República de Roma


  • Charles Louis de Secondat,  Baron de Monstequieu (1689-1755) Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y su decadencia (1734)

Fragmento del Capítulo IX: Dos causas de la pérdida de Roma

Cuando el territorio dominado por Roma se limitaba a Italia, podía subsistir fácilmente. Todo soldado era ciudadano al mismo tiempo; cada cónsul reclutaba un ejército, y otros ciudadanos iban a la guerra bajo el mando de quien le sucedía. No siendo excesivo el número de las tropas, se cuidaba de no recibir en la milicia más que a gente con bienes suficientes para que tuviesen interés en la conservación de la ciudad. Por último, el Senado veía de cerca la conducta de los generales y les quitaba la intención de hacer algo contra su deber.

Barón de Montesquieu

Pero cuando las legiones pasaron los Alpes y el mar, los hombres de guerra, obligados a permanecer durante muchas campañas en los países que sometían, perdieron poco a poco el espíritu ciudadano; y los generales, disponiendo de los ejércitos y de los reinos, adquirieron el sentimiento de su propia fuerza y no pudieron obedecer más. Los soldados empezaron, entonces, a no conocer más que a su general, y a fundar en él todas sus esperanzas y a ver a la ciudad cada vez más lejana. No fueron ya soldados de la República, sino de Sila, de Mario, etc. […]

[…] [C]uando el pueblo pudo dar a sus favoritos formidable autoridad en el exterior, toda la sabiduría del Senado resultó inútil, y la República se perdió. […]

Si la grandeza del Imperio perdió a la República, no contribuyó menos a ello la extensión que dieron a la ciudad. Roma había sometido todo el universo, con la ayuda de los pueblos de Italia, a los que concedió en diferentes épocas diversos privilegios. La mayor parte de estos pueblos no se cuidaron al principio del derecho de ciudadanía entre los romanos; y algunos prefirieron conservar sus propios usos. Pero cuando este derecho fue el de la soberanía universal, cuando en el mundo no se era nada si no se era ciudadano romano, y con este título se era todo, los pueblos de Italia resolvieron perecer o ser romanos; no pudiendo conseguirlo por la súplica ni por la intriga, recurrieron a las armas. Se sublevaron en toda la costa del mar Jónico, y los otros aliados iban a seguirlos. Roma, obligada a combatir contra los que eran, por así decirlo, las manos con que encadenaba el universo, estaba perdida; se veía reducida a sus murallas; decidió conceder este derecho a los aliados que le habían sido fieles; poco a poco se lo concedió a todos. Desde entonces Roma no fue ya la ciudad en que el pueblo no había tenido sino un solo espíritu, un mismo amor por la libertad, un mismo odio por la tiranía, donde aquella envidia del poder del Senado y de las prerrogativas de los grandes, siempre mezclada de respeto, no era sino amor a la igualdad.

Cuando los pueblos de Italia fueron todos ciudadanos romanos, cada ciudad aportó su genio, sus intereses particulares y su dependencia de algún gran protector. La ciudad, desgarrada, no formó un todo universal, y como el ser ciudadano sólo era una especie de ficción, ya no eran los mismos magistrados, las mismas murallas, los mismos dioses, los mismos templos, las mismas sepulturas; ya no miraban a Roma los mismos ojos, ya no hubo el mismo amor a la patria, y los sentimientos romanos dejaron de existir. […]

Comentario

Montesquieu fue un intelectual muy activo en la Academia Francesa que se había ordenado en la francmasonería en Gran Bretaña. El tema del Imperio Romano llama su atención de una manera poderosa. La pregunta es cómo explicar la desaparición de un fenómeno tan imponente como aquel a la luz de la cultura del siglo 18. Su tesis es clara: “la grandeza del Imperio perdió a la República” y los valores del primero negaban en su totalidad a los  de la segunda.

El pensador arguye, por un lado, que el crecimiento o la expansión de la soberanía de Roma, tuvo efectos letales en la voluntad del latino común en la medida en que minó su compromiso con la República, limitó su virtus y mutiló su libertad. El cambió los hizo indisciplinados y erosionó su compromiso con una causa colectiva superior: los valores republicanos. Los soldados dejaron de ser fieles a la República para ser fieles a un General, un mandatario o un emperador.

