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  • Historiador y escritor

El fenómeno ideológico del espiritismo, llena buena parte de la segunda mitad del siglo 19 europeo-americano. En cierto modo, en la medida en que este movimiento afirmaba su carácter científico como una característica, sentaba las pautas de la imagen que quería se tuviese de sí mismo.  Trataba en efecto de emparentarse con la rica tradición científico-racionalista que desde el siglo 17 se afirmaba en la mentalidad europea. Se trataba de una voluntad contradictoria pero no del todo incapaz de establecer un puente de comunicación. El planteamiento metodológico cartesiano y el baconiano, con sus combinaciones deductivas e inductivas, se había ido imponiendo en la tradición occidental.

Era, por otro lado, una manera de validar sus conclusiones en un siglo 19 que convirtió a la ciencia natural y sus métodos en el modelo explicativo por excelencia. Ese, valga decirlo, no fue rasgo privativo del movimiento espiritista. En la historia y en las disciplinas sociales se dio un fenómeno paralelo. El historicismo, el materialismo histórico y el positivismo comtiano, fueron una clara manifestación de la misma ansiedad o manía cientifista.

El espiritismo heredó de hecho los principios doctrinales de una ciencia (la natural) para la cual experimento y demostración eran claves. Por eso las mesas (el taller), fueron siempre el brazo fuerte de una teoría compleja que no dejaba de mostrar una pluralidad en donde las tradiciones judeo-cristianas y las puramente orientales (el eterno dilema de la reencarnación y su interpretación como modelo del retorno, por ejemplo), tuvieron que aprender a convivir.

Allan Kardec

El impacto de ello en el lenguaje de los espiritistas de finales del siglo XX puertorriqueños es evidente: Manuel Corchado y Juarbe, un neoclásico, veía en el espiritismo una disciplina con potencial académico que debía enseñarse en las universidades. El compromiso de Rosendo Matienzo Cintrón con demostrar la realidad del fenómeno espírita en la prensa escrita mediante pruebas irrefutables y razonables, más que una mera reacción a los ataques de la ortodoxia católica, representa  la búsqueda de un método  expositivo a la altura de la confiabilidad de la ciencia natural misma.

Por otra vía, el espiritismo se puede vincular con la llamada tradición ilustrada del siglo 18 y su voluntad de abrirse a planteamientos polémicos y espacios nuevos. El mismo culto a la ciencia y, en consecuencia, la traducción de la idea del progreso al mundo de lo puramente espiritual, puede ser interpretado como un original intento de síntesis que tampoco fue exclusivo de los espiritistas decimonónicos. Razón, ciencia y progreso, los grandes hitos de la modernidad, están en la base del desarrollo del planteamiento espírita, hecho que lo convierte en un fenómeno pertinente hoy, al filo del límite de la modernidad.

Lo que sucede es que esta vertiente progresista del espiritismo puede evaluarse de diversos modos. La imagen de un espíritu que progresa tras la caída hacia una probable salvación, había estado presente en la tradición judeo-cristiana desde tiempos inmemoriales y se había hecho parte de la ideología de occidente a través de los rabinos, los místicos y los teóricos del providencialismo, entre otros. Si, como aseveran múltiples historiadores de las ideas, la noción de progreso secular es hija de aquella noción de progreso sagrada, el investigador se encuentra ante un círculo ideológicamente cerrado. Allan Kardec era un buen ejemplo de lo que llevo dicho. Formado a la manera de la ciencia del siglo 18, usa sus cimientos para cuestionar lo que la misma no pudo resolver.

Pero como todo movimiento complejo, el espiritismo no fue sólo una traducción de la mitología de la época ilustrada y de la razón. También fue la respuesta a un problema que acompañó al crecimiento desmedido del capitalismo avanzado en la segunda mitad del siglo 19 europeo y que provocó reacciones múltiples y ricas en aquel contexto social. Desde mediados del siglo 19, dos nociones se hacen cada vez más poderosas en el imaginario occidental.

