Humanismo


Tomado de Henri Lefebvre (1961). Introducción al Marxismo. Buenos Aires: Eudeba. Pp. 37-39

Dicho esto ¿qué es el comunismo, siempre desde el punto de vista filosófico? No se define como un ideal, como un paraíso sobre la Tierra y en un porvenir incierto. No se define tampoco como un estado de cosas ordenado y previsto por un pensamiento racional pero abstracto. Esas anticipaciones, esas utopías, esas construcciones imaginarias son excluidas por un método racional: el del marxismo, o sea el de la sociología científica.

Henri Lefebvre

El comunismo científico se determina por el movimiento integral de la historia, por el devenir del hombre considerado en su totalidad. Es necesario comprobar, objetiva y científicamente, que ese devenir se orienta hacia una etapa actualmente previsible (aunque probablemente no deba ser la última), etapa que por una definición justificable y justificada lleva desde ya el nombre de comunismo.

En primer lugar, la especie humana (allí donde encuentra condiciones favorables o puede crearlas) tiende como toda especie viviente, pero con sus características propias, y por un proceso espontáneo y natural, hacia un cierto grado de realización. Y ello a pesar de las dificultades y obstáculos y a pesar de los elementos de regresión, de decadencia, de destrucción interna que se revelan durante este proceso; es decir, a pesar de las contradicciones y las formas de alienación o más bien a través de ellas.

La conciencia y el pensamiento se integran en este proceso; no lo condicionan, pues se ve claramente que son, por el contrario, condicionados por él: aparecen y crecen naturalmente, en el curso del proceso natural. El conocimiento, la razón, nacen y son al principio inseguros, débiles, impotentes; después se afirman, se confirman, extienden el sector dominado, se formulan. Llega finalmente un momento decisivo, un punto crítico, con complejos problemas; el momento en que la razón debe y puede dominar todas las actividades humanas, a fin de organizar las racionalmente.

Es el momento en que deben ser criticadas, denunciadas y superadas las múltiples ilusiones ideológicas. Y con ellas todos los fetichismos, todas las formas de la actividad humana alienadas y vueltas contra el hombre.

El comunismo se define, pues:

  1. Como el momento histórico en que el hombre, habiendo reencontrado conscientemente su conexión con la naturaleza (material), se realiza en su actividad natural, pero en las condiciones de un poder ilimitado sobre esa naturaleza, con todo el aporte de una larga lucha y todo el enriquecimiento de una larga historia.
  2. Como el momento en que la razón emerge decididamente, organiza el grupo humano y supera (sin suprimirlo sino conservando, por el contrario, lo esencial de sus ricas conquistas) el largo proceso natural, contradictorio, accidentado, doloroso, que fue la formación del hombre.
  3. Como el momento en que la alienación múltiple (ideológica, económico-social, política) de lo humano se halla poco a poco superada, reabsorbida y abolida (sin que por ello —repitámoslo—sea suprimida la riqueza material y espiritual conquistada a través de esas contradicciones).

Esta definición filosófica de comunismo no puede separarse de las otras determinaciones que encontraremos más adelante.

La superación de la alienación implica la superación progresiva y la supresión de la mercancía, del capital y del dinero mismo, como fetiches que reinan de hecho sobre lo humano.

Implica también la superación de la propiedad privada: no la supresión de la apropiación personal de bienes, sino de la propiedad privada de los medios de producción de esos bienes (medios que deben pertenecer a la sociedad y pasar al servicio de lo humano). La propiedad privada de los medios de producción entra, en efecto, en conflicto con la apropiación de la naturaleza por el hombre social. El conflicto se resuelve mediante una organización racional de la producción que quita a las clases y a los individuos monstruosamente privilegiados la posesión de esos medios. (Los textos de Marx sobre la alienación y sus diferentes formas se hallan dispersos en toda su obra, a tal punto que su unidad permaneció inadvertida hasta fecha muy reciente.)

 

Comentario:

Henri Lefebvre (1901-1991), filósofo y sociólogo francés, enfrenta el problema de la definición del comunismo científica en una coyuntura en la cual la imagen de ese proyecto ideológico estaba en crisis como resultado de la experiencia estalinista y las condiciones producidas por la Guerra Fría. Su interpretación, como la de otros de sus contemporáneos, sintetiza los mejor de la herencia hegeliana, marxista y nietzscheana.

