aquellos complejos espacios se había desarrollado el conflicto, de tanta importancia para la definición de la Europa occidental,  entre el Islam encabezado por Solimán el Magnífico (1494-1556) y el Cristianismo regido por Felipe II el Prudente (1527-1598). Estudiar el mar de aquellas contiendas o pugnas orientaba respecto a la contradictoria historia temprana del capitalismo, la era del mercantilismo, e iluminaba en torno a los efectos que en las referidas eventualidades habían tenido la conflictividad religiosa y, claro está, los descubrimientos geográficos de los siglos 15 y 16. El conocimiento de la llamada “época de Felipe II”  guiaba al historiador en el laberinto que había producido la experiencia de la Contrarreforma Católica como respuesta a la Reforma Evangélica y al dilema de la confesiones cristianas, sin duda. Pero también era ilustrativo de las condiciones que propiciaron el aislamiento del Imperio Español del resto de Europa y el inicio de la subsecuente  decadencia de aquel. Fuera de toda duda se trataba de un asunto  iluminador para el conocimiento de los múltiples significados de la modernidad.

La obra de Braudel sembró los cimientos para lo que más tarde se conocería con el nombre de Geohistoria o Historia Ambiental y, dado que formuló una historiografía desde la perspectiva de los mares y océanos, la Historia Ultramarina. Aquella disquisición fue la precursora de la teoría de los Sistemas Mundo propuesta sociólogo estadounidense  Immanuel Wallerstein (1930-2019)  a la vez que sirvió como pretexto para la formulación de los Estudios Caribeños, campo de estudio  centrado en la idea de la influencia del “mar común” o interior, en este caso el Caribe, en la materialidad y la espiritualidad caribeña. El hecho de que el Caribe haya sido denominado ocasionalmente como el “Mediterráneo Americano”, no deja dudas al respecto.

El problema  que esbozaba Braudel con respecto a la “duración corta” o el “polvo de la historia” era que el acontecimiento, sin su contexto, no explicaba la complejidad del pasado. Lo mismo puede argumentarse respecto a las figuras proceras. Mirar solamente hacia ellas, sin pensar en el ser humano común o en la masa, no explicaba el laberinto del pasado. La solución no era suprimirlos sino alcanzar un balance entre aquellos componentes apelando a factores que no habían sido tomados en cuenta antes por los historiadores, situación que volvía a poner sobre el tapete la relación entre libertad y determinación  en el proceso de explicación de sus actos.

El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949); y Civilización material, economía y capitalismo (1979) fueron el resultado del diálogo de aquellas temporalidades o duraciones. La teoría de las duraciones estimuló un proceso de relativización  que confirmaba la contingencia o condicionalidad del saber. En ese sentido la historia, para ser bien comprendida, debía apropiarse desde la pluralidad de puntos de vista espacio temporales, concepto que recuerda el perspectivismo nietzscheano. La teoría reconocía que el cambio era universal como sugería el historicismo, pero imponía al historiador la responsabilidad de fijarse en la velocidad de la variación y en la forma en la cual se le percibía.

En Civilización material, economía y capitalismo aplicó el esquema de las duraciones al estudio de la historia de la economía de mercado o capitalista lo cual le condujo a crear la metáfora de que la historia económica era como un edificio de tres pisos o categorías concretas:

  • Piso de abajo, donde estaba la civilización material, dominado por los hábitos y las acciones repetidas que se expresaban en las prácticas de consumo alrededor del concepto de “vida cotidiana” o “vida material” (Duración corta)
  • Piso del medio, donde estaban las instituciones del mercado que articulaban de manera racional los procesos de distribución de bienes alrededor de las “actividades del mercado” tales como comprar y vender (Duración media)
  • Piso de arriba, donde estaba el “mecanismo capitalista” o el “capitalismo verdadero” altamente refinado, que se expresaba en la evolución del capitalismo desde sus orígenes tardomedievales hasta el siglo 19, en los procesos de producción y las potencias económicas dominantes a lo largo del tiempo histórico (Duración larga)

El esquema recuerda el del Materialismo Histórico según expresado por Marx en el siglo 19 y el cual se sostenía sobre otra tríada, a saber, la superestructura social, las relaciones sociales de producción y la base social. Pero sin duda, los contenidos de las esferas no coincidían. Braudel también aplicó el mismo principio interpretativo en el libro inconcluso  La identidad de Francia (1988), texto en el cual sólo completó el análisis geográfico, demográfico y económico pero no el cultural.

Visto en su conjunto la insistencia de la Historia Social y Económica francesa en que la reflexión teórica y la investigación histórica convivieran en el trabajo de la disciplina  cumplía una función doble: ponía coto lo mismo a la historiografía tradicional positivista y narrativa y a las explicaciones metafísicas de la historia elaboradas desde afuera de la historia y, desde aquel momento, las ciencias sociales. La evaluación del efecto de aquel esfuerzo debe tomar en cuenta que el rechazo a la “duración corta” o los acontecimientos no significaba que no se recurriera a ellos y, de hecho, Marc Bloch, Lucien Febvre y Braudel los manejaron con profusión  y  maestría a lo largo de todas sus obras. La historia nunca podría renunciar del todo al acontecimiento que, en cierto modo, es una condición sine qua non de este saber. Por todo ello la  Historia Social y Económica francesa  ha sido identificada con los conceptos historiografía nueva o simplemente nueva historia

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