La segunda parte de su reflexión va en otra dirección: la extensión del derecho de ciudadanía de Roma,  había sido el privilegio de una aristocracia o de una minoría. Una vez es compartido con  los pueblos ocupados se vulgariza y la situación lo  vacía de todo valor simbólico. Ya no se trata de algo que se gane a través del esfuerzo, sino más bien de algo que se consigue incluso por medio de las armas. Bajo aquellas condiciones, ya no era posible al “amor a la patria, y los sentimientos romanos dejaron de existir”. Cuando el Imperio Romano cae, su mística ya había desaparecido. Lo único que quedaba en pie era la ilusión de su grandeza.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

Nota: La selección de los textos es de Óscar Godoy Arcaya

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  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y Escritor

Dejo tres fragmentos de Polibio de Megalópolis (200-118 AC) que aclaran su mirada al problema de la causalidad en la historia, y aclaran su concepción de la Historia Universal, concepto al cual se le asocia constantemente Las fragilidades de ambas concepciones resultan notables para el estudioso del presente. Sin embargo, en el contexto del tiempo en que fueron redactadas, representaron una revolución cultural.

Polibio

Fragmento 1: “La Causalidad en la Historia” en Polibio de Megalópolis. Historia Universal bajo la Republica Romana. Libro XI, capítulo 19a

¿Qué provecho saca el lector al esforzarse a través de guerras, batallas, sitios de ciudades y esclavizamientos de pueblos, si no es penetrar en el conocimiento de las causas que hicieron que una parte lograra el éxito y la otra fracasara en sus respectivas situaciones? Los resultados de los acontecimientos son sólo entretenimiento para el lector, mientras que la búsqueda en las disposiciones previas de las causas es provechosa para el estudiante serio. El análisis de un hecho dado, en todos los detalles de su mecanismo, es la mejor educación para los lectores con paciencia suficiente para seguir el proceso.

 Comentario:

El autor acepta que el estudio de la historiografía tiene una función doble: entretener o informar y educar o formar. Informarse tan solo de lo que sucedió-los acontecimientos- es suficiente para lo primero. Descubrir qué está detrás de los acontecimientos -las causas-, ayuda a lo segundo. Uno u otro resultado dependen, en última instancia, del receptor. Polibio ve la historiografía como una disciplina intelectualmente legítima y respetable.

 

Fragmento 2: “Causas últimas y aproximadas” en Polibio de Megalopolis, Historia Universal bajo la Republica Romana. Libro XXII, capítulo 18.

El comienzo de desastres irremediables que derribaron la casa real de Macedonia puede ser planteado desde este período. Desde luego que soy consciente de que varios historiadores de la guerra entre Roma y Perseo, en sus esfuerzos por explicar las causas de la lucha, han citado, primero, la expulsión de Habrupolis de su propio principado en venganza por su correría sobre el distrito minero de Pangeo, después de la muerte de Filipo (cuando Perseo vino a prestar socorro, derrotó totalmente al príncipe antes mencionado, y lo expulsó de sus propios dominios). Después de esto, ellos citan la invasión de Dolopia por Perseo y su visita a Belfos, y del mismo modo el complot tramado en Belfos contra el rey Eumenes de Pérgamo y el asesinato del embajador beocio — sucesos de los cuales, según algunos escritores, surgió la guerra entre Perseo y Roma. En mi opinión, nada es tan esencial ya sea para los escritores o para los estudiosos de la historia como comprender las causas que subrayan la génesis y el desarrollo de cualquier serie determinada de hechos; pero el problema ha sido confundido en los escritos de muchos historiadores a través de su falla por captar la diferencia entre la ocasión y la causa, y además entre el comienzo y la ocasión de una guerra. En el caso presente, me encontré tan claramente impulsado por el principal sujeto tratado que me veo obligado a volver a discutir esta cuestión.