Su argumentación se apoya en el recurso de establecer, primero, lo que no es el comunismo científico y su diferencia con respecto a otras visiones utópicas, irracionales, paradisiacas o románticas del futuro de la humanidad. La intención es evitar cualquier acercamiento mecánico, ortodoxo o superficial que confunda el comunismo con una meta inalcanzable como aquellas. En términos sencillos Lefebvre establece que el comunismo no es una utopía ni una ilusión y que no equivale al fin de la historia si esta es concebida como el escenario de la lucha de clases. La historia, que es contradicción, continuará una vez alcanzado el comunismo científico.

Erich Fromm

Establecidas esas premisas, apunta hacia las condiciones que validan su argumentación. El comunismo científico está determinado por una serie de fuerzas concretas y que es o será el resultado concreto del devenir, o sea, del movimiento de la historia. Es un telos o una forma a la cual habrá de arribarse como resultado del movimiento integral de la historia y del dominio racional de las condiciones que rodean a la especie humana. El comunismo científico es el momento en que la especie humana, armada de su racionalidad, dominará por completo su primera y su segunda naturaleza (el entorno material y la sociedad) y se encaminara a la superación paulatina de la alienación o enajenación y, en consecuencia, su rehumanización.

Su argumentación es análoga a la de Erich Fromm (1900-1980)  en su  «Marx y su concepto del hombre» (Fragmentos)  (1961) quien afirmaba la imagen del socialismo como un proyecto que, dado que buscaba la meta de superar la enajenación y re-humanizar a la especie humana, er una expresión del humanismo. La argumentación final de Lefebvre sobre la necesidad de que capital y el dinero fetichizados desaparezcan, no está muy distante de la de Fromm para quien el “reino de la libertad”, metáfora que podría incomodar al francés, no era sino la superación del “trabajo impuesto” por la praxis del trabajo racional, libre, común, no competitivo y voluntario, es decir, sin que fuera el resultado de la coacción del otro. Para Fromm la “realización de la vida” sólo sería posible en esos términos: “A cada cual de acuerdo con su necesidad, a cada cual de acuerdo con su trabajo”.

Por último, igual que Lefebvre aclara que la supresión de la “propiedad privada” no equivale a la desaparición de la propiedad personal, Fromm explica que cuando habla de necesidad se refiere a las “necesidades reales” y no de las “necesidades neuróticas” producidas por un mercado en el cual la gente se distingue por lo que posee y no por lo que hace. El momento en el que ambos pensadores articulan sus definiciones del comunismo científico o el socialismo, la inquieta década del 1960 y los avances de una forma inédita del capitalismo y la economía de mercado, así lo requerían.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

“Cuanto dominio tiene la fortuna en las cosas humanas y de qué modo podemos resistirle cuando es contraria”

  • Nicolás Maquiavelo (1469-1527)

No se me oculta que muchos creyeron y creen que la fortuna, es decir Dios, gobierna de tal modo las cosas de este mundo que los hombres con su prudencia no pueden corregir lo que ellas tienen de adverso, y aun que no hay remedio ninguno que oponerles. Con arreglo a esto, podrían juzgar que es en balde fatigarse mucho en semejantes ocasiones y que conviene dejarse gobernar entonces por la suerte. Esta opinión no está acreditada en nuestro tiempo, a causa de las grandes mudanzas que, fuera de toda conjetura humana, se vieron y se ven cada día. Reflexionándolo yo mismo, de cuando en cuando me incline en cierto modo hacia esta opinión; sin embargo, no estando anonadado nuestro libre albedrío, juzgo que puede ser verdad que la fortuna sea árbitro de la mitad de nuestras acciones; pero también es cierto que ella nos deja gobernar la otra, o a lo menos siempre algunas partes. La comparo con un río fatal que, cuando se embravece, inunda las llanuras, echa a tierra los árboles y edificios, quita el terreno a un paraje para llevarle a otro. Cada uno huye a la vista de él, todos ceden a su furia sin poder resistirle. Y, sin embargo, por más formidable que sea mi naturaleza, no por ello sucede menos que los hombres, cuando están serenos los temporales, pueden tomar precauciones contra semejante río, haciendo diques y explanadas; de modo que cuando él crece de nuevo, está forzado a correr por un canal, o que al menos su fogosidad no sea tan licenciosa ni perjudicial.

Sucede lo mismo con respecto a la fortuna; no ostenta ella su dominio más que cuando encuentra un alma y virtud preparadas; porque cuando las encuentra tales, vuelve su violencia hacia la parte en que sabe que no hay diques ni otras defensas capaces de mantenerla.

