• Charles Louis de Secondat,  Baron de Monstequieu (1689-1755) Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y su decadencia (1734)

Fragmento del Capítulo IX: Dos causas de la pérdida de Roma

Cuando el territorio dominado por Roma se limitaba a Italia, podía subsistir fácilmente. Todo soldado era ciudadano al mismo tiempo; cada cónsul reclutaba un ejército, y otros ciudadanos iban a la guerra bajo el mando de quien le sucedía. No siendo excesivo el número de las tropas, se cuidaba de no recibir en la milicia más que a gente con bienes suficientes para que tuviesen interés en la conservación de la ciudad. Por último, el Senado veía de cerca la conducta de los generales y les quitaba la intención de hacer algo contra su deber.

Barón de Montesquieu

Pero cuando las legiones pasaron los Alpes y el mar, los hombres de guerra, obligados a permanecer durante muchas campañas en los países que sometían, perdieron poco a poco el espíritu ciudadano; y los generales, disponiendo de los ejércitos y de los reinos, adquirieron el sentimiento de su propia fuerza y no pudieron obedecer más. Los soldados empezaron, entonces, a no conocer más que a su general, y a fundar en él todas sus esperanzas y a ver a la ciudad cada vez más lejana. No fueron ya soldados de la República, sino de Sila, de Mario, etc. […]

[…] [C]uando el pueblo pudo dar a sus favoritos formidable autoridad en el exterior, toda la sabiduría del Senado resultó inútil, y la República se perdió. […]

Si la grandeza del Imperio perdió a la República, no contribuyó menos a ello la extensión que dieron a la ciudad. Roma había sometido todo el universo, con la ayuda de los pueblos de Italia, a los que concedió en diferentes épocas diversos privilegios. La mayor parte de estos pueblos no se cuidaron al principio del derecho de ciudadanía entre los romanos; y algunos prefirieron conservar sus propios usos. Pero cuando este derecho fue el de la soberanía universal, cuando en el mundo no se era nada si no se era ciudadano romano, y con este título se era todo, los pueblos de Italia resolvieron perecer o ser romanos; no pudiendo conseguirlo por la súplica ni por la intriga, recurrieron a las armas. Se sublevaron en toda la costa del mar Jónico, y los otros aliados iban a seguirlos. Roma, obligada a combatir contra los que eran, por así decirlo, las manos con que encadenaba el universo, estaba perdida; se veía reducida a sus murallas; decidió conceder este derecho a los aliados que le habían sido fieles; poco a poco se lo concedió a todos. Desde entonces Roma no fue ya la ciudad en que el pueblo no había tenido sino un solo espíritu, un mismo amor por la libertad, un mismo odio por la tiranía, donde aquella envidia del poder del Senado y de las prerrogativas de los grandes, siempre mezclada de respeto, no era sino amor a la igualdad.

Cuando los pueblos de Italia fueron todos ciudadanos romanos, cada ciudad aportó su genio, sus intereses particulares y su dependencia de algún gran protector. La ciudad, desgarrada, no formó un todo universal, y como el ser ciudadano sólo era una especie de ficción, ya no eran los mismos magistrados, las mismas murallas, los mismos dioses, los mismos templos, las mismas sepulturas; ya no miraban a Roma los mismos ojos, ya no hubo el mismo amor a la patria, y los sentimientos romanos dejaron de existir. […]

Comentario

Montesquieu fue un intelectual muy activo en la Academia Francesa que se había ordenado en la francmasonería en Gran Bretaña. El tema del Imperio Romano llama su atención de una manera poderosa. La pregunta es cómo explicar la desaparición de un fenómeno tan imponente como aquel a la luz de la cultura del siglo 18. Su tesis es clara: “la grandeza del Imperio perdió a la República” y los valores del primero negaban en su totalidad a los  de la segunda.

El pensador arguye, por un lado, que el crecimiento o la expansión de la soberanía de Roma, tuvo efectos letales en la voluntad del latino común en la medida en que minó su compromiso con la República, limitó su virtus y mutiló su libertad. El cambió los hizo indisciplinados y erosionó su compromiso con una causa colectiva superior: los valores republicanos. Los soldados dejaron de ser fieles a la República para ser fieles a un General, un mandatario o un emperador.