De los sucesos mencionados con anterioridad, los primeros son acontecimientos ocasionales, mientras que el grupo posterior (incluyendo el complot contra el rey Eumenes, el asesinato del embajador y otros hechos simultáneos de un carácter similar) constituye con toda seguridad el comienzo de la guerra entre Roma y Perseo y la caída del Imperio Macedonio. Literalmente ninguno de esos sucesos, sin embargo, es en verdad una causa, como procederé de inmediato a demostrar. He sostenido previamente que era Filipo, hijo de Amintas, quien concibió y propuso llevar a cabo el proyecto de la guerra contra Persia, mientras que Alejandro era un agente que negoció el asunto en cumplimiento de las decisiones previas de su padre. En la misma forma, precisamente, mantengo ahora que era Filipo, hijo de Demetrio, quien originalmente concibió el proyecto de emprender la guerra final contra Roma, y que había preparado todos los armamentos necesarios para tal fin, mientras que Perseo era un agente que negociaba la cuestión cuando su padre le había abierto el camino para él. Si esto es correcto, lo que sostengo es evidente por sí mismo, pues las causas de la guerra no pueden ser posteriores en fecha a la muerte de los individuos que la decidieron y planearon. Sin embargo, esto es lo que surge del relato presentado por otros historiadores, pues todos los sucesos citados en sus obras sobre este tema son posteriores a la muerte de Filipo.

 Comentario:

En el proceso de explicar la caída de la casa de Macedonia ante Roma, Polibio distingue la naturaleza de las causas del acontecer histórico en “últimas” o primarias, y “aproximadas”, “ocasionales” o secundarias. La relevancia de las causas “últimas” en la configuración del proceso histórico es crucial para su juicio.. La revisión crítica de las autoridades previas resulta palmaria. El papel protagonismo de las figuras públicas proceras -Habrupolis, Filipo y Alejandro de Macedonia, Perseo, Eumenes-, también. La médula de su explicación radica en aclarar el conflicto internacional que crea las condiciones de la guerra. Las conjuras que preceden el evento, expresión de la voluntad de poder de unos cuantos, recuerdan el argumento de Tucídides en torno al papel de las pasiones humanas en el desenvolvimiento histórico.

 

Fragmento 3: “Unidad o universalidad de la Historia” en Polibio de Megalópolis, Historia Universal bajo la Republica Romana. Libro VIII, capítulo 2.

Me enorgullezco de que el verdadero registro de los hechos ha confirmado ahora la verdad del principio que he destacado repetidamente en el comienzo de mi obra – el principio de que es imposible obtener de las monografías de los especialistas de historia un desarrollo de la morfología de la Historia Universal. Al leer una narración desnuda y aislada de los acontecimientos en Sicilia y España, es de todo punto de vista imposible comprender e interpretar la magnitud o la unidad de los hechos en cuestión, por los cuales yo pongo de manifiesto los métodos y medios de los que se ha valido la Fortuna para cumplir lo que ha sido el logro más extraordinario de nuestra generación. Este es nada menos que la reducción de todo el mundo conocido al dominio de un solo imperio -un fenómeno del cual no hay un ejemplo previo en la historia registrada. Un conocimiento limitado del proceso por el cual Roma capturó a Siracusa y conquistó España, puede ser, sin duda, obtenido de las monografías de los especialistas; pero sin el estudio de la Historia Universal resulta difícil comprender cómo ella consiguió la supremacía universal, cuáles fueron los hechos locales y particulares que impidieron la ejecución de proyectos generales, y además cuáles los sucesos y oportunidades que contribuyeron a su éxito. Por las mismas razones, no resulta fácil captar la magnitud de los esfuerzos de Roma o la potencia de sus instituciones. Que Roma compitiera por la posesión de España y también de Sicilia, y que ella realizara campañas en ambas regiones, no aparecería claro si se considerara cada suceso aisladamente. Sólo cuando consideramos el hecho de que tanto el gobierno como la comunidad estaban logrando resultados en varias esferas simultáneamente al conducir esas operaciones, y cuando incluimos en el mismo estudio las crisis internas y luchas que preocuparon a aquellos que eran responsables por todas las actividades en el extranjero mencionadas, entonces el carácter particular de los hechos surge claramente y logra llamar la atención que merece. Esta es mi réplica a los que imaginan que el trabajo de los especialistas los iniciará en la Historia General y Universal.