Si consideramos la Italia, que es el teatro de estas revoluciones y el receptáculo que les da impulso, veremos que es una campiña sin diques ni otra defensa ninguna. Si hubiera estado preservada con la conducente virtud, como lo están la Alemania, España y Francia, la inundación de las tropas extranjeras que ella sufrió no hubiera ocasionado las grandes mudanzas que experimentó, o ni aún hubiera venido. Baste esta reflexión para lo concerniente a la necesidad de oponerse a la fortuna general.

Restringiéndome más a varios casos particulares, digo que se ve a un cierto príncipe que prosperaba ayer caer hoy, sin que se le haya visto de modo ninguno mudar de genio ni propiedades. Esto dimana, en mi creencia, de las causas que he explicado antes con harta extensión, cuando he dicho que el príncipe que no se apoya más que en la fortuna cae según que ella varía. Creo también que es dichoso aquel cuyo modo de proceder se halla en armonía con la calidad de las circunstancias, y que no puede por menos de ser desgraciado aquel cuya conducta está en discordancia con los tiempos. Se ve, en efecto, que los hombres, en las acciones que los conducen al fin que cada uno de ellos se propone, proceden diversamente: el uno con circunspección, el otro con impetuosidad; este con violencia, aquel con mafia; el uno con paciencia, y el otro con una contraria disposición; y cada uno, sin embargo, por estos medios diversos puede conseguirlo. Se ve también que de dos hombres moderados el uno logra su fin y el otro no; que por otra parte, otros dos, uno de los cuales es violento y el otro moderado, tienen igualmente acierto con dos expedientes diferentes, análogos a la diversidad de su respectivo genio. Lo cual no dimana de otra cosa más que de la calidad de los tiempos que concuerdan o no con su modo de obrar. De ello resulta lo que he dicho; es, a saber, que obrando diversamente dos hombres logran un mismo efecto, y que de otros dos que obran del mismo modo, el uno consigue su fin y el otro no lo logra. De esto depende también la variación de su felicidad; por que si, para el que se conduce con moderación y paciencia los tiempos y cosas se vuelven de modo que su gobierno sea bueno, prospera él; pero si varían los tiempos y cosas, obra su ruina; porque no muda de modo de proceder…

El papa Julio II procedió con impetuosidad en todas sus acciones y halló los tiempos y cosas tan conformes con su modo de obrar que logró acertar siempre… La brevedad de su pontificado no le dejo lugar para experimentar lo contrario, que sin duda le hubiera acaecido; porque si hubiera convenido proceder con circunspección él mismo hubiera formado su ruina, porque no se hubiera apartado nunca de aquella atropellada conducta a que su genio le inclinaba.

Concluyo, pues, que si la fortuna varia y los príncipes permanecen obstinados en su modo natural de obrar, serán felices, a la verdad, mientras que semejante conducta vaya acorde con la fortuna; pero serán desgraciados desde que sus habituales procederes se hallen discordantes con ella. Pensándolo todo bien, sin embargo, creo juzgar sanamente diciendo que vale mas ser impetuoso que circunspecto, porque la fortuna es mujer, y es necesario, por esto mismo, cuando queremos tenerla sumisa, zurrarla y zaherirla. Se ve, en efecto, que se deja vencer más bien de los que le tratan así que de los que proceden tibiamente con ella. Por otra parte, como mujer, es amiga siempre de los jóvenes, porque son menos circunspectos, mas iracundos y le mandan con más atrevimiento.

Tomado de Nicolás Maquiavelo. El príncipe, 12ma edición (1970). Madrid: Espasa-Calpe. Págs. 121-125.

Comentario:

Dentro del marco de la Rueda de la Fortuna, la vida en la historia se metaforiza en un ciclo azaroso. Fortuna –deidad latina-estaba ligada en Roma a la suerte buena –al fasto-. Se trata de una deidad optimista y un culto de plebeyos. En el proceso de premiar o castigar a los hombres, ocasionalmente se imponía a los Dioses. Era una deidad femenina muy humanizada e interesante.

Los humanistas introdujeron el concepto en la Historiografía convirtiéndola en una expresión renovada de la Providencia de Dios. Mediante ese procedimiento, convirtieron al azar y su entrejuego con la Virtus, la  Voluntad activa y las Pasiones, en el Motor de la Historia. El Providencialismo estaba minado en su interior.