La segunda parte de su reflexión va en otra dirección: la extensión del derecho de ciudadanía de Roma,  había sido el privilegio de una aristocracia o de una minoría. Una vez es compartido con  los pueblos ocupados se vulgariza y la situación lo  vacía de todo valor simbólico. Ya no se trata de algo que se gane a través del esfuerzo, sino más bien de algo que se consigue incluso por medio de las armas. Bajo aquellas condiciones, ya no era posible al “amor a la patria, y los sentimientos romanos dejaron de existir”. Cuando el Imperio Romano cae, su mística ya había desaparecido. Lo único que quedaba en pie era la ilusión de su grandeza.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

Nota: La selección de los textos es de Óscar Godoy Arcaya

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  • Edward Gibbon (1737-1794), Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano (1776)

Fragmento del “Capítulo XXI Persecución de la herejía.–Cisma de los Donatistas.– Controversia arriana. – Desquiciamiento de la Iglesia y del Estado bajo Constantino y sus hijos.– Tolerancia del Paganismo”. Traducción de José Mor Fuentes

[Cristianismo]

Mientras la nación [El Imperio Romano] en globo seguía practicando sus ceremonias legales y dedicándose a su ganancioso comercio, algún hebreo más fino se engolfaba de por vida en contemplaciones religiosas y filosóficas. Cultivaron y abrazaron los judíos el sistema teológico del sabio ateniense [Platón]; pero el engreimiento nacional se hubiera mortificado con la confesión llana de su primitiva pobreza, y allá contaban denodadamente, como herencia sagrada de sus antepasados, el oro y pedrerías de que últimamente habían defraudado a sus dueños egipcios.

Un siglo antes del nacimiento de Cristo, salió a luz un tratado filosófico que está a las claras manifestando el estilo y los conceptos de la escuela de Platón de los judíos alejandrinos, y se recibió unánimemente como reliquia preciada y genuina de la sabiduría inspirada de Salomón. [El Libro de Sabiduría] Hermandad semejante de la fe mosaica y la filosofía griega asoma en las obras de Filón [de Alejandría], compuestas la mayor parte bajo el reinado de Augusto [27 AC-14 DC]. Podía el alma toda material del universo lastimar la religiosidad de los hebreos, pero aplicaban el concepto del Logos al Jehovah de Moisés y de los patriarcas, y el Hijo de Dios habitó la tierra bajo apariencia visible, y aun humana, para desempeñar aquellas faenas tan familiares que parecen incompatibles con la naturaleza y los atributos de la Causa Universal.

Edward Gibbon

Edward Gibbon

La elocuencia de Platón, el nombre de Salomón, la autoridad de la escuela de Alejandría y el consentimiento de judíos y griegos, eran insuficientes para plantear una doctrina misteriosa y verdadera que pudiera agradar, mas no convencer a la racionalidad despejada (Año 97). Sólo un profeta o apóstol inspirado por la Divinidad alcanzará a dominar la fe del linaje humano; y la teología de Platón viniera a quedar para siempre confundida con las visiones filosóficas de la Academia, del Pórtico u del Liceo, a no confirmarse el nombre y atributos del Logos con la pluma celestial del postrero y más sublime Evangelista [San Juan el Bautista]. La Revelación Cristiana, que llegó a consumarse bajo el reinado de Nerva [96-98 DC], patentizó al mundo el asombroso arcano de que el Logos que estaba desde el principio con Dios y era Dios, que lo hizo todo, y para quien todo fue hecho, se encarnó en la persona de Jesús de Nazaret, nació de una virgen y padeció muerte en la cruz. Además del intento general de fundar sobre perpetua base los realces divinos de Jesucristo, los escritores eclesiásticos más antiguos y respetables atribuyen al teólogo evangélico el ánimo especial de confutar las dos herejías opuestas que trastornaron la paz de la iglesia primitiva.