Comentario:

Polibio insiste en que no se puede obtener de las versiones de los “especialistas” una impresión de la “morfología de la Historia Universal”: el todo no equivale a la suma de sus partes. El “logro más extraordinario de nuestra generación”, a saber, “la reducción de todo el mundo conocido al dominio de un solo imperio”, es decir Roma, solo es posible mediante el estudio de la Historia Universal y la explicación de cómo tykhé o Fortuna facilitó ese proceso. Polibio, un griego, no puede ocultar su admiración por Roma y su despreció intelectual por las historias particulares. El conflicto entre lo universal y lo local, o la mirada macro y la mirada micro, está perfectamente planteado en este fragmento.

Cornelio Tácito,  «De las costumbres, sitios y pueblos de la Germania» en De Germania (Fragmento)

Origen: [El nombre de] Germania es nuevo y añadido poco ha: porque los primeros que pasaron el Rhin y echaron a los Galos de sus tierras se llamaban entonces Tungros, y ahora se llaman Germanos. Y de tal manera fue prevaleciendo el nombre de aquella nación que primero había pasado el Rhin, que dio nombre a toda la gente: y todos los demás al principio tomaron el nombre de los vencedores, por el miedo que causaban, y se llamaban Tungros: y después inventaron ellos mismos propio y particular nombre, y se llamaron universalmente Germanos. (…)

Yo soy de la opinión de los que entienden que los Germanos nunca se juntaron en casamientos con otras naciones, y que así se han conservado puros y sencillos, sin parecerse a sí mismos. De donde procede que un número tan grande de gente tienen casi todos la misma disposición y talle, los ojos azules y fieros, los cabellos rubios, los cuerpos grandes y fuertes solamente para el primer ímpetu. No tienen el mismo sufrimiento en el trabajo y obras de él; no son sufridores de calor y sed, pero llevan bien el hambre y el frío, como acostumbrados a la aspereza e inclemencia de tal suelo y cielo. (…)

germanosGeografía: La tierra, aunque hay diferencia en algunas partes, es universalmente de vista horrible por los bosques, y fea y manchada por las lagunas que tiene. Por la parte que mira las provincias de las Galias es mas húmeda, y por la que el Norico  y Panonia, más sujeta a aires. Es fértil de sembrados, aunque no sufre frutales; tiene abundancia de ganados, pero no de aquella grandeza y presencia que en otras partes: ni los bueyes tienen su acostumbrada hermosura, ni la alabanza que suelen por su frente. Huélganse de tener mucha cantidad, por ser esas solas sus riquezas y las que más les agradan. No tienen plata ni oro, y no sé si fue benignidad o rigor de los dioses el negárselo. Con todo, no me atrevería a afirmar, no habiéndolo nadie escudriñado, que no hay en Germania venas de plata y oro. Cierto es que no se les da tanto como a nosotros por la posesión y uso de ello: porque vemos que de algunos vasos de estos metales que se presentaron a sus embajadores y príncipes no hacen más caso que si fueran de barro. Bien es verdad que los que viven en nuestras fronteras, a causa del comercio, estiman el oro y la plata, y conocen y escogen algunas monedas de las nuestras; pero los que habitan la tierra adentro tratan más sencillamente, y a la costumbre antigua, trocando unas cosas por otras. Los que toman monedas las quieren viejas y conocidas, como son bigatos y serratos; y se inclinan más a la plata que al oro, no por afición particular que la tengan, sino porque el número de las monedas de plata es más acomodado para comprar menudencias cosas usuales. (…)

