- Mario R. Cancel-Sepúlveda
- Historiador
La historiografía era una disciplina universitaria y una industria cultural significativa en 1900. Los profesionales y académicos vinculados a la disciplina reconocían los límites de los paradigmas sobre los cuales se sostenía aquella. La reflexión filosófica de los últimos 30 años del siglo 19 había sido muy precisa en cuanto a ello. Un sector significativo de los historiadores aceptaba que era ilusorio pensar que la razón, la ciencia y la teoría del progreso fueran capaces de explicar del todo a la humanidad. Les preocupaba que la historiografía tradicional y el Gran Relato Moderno había excluido o tratado con superficialidad la discusión de la sociedad y la cultura de la explicación y que a lo sumo, cuando reflexionaban sobre aquellos espacios, los veían como un “reflejo” o “emanación” de la política y el derecho y no como escenarios autónomos de aquellos. Su actitud demostraba que la ansiedad de universalidad que se había propuesto durante el periodo de la Ilustración no se había cumplido por lo que se hacía necesario retomar el proyecto de una “historia total” desde una perspectiva innovadora.
La «historia total» a la que aludían debía poseer una nueva complejidad. No era suficiente incluir o sumar las historias de todas las culturas del mundo como había sugerido Voltaire en su reflexión el siglo 18. El desarrollo de las ciencias sociales y humanas académicas durante el siglo 19 había dejado claro que a la hora de escribir la historia también había que tomar en consideración las densas y complejas relaciones humanas que se daban más allá de la vida política y jurídica. Pensar históricamente o introducir al discurso de los historiadores las dimensiones materiales, sociales, culturales y emocionales del género humano no era una tarea fácil pero debía ser enfrentada. La faena implicaba, por un lado, que se debía reconocer que aquellas dimensiones poseían cierta autonomía de los determinantes políticos y jurídicos y que, por otro lado, influían en aquellos. La nueva complejidad se podría resumir en la idea de que unas dimensiones y otras interactuaban en un circuito y se influenciaban una a otra de manera dinámica y dialéctica. Para conseguir esos objetivos algunos historiadores decidieron que había que aprovechar los avances de ciencias sociales tales como la economía, la geografía, la antropología, la sociología y la psicología. Ante la historiografía tradicional se desarrollaría una historiografía nueva que cambiaría de modo dramático la manera de pensar al ser humano en el tiempo y el espacio.
La ruptura con la historiografía tradicional no fue total: ninguna ruptura lo es. Los defensores de una historiografía nueva reafirmaron algunos de los valores de la historiografía tradicional. Las continuidades más significativas fueron, a saber:
- La idea de que la historia era comprensible y poseía una relación estrecha con la vida ciudadana
- La idea de que la historia poseía una estructura que mantenía unida sus partes y que esa estructura podía ser conocida por el observador
- La idea de que la documentación guardada en los archivos históricos, no solo la institucional y la jurídica sino también la que descansaba en otros depósitos de la memoria como las bibliotecas y los museos, era una fuente fundamental para interpretación del pasado y el conocimiento del presente
- La idea de que había que mantener cierta distancia de la filosofía y la metafísica por su carácter especulativo
Sin embargo también alentaron la creatividad de los profesionales del campo en varios aspectos en los que diferían con la historiografía tradicional. Las discontinuidades más significativas fueron, a saber:
- Introdujeron en la historiografía métodos de las ciencias sociales
- Aceptaron con cautela el perspectivismo y el relativismo sugeridos el vitalismo filosófico y confirmado por la física relativista y cuántica
- Volvieron a comprometerse con la meta de producir una historia científica pero le dieron un sentido distinto al concepto “ciencia”. Historiadores como el francés Marc Bloch (1886-1944) y el holandés Johan Huizinga (1872-1945), y filósofos de la historia como William Henry Walsh (1951), consideraban el trabajo de los historiadores como un “tipo especial” de ciencia o como una “disciplina intelectual” que combinaba recursos de las ciencias llamadas exactas con otras disciplinas interpretativas de carácter reflexivo y creativo.