I. La fe de los ebionitas, y quizás de los nazarenos era tosca e incompleta. Reverenciaban a Jesús como sumo profeta, dotado de virtud y poderío sobrenatural; aplicando a su persona y reino venidero todas las predicciones de los oráculos hebreos relativas al reino espiritual y sempiterno del prometido Mesías. Alguno venía a confesarle su nacimiento de una virgen, pero todos obstinadamente rechazaban su existencia anterior y las perfecciones divinas del Logos o Hijo de Dios, que tan terminantemente se definen en el Evangelio de San Juan. Como medio siglo después, los ebionitas, cuyos errores menciona Justino Mártir [100-165 DC] con menos severidad de lo que al parecer merecen, componían una escasa porción del gremio cristiano.

II. Los gnósticos, señalados con el sobrenombre de docetes, pararon en el extremo opuesto, y al dar por sentada la naturaleza divina de Cristo, estaban manifestando su parte humana. Alumnos de la escuela de Platón, avezados al concepto sublime del Logos, conceptuaron desde luego que el brillantísimo Eón, o Emanación de la Divinidad podía revestirse de todo el exterior, de la apariencia visible de un mortal; mas se empeñaban vanamente en que las imperfecciones de la materia son incompatibles con la pureza de una sustancia celeste. Humeaba todavía la sangre de Cristo en el monte Calvario, cuando allá los docetes soñaron una suposición tan impía como disparatada de que, en vez de salir de las entrañas de una virgen, habíase apeado por las orillas del Jordán en forma ya perfectamente varonil; que había embelesado los sentidos de sus enemigos y de sus discípulos, y que los ministros de Pilatos habían desfogado su saña desvalida sobre una estantigua [huest antigua contraído que equivale a procesión de fantasmas] aérea que expiró al parecer en la cruz, y resucitó a los tres días de entre los muertos.

 

[Decadentismo]

El curioso que va tendiendo desconsoladamente la vista por los escombros de Roma se indigna contra los godos y vándalos por los estragos que no pudieron cometer, ni por el espacio, ni por la potestad, ni quizás por su inclinación. Pudo el turbión de la guerra derribar las techumbres más encumbradas; pero el descalabro que iba minando los cimientos de tantísima mole continuó pasada y calladamente por un plazo de diez siglos; y los móviles del interés, que luego fueron obrando abiertamente, fueron severamente reprimidos por Mayoriano [Julio Valerio 457-461 DC]. La decadencia de la ciudad había ido menoscabando los edificios públicos; incitaban a veces el circo y el teatro el afán del pueblo sin satisfacerle; los templos que se habían salvado del acaloramiento de los cristianos no contenían ya ni dioses ni hombres; la caterva ya menguada de los romanos se perdía por la inmensidad de los baños y de los

Monedas con la efigie de Mayoriano

Monedas con la efigie de Mayoriano

pórticos; y las librerías ostentosas y los salones de justicia se hacían inservibles a una generación apoltronada que se desentendía de toda clase de estudios y quehaceres. No había respeto ya para los monumentos de aquella grandiosidad consular e imperial que constituía el blasón inmortal de la reina de las ciudades, pues se apreciaban tan sólo como una mina inexhausta de materiales más baratos y a la mano que la lejana cantera. Dirigían a los magistrados avenibles de Roma peticiones decorosas, que alegaban escasez de piedra o ladrillo para algún intento preciso; y así se iban afeando violentamente las fábricas más asombrosas para algunos reparos mezquinos o supuestos; y los romanos bastardos, que aplicaban el despojo a su provecho, iban demoliendo sacrílegamente los trabajos de sus antepasados; pero Mayoriano, que solía antes dolerse de tanta asolación, aplicó un remedio severo al escandaloso estrago. Reservó al príncipe y al senado los casos extremos, para que en su vista otorgasen la destrucción conveniente de algún edificio, impuso una multa de cincuenta libras de oro (diez mil duros) a todo magistrado que osase conceder permisos tan torpes e ilegales, amenazando a los dependientes criminales con azotes violentos y el cercén de entrambas manos, si obedecían aquellas órdenes perniciosas. Parece que en esta última parte el legislador desproporcionaba la pena con el delito; pero su destemple venía a proceder de un impulso gallardo, pues ansiaba Mayoriano resguardar los monumentos de aquellos siglos en que anhelaba y merecía haber vivido.

Bien se le alcanzaba lo infinito que debía interesarle el acrecentar el número de los súbditos; que le competía el conservar la pureza de todo lecho nupcial; mas los medios de que se valió para el desempeño de tan