Guerra: Eligen sus reyes por la nobleza, pero sus capitanes por el valor. El poder de los reyes no es absoluto ni perpetuo. Y los capitanes, si se muestran más prontos y atrevidos, y son los primeros que pelean delante del escuadrón, gobiernan más por el ejemplo que dan de su valor y admiración de esto que por el imperio ni autoridad del cargo: mas el castigar, prender y azotar no se permite sino a los sacerdotes; y no como por pena, ni por mandado del capitán, sino como si lo mandara Dios, que ellos creen que asiste a los que pelean. Y llevan a la guerra algunas imágenes e insignias que sacan de los bosques sagrados. Y lo que principalmente los incita a ser valientes y esforzados es, que no hacen sus escuadras y compañías de toda suerte de gentes, como se ofrecen acaso, sino de cada familia y parentela aparte. Y al entrar en la batalla tienen cerca sus prendas más queridas, para que puedan oír los alaridos de las mujeres y los gritos de los niños: y estos son los fieles testigos de sus hechos, y los que más los alaban y engrandecen. Cuando se ven heridos van a enseñar las heridas a sus madres y a sus mujeres, y ellas no tienen pavor de contarlas ni de chuparlas y en medio de la batalla les llevan refresco y los van animando.
De manera que algunas veces, según ellos cuentan, han restaurado las mujeres batallas ya casi perdidas, haciendo volver los escuadrones que se inclinaban a huir, con la constancia de sus ruegos, y con ponerles delante los pechos, y representarles el cercano cautiverio que de esto se seguiría, el cual temen mucho más impacientemente por causa de ellas: tanto, que se puede tener mayor confianza de las ciudades que entre sus rehenes dan algunas doncellas nobles. Porque aún se persuaden que hay en ellas un no sé qué de santidad y prudencia, y por esto no menosprecian sus consejos, ni estiman en poco sus respuestas. (…)

Política: Los príncipes resuelven las cosas de menor importancia, y las de mayor se tratan en junta general de todos; pero de manera que, aun aquellas de que toca al pueblo el conocimiento, las traten y consideren primero los príncipes. Júntanse a tratar de los negocios públicos, si no sobreviene de repente algún caso no pensado, en ciertos días, como cuando es luna nueva, o cuando es llena; que este tiempo tienen por el más favorable para emprender cualquiera cosa. No cuentan por días, como nosotros, sino por noches. Y en esta forma hacen sus contratos y asignaciones, que parece que la noche guía el día. Tienen esta fata causada de su libertad, que no se juntan todos de una vez, ni al plazo señalado, y así se suelen gastar dos y tres días aguardando los que han de venir. Siéntanse armados y cada uno como le agrada. Los sacerdotes mandan que se guarde silencio y todos los obedecen, porque tienen entonces poder de castigar. Luego oyen al rey o al príncipe, que les hacen los razonamientos según la edad, nobleza o fama de cada uno adquirida en la guerra, o según su elocuencia, teniendo más autoridad de persuadir que poderlo de mandar. Si no les agrada lo propuesto, contradícenlo haciendo estruendo y ruido con la boca; pero si les contenta, menean y sacuden las frámeas, dando con ellas en los escudos que tienen en las manos. Que entre ellos es la más honrada aprobación la que se significa con las armas.

Justicia: Puede cualquiera acusar en la junta a otro, aunque sea de crimen de muerte. Las penas se dan conforme a los delitos. A los traidores y a los que se pasan al enemigo ahorcan de un árbol, y a los cobardes e inútiles para la guerra y a los infames que usan mal de su cuerpo ahogan en una laguna cenagosa, echándoles encima un zarzo de mimbres. La diversidad del castigo tiene respeto a que conviene que las maldades, cuando se castigan, se muestren y manifiesten a todos, pero los pecados que proceden de flaqueza de ánimo débense esconder aun en la pena de ellos. Por delitos menores suelen condenar a los convencidos de ellos en cierto número de caballos y ovejas, de que la una parte toca al rey o a la ciudad, y la otra al ofendido o a sus deudos. Eligen también en la misma junta los príncipes, que son los que administran justicia en las villas y aldeas. Asisten con cada uno de ellos cien hombres escogidos de la plebe, que les sirven de autoridad y consejo.

Costumbres: Siempre están armados cuando tratan alguna cosa, o sea pública o particular, pero ninguno acostumbra traer armas antes que la ciudad le proponga por bastante para ello a la junta, en la cual uno de los principales, o su padre o algún pariente le adornan con un escudo y una frámea. Esta es entre ellos la toga y el primer grado de honra de la juventud. Hasta entonces se tienen por parte de la familia, y de allí adelante de la república. Eligen algunas veces por príncipes algunos de la juventud, o por su insigne nobleza, o por los grandes servicios y merecimientos de sus padres. Y éstos se juntan con los más robustos, y que por su valor se han hecho conocer y estimar, y ninguno de ellos se corre de ser camarada de los tales y de que los vea entre ellos; antes hay en la compañía sus grados más y menos honrados, por parecer y juicio del que siguen. Los compañeros del príncipe procuran por todas vías alcanzar el primer lugar cerca de él; y los príncipes ponen todo su cuidado en tener muchos y muy valientes compañeros. El andar siempre rodeados de una cuadrilla de mozos escogidos es su mayor dignidad y son sus fuerzas, que en la paz les sirve de honra y en la guerra de ayuda y defensa. Y el aventajarse a los demás en número y valor de compañeros, no solamente les da nombre y gloria con su gente, sino también con las ciudades comarcanas: porque éstas procuran su amistad con embajadas, y los hombres con dones, y muchas veces con sola la fama acaban las guerras, sin que sea necesario llegar a ellas.