Para Maquiavelo, la Historia es el espacio de acción de la  Fortuna en competencia con la Virtus. La Fortuna son los designios divinos: el poder o influjo de la Providencia o el Hado. si uso un lenguaje más pagano. La Virtus es la capacidad creadora: el esfuerzo humano o su albedrío. La fórmula de Maquiavelo es matemática: la Fortuna domina la mitad de nuestras acciones: la Virtus la otra mitad. La intención no es contabilizar el poder sino equiparar los dos ámbitos

Los que conocen ese hecho, los Hombres Nuevos, pueden poner diques o frenos a la Fortuna e incluso evadirla o vencerla. Esos Hombres Nuevos, concepto con una larga historia que llega hasta Marx y Nietzsche, son los Humanistas, los Modernos, los Racionales. Maquiavelo afirma el papel creativo del Individuo en la Historia por lo que el lector está ante una percepción Moderna de la Historia. La equiparación simbólica de Italia y el río es de una riqueza literaria extraordinaria.

  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor
  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor

La idea de que la historia se ocupa de los hombres o los seres humanos es muy común. En el fondo tiene que ver con el concepto de que los seres humanos son los únicos animales capaces de estudiar o pensar su situación en el tiempo. También está relacionada con la presunción de que sus actos en el tiempo no se reducen al vivir biológico, sino que permite la creación de sistemas imaginarios que la explican y justifican de una diversidad de modos. A esos sistemas imaginarios se puede denominar cultura.

Por último, el carácter humano de la historia está relacionado con la presunción de que se trata de un proceso que, de una manera orgánica o estructurada, conduce a alguna parte, meta o finalidad superior. Esa meta o finalidad puede tener distintas naturaleza. A veces es sobrehumana: la salvación en el caso del providencialismo. Pero en otras la misma es en lo fundamental humana: la felicidad, el disfrute de la propiedad o la justicia distributiva, en el caso de la interpretación liberal o socialista.

El carácter humano de la historia apuntado por Bloc se cimenta en el principio de la racionalidad como característica exclusivamente humana, y el progreso hacia una meta como rasgo distintivo de su estar en el tiempo. La formulación de esos dos principios en un todo coherente es un fenómeno moderno -propio de la cultura occidental después del siglo 18- que ha sido aplicado al todo del la historia.

La historia y lo humano

Los problemas del nominativo hombre son numerosos. Aparte del carácter sexista que el concepto ha ganado después de la Revolución Sexual de los años 1960, sus limitaciones son numerosas. Como ya se ha dicho, hombre es una noción cultural asociado a lo que llamamos racionalidad: es un lugar común de la biología caracterizar al hombre como un animal racional.

Cuando Bloch usa el concepto, en efecto, lo hace en el sentido inclusivo que todavía poseía entonces: hombre se refiere a la humanidad. La definición sugiere la ahistoricidad o el carácter no histórico de todo aquello que no es humano como el ambiente, la naturaleza, o las cosas. En ese sentido no es posible escribir una historia en ausencia de lo humano.

Jorge_Luis_Borges_1963Se trata de la misma presunción que se hace con el imaginario novelístico. En una entrevista con George Charbonnier, Jorge Luis Borges sugirió que, en rigor, era posible la redacción de una novela que solo contuviera la descripción de una silla y una mesa., pero que nadie leería una historia así. En cierto modo, si alguien no se sienta en la silla y ejecuta un acto, no hay novela.  Así mismo se presume que, sin los actos humanos, no hay historia posible. Una historia natural relataría la evolución de la naturaleza pero no sería historia en el sentido estricto de la palabra. La historia es en consecuencia el fenómeno y el discurso humanístico por antonomasia.

Pero hay que tomar en cuenta que el ser humano no existe sino es en relación con lo no humano, es decir, el ambiente, la naturaleza, o las cosas. La interacción con ese supuesto opuesto es lo que lo humaniza. También hay que tomar en cuenta que, si lo humano es inseparable de la racionalidad tal y como la conocemos, entonces el hombre no siempre fue humano. La capacidad de razonar es también un proceso que tiene historia.

Por otro lado, hay que toma en cuenta que el ser humano no es solo racional. La irracionalidad y el instinto está activo en el comportamiento humano siempre ya sea en los elementales procesos reproductivos o en el activismo político y los medios masivos de comunicación. En lo que insisto es en que el ser humano no ha dejado de ser un animal: la racionalidad y la irracionalidad conviven con él en el espacio tiempo.

En consecuencia la necesidad de abrir la idea del hombre o los seres humanos se impone, en particular en el presente. También resulta imperativo abrir el concepto historia para que esos componentes que una definición cerrada.