Primero, la idea del abismo que se había desarrollado  en la sociedad industrial avanzada entre la cultura material y el yo afirmando la fragilidad del ser humano. Karl Marx había hablado de ello llamándolo alineación. A fines del siglo 19 y principios del 20 también lo propuso uno de los padres fundadores de la sociología, Georg Simmel, identificándolo con la mercantilización de todo. Segundo, sin duda profundamente vinculado a lo antes referido, se reafirma la concepción de que occidente se encontraba en un proceso de decadencia. Para Jacob Burckhardt y Friedrich Nietzsche durante la última parte del siglo 19, y para Oswald Spengler y Arnold Toynbee en el primer tercio del 20, esa era la respuesta al dilema existencial. Los dos problemas estaban, por lo demás, muy relacionados.

El espiritualismo en general y el espiritismo en particular fueron, a la larga, respuestas concretas al primer problema. La filosofía de la existencia como clave desde Soren Kierkegaard hasta el pluralismo de Martín Heidegger sirvió para atenuar, que no para resolver, lo segundo. Hay que recordar que cuando el espiritismo madura los cimientos del occidente socio-cultural están siendo cuestionados desde adentro de occidente. El siglo 20 verá su deslegitimación desde fuera.

Mesa espiritistaEl espiritismo proponía un encuentro del ser humano consigo mismo en un momento en que la esperanza escatológica llegaba a su clímax. El año 1806 había sido una de las claves de ello porque había marcado el fin de los últimos rezagos del mítico cuarto imperio en Europa. Ese año el nuevo césar había puesto fin al Sacro Imperio Romano Germánico. Para muchos iniciados, el fin estaba a la vuelta de la esquina. El retorno a la magia y a las explicaciones religiosas y hasta la misma idea de la decadencia, pueden ser interpretadas desde esta perspectiva.

Yo no creo que los fenómenos históricos como las ideologías, son necesarios o inevitables en el sentido filosófico de la palabra. Los mismos se pueden explicar en los contextos concretos en que surgen y la explicación se puede traducir en necesidad. El espiritismo fue una respuesta pertinente es decir, realista y significativa dentro de la época y el ámbito en el que se desarrolló. Respondió una multiplicidad de preguntas a los problemas que le atañían. También sirvió de base para plantearse el problema de una realidad opresiva desde una perspectiva renovadora.

Lo que sucede es que buena parte de los condicionamientos y circunstancias que permitieron la consolidación del ideario espiritista en el periodo decimonónico aún son válidos en el presente. El conflicto entre los valores y los modelos de vida occidentales  fue notable en el siglo 19, hizo crisis en el siglo 20 y esa tendencia no parece que vaya a cambiar entrado el siglo 21. Sólo pensando en ello, se puede  comprender la persistencia de un corpus ideológico de esta naturaleza a pesar de las agresiones del estatus quo.

La reacción ante el espiritismo científico fue la que se podía esperar de un occidente atrapado dentro de los ciclos de acción-reacción. En 1864, el papa Pío IX hizo pública la encíclica Quanta cura en donde condenaba la mayor parte de los proyectos que la democracia liberal burguesa del siglo 19 y 20 consideraría sus logros ideológicos y prácticos más notables. Ese mismo año, en el Syllabus, se reprobaban buena parte de las ideologías que la modernidad había hecho suyas, desde la democracia liberal hasta la tolerancia, desde el socialismo hasta la masonería. La iglesia católica no toleró posturas anticlericales y las sugerencias panteístas del espiritismo.

La comunidad científica tampoco dio mucha importancia a la invención espírita. La definición que aquella tenía de la ciencia, se ceñía a unas concepciones sumamente estrechas que no dejaban espacio a las posibilidades de conocimientos en otro ámbito que no fuere el material. A pesar de ello, el espiritismo se difundió pronto por buena parte de los países del occidente europeo y de América. La ciencia convencional, redujo su reacción ante la amenaza espiritista al silencio respecto a ese tipo particular de saber desde lo límites. Si el espiritismo aspiraba a legitimarse en el seno de la civilización moderna, tendría que convencer a la comunidad científica de que había fenómenos que no podían ser comprendidos mediante la aplicación de sus artefactos y sus instrumentos. Esa situación no se ha alterado en el presente.

En Hormigueros, P.R., a 13 de abril de 2001-6 de septiembre de 2010.

Nota: El documento que antecede es el prólogo del libro Espiritismo y cultura en Puerto Rico (Inédito, 2001).