Comentario:

En el fragmento que he denominado “Origen”, Cornelio  Tácito demuestra el enorme interés de los historiadores por determinar dónde empiezan los procesos que les ocupan. Establecer el origen equivale a buscar un acontecimiento sin antecedente inmediato que, en la realidad de las cosas, no existe. El tema del origen traduce la idea del inicio de los tiempos –in illo tempore– de los mitos. La idea de que “el nombre de los vencedores se impone, por el miedo que causaban” es importante. Sirve para introducir la caracterización de los germanos como un pueblo fuerte que cultiva la pureza racial al no mezclarse con otros pueblos.

En “Geografía” se destacan las limitaciones que les ha impuesto a los Germanos la geografía: “vista horrible”, fértil aunque “no sufre frutales”, buen ganado pero de baja calidad, no poseen oro ni plata y algunas comunidades del interior no lo valoran. Destaca la simpleza de la “economía natural” de los mismos.

En el apartado sobre la “Guerra” se destaca el papel del valor militar en la vida política de los Germanos: se trata de un valor supremo. Los sistemas de castigo social son responsabilidad de los sacerdotes. Guerreros y sacerdotes son las figuras de poder en aquel orden. La guerra conserva muchos elementos de un ritual religioso : las reliquias que cargan los soldados, el papel de las mujeres son expresiones de un ritual que el texto describe pero no interpreta.

En “Política” se destacan la forma en que toman decisiones colectivas: en luna nueva o luna llena, al final o al comienzo de un ciclo astronómico. El papel de los sacerdotes y los guerreros en la toma de decisiones confirma su posición de control social.

La “Justicia” germana ejecuta castigos públicos que deben ser ejemplares. Castigan con más empeño los delitos militares como la traición y la cobardía, según compete a una sociedad guerrera.

En “Costumbres” se confirma que la vida social y el respeto público se establecen sobre el alarde de las capacidades militares. El escudo y la frámea son emblemas de  poder social. Poseerlas significa entrar de lleno a la comunidad como un guerrero maduro. El ritual de la fuerza física era crucial para los germanos. Eso es lo que Cornelio Tácito admiraba más de aquella comunidad bárbara.

  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor
  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor

En Cornelio Tácito (c. 55- c. 120 d. C.) el lector enfrenta un caso distinto. Cornelio Tácito fue Senador y Cónsul y, en consecuencia, un servidor del Estado Romano. No vio la transición definitiva al Imperio y aceptó las reglas del nuevo orden con algunas reservas. A pesar de su origen, consiguió insertarse en el seno de  la aristocracia militar mediante enlaces matrimoniales y acomodos bien pensados. El orden social imperial permitía entonces aquel juego de posibilidades. Una vez acomodado, interpretó las posturas de aquellas elites orgánicas a las que tanto debía. Fue autor de las Historias, los Anales y De Germania.

Cornelio_TacitoSu gran tema fue la decadencia de los valores que hicieron a Roma Republicana una cultura poderosa. La concepción del progreso hacia un fin preciado, dada la vacilación y la contingencia de los sistemas sociales, genera la idea de la decadencia como contrapunto de aquella. Visto desde una perspectiva filosófica, Cornelio Tácito retrató la latinidad Decadente, el proceso de disolución de un presunto Poder Universal. Esa percepción maduró en una forma de nostalgia romántica: ante el presente del cual desconfía, se justifica la evocación y el deseo de retorno a los orígenes, a los elementos que hicieron a la República admirable.