Los propulsores de una historiografía nueva se cuidaron de evitar ciertas posturas que derivaban del vitalismo filosófico según lo habían expresado Nietzsche y Bergson, entre otros. La actitud crítica ante la razón y la ciencia no significaba abadona la racionalidad con el fin de abandonarse a la intuición y la estética. De igual manera, tampoco debía conducirlos al nihilismo o el escepticismo extremo como sugería el pensamiento nietzscheano. Por el contrario, partiendo de la alianza con las ciencias sociales, aquellos pensadores se consideraban en posición de restituir y reinventar la historiografía y ratificar de manera creativa la confianza en los ideales modernos y en la cultura occidental.
Los focos de discusión camino a una historiografía nueva maduraron en Estados Unidos y en Francia a principios del siglo 20 a partir de tres experiencias.
- La New History asociada al historiador James Harvey Robinson (1863-1936)
- La “Historia Total” asociada al historiador Henri Berr (1863-1954)
- La “Historia Social y Económica” centrada en la revista Annales y a las personalidades de los historiadores Marc Bloch y Lucien Febvre (1878-1956) en Francia
Los elementos comunes de las tres experiencias fueron varios. Por una parte, tomaron distancia de los temas ligados al denominado “Dios de la Modernidad”, es decir, el estado-nación según lo definió el historiador cubano de origen catalán Josep Llobera (1939-2010) en un libro publicado en 1994. La actitud implicaba que el tema central de aquella materia dejó de ser la política, la guerra y las relaciones internacionales por lo que la presencia del lenguaje de la ciencia política, la jurisprudencia y la diplomacia se redujo. El resultado neto de ello fue que el interés por el acontecimiento, las figuras proceras y las elites de poder también decreció. Por el contrario, su interés se desvió hacia la economía, la sociedad, los procesos de interacción humana y los personajes colectivos, actitud que llamaba la atención sobre la naturaleza de las clases sociales en pugna y el lugar que ocupaban los seres humanos concretos en el proceso de producción material.
En términos filosóficos, rompieron con la idea de que la sociedad y el mercado eran el resultado neto de las estructuras del estado (las instituciones) y del derecho (las leyes) y asumieron que había una relación más dinámica entre aquella. El giro interpretativo legitimó y fortaleció la aproximación a disciplinas de las ciencias sociales tales como la sociología, la economía y la geografía. Todo sugiere que la historiografía nueva poseía coincidencias con los postulados del Materialismo Histórico, filosofía especulativa de la historia que expresaba preocupaciones análogas.
En términos de las áreas de trabajo que más llamaban su atención, mostraron particular interés por el estudio de las “culturas” o “civilizaciones” tanto en sus aspectos materiales como espirituales. “Cultura” es un concepto abarcador proveniente del latín que alude a la capacidad humana para producir bienes materiales e inmateriales. “Civilización”, también del latín, refiere los celebrados logros del comunidades urbanas desde la antigüedad. La historiografía nueva favorecía una mirada macroscópica e interpretaba aquellos dos conceptos como la expresión de las relaciones sociales manifiestas en su seno. El interés por las culturas y las civilizaciones legitimó la interacción de los historiadores innovadores con la antropología y la sicología. Aquella actitud favoreció el desarrollo de las miradas macroscópicas y abarcadoras del pasado más que la nacionales o locales por lo que servía bien al propósito de crear una historia total, según el sueño de los ilustrados, pero con instrumentos más confiables.
Aquella actitud ha sido identificada con el nombre de “giro social” concepto que sugería el reconocimiento de la importancia de la sociedad y sus expresiones culturales en el proceso de comprensión de la situación de los seres humanos en la historia, a la vez que validaba la estrecha alianza de los historiadores con las ciencias sociales. La nueva disposición no debe ser interpretada en el sentido de que se abandonó por completo la investigación del estado-nación sino que aquella se elaboró a la luz de los saberes sociales.
El hecho de que la tendencia del giro social tuviese preocupaciones similares a las que expresaba el Materialismo Histórico surgido a mediados del siglo 19 debe tomarse con cuidado. En cierto modo, el Materialismo Histórico adelantó la discusión de la historia con componentes de las ciencias sociales. Sin embargo, a principios del siglo 20 habían madurado ciencias sociales nuevas mientras otras habían sido reformuladas y, en términos generales, habían cambiado al convertirse en disciplinas universitarias y académicas propias de los países más avanzados del mundo.