Cuando el pressente se asume como una crisis,  genera visiones utópicas del pasado. Esa fue la actitud que en 1930, se consolidó en Puerto Rico en el hispanofilismo de la Generación del 1930 y en la promoción nacionalista radical. Pero esto no debe tomarse con una ley de la historia. Las posibilidades de que la conciencia de la crisis promueva visiones utópicas del futuro, también está presente. El Medioevo, el momento de Humanismo y la Modernidad están llenos de ejemplo de ello como veremos en otra ocasión. Lo importante es reconocer que, en momento de fuertes crisis axiológicas, el presente filtra el imaginario del pasado a la luz de ciertas esperanzas de futuro en que estas tres temporalidades se superponen.

La nostalgia romántica del pasado siempre se resuelve como el rechazo de un presente que se odia porque el mismo se apropia como la conciencia de un tiempo perdido. El romántico busca ese tiempo extraviado con la intención de, una vez depurado, reinsertarlo en el presente. Cuando se toma conciencia de lo que se perdió, la noción de la decadencia estará completa. Lo más interesante de esta actitud es que, muy adentro de la misma, anida la idea del retorno a un pasado que fue mejor. El historiador se encuentra comprometido con un proyecto utópico pasatista que le sugiere las pistas para enfrentar los nuevos tiempos por medio de un proyecto utópico futurista.

Los argumentos de Cornelio Tácito son bien conocidos.  Roma fue grande por la capacidad militar natural de los hombres de los orígenes: el culto a pureza del origen impoluto está claro. El orden participativo de la República fue un buen crisol para aquellos valores honorables y de fuerza. En el orden autoritario del Imperio todopoderoso y civilizado, aquellos valores se anquilosaron y se perdieron. La idea de que la civilización, el poder, la comodidad y la riqueza, eliminan los retos a los hombres y podan su voluntad de poder es común en la literatura mítica e histórica desde la Épica de Gilgamesh, hasta las síntesis de Oswald Spengler y Arnold Toynbee.

Esa vida muelle y refinada, representa un freno al dinamismo cívico y las cualidades viriles, asociadas a la lógica del esfuerzo y, mediante ello,  a la fuerza misma. Alejarse del origen tosco es debilitarse y acercarse al fin. Las teorías de la decadencia vieron en las cúspides de poder, simples meandros que anunciaban la muerte. Cornelio Tácito echó las bases de una teoría romántica de la decadencia que despreciaba al hombre civilizado en nombre del buen salvaje y el hombre natural. En ese retorno veía una esperanza de recuperación, a la vez que sugería que la historia de los imperios era cíclica, como todo buen clásico

Por último, el modelo de virilidad y fuerza que haya este historiador se concentraba en el otro, en el bárbaro, en los habitantes no latinos de la frontera. El rechazo a la latinidad parece evidente en esta escritura. Cornelio Tácito encontró en los germanos un modelo de capacidad militar natural. Aquellas comunidades de emigrantes y guerreros marginales, despreciados por la cultura del Imperio, representaban lo que había sido el latino, la gente del Lacio, antes de antes de civilizarse y perderse. El culto a la fuerza del germano bruto y vigoroso, comienza con este escritor que también es casualmente, una de las fuentes de arianismo racista del siglo 20. En ello consistía su proyecto utópico futurista: en la semilla de Europa. Cornelio Tácito ejecuta la mirada de su pasado, en función de los valores de su presente. La historia se formula para explicar su pasado sino para explicar su presente. ¿Para qué más sirve aparte de eso?

 

Una síntesis

En los modelos comentados, se confirma la postura de Robin Collingwood de que la historiografía latina pierde todas las pretensiones racionalistas que le había impuesto Tucídides a la disciplina, y entra en el terreno del discurso moral y ético. Pero a la vez conserva su profundo carácter pragmático porque sigue teniendo una utilidad ligada al civismo y el ejercicio del poder. La mayeútica ha dado paso al método a un tipo de discurso autoritario que respeta las fuentes escritas y discrimina respecto a la fiabilidad aquellas que tenga accesibles. En ese sentido, el historiador encuentra fuentes válidas y fuentes que no lo son. Una vez concebida la historia antigua, la antigüedad de la fuente es un criterio de legitimidad. La razón es que se encuentra más cercana a los orígenes, pero no siempre es una es garantía de veracidad. El discurso autoritario promueve la cita de otros autores para confirmar los argumentos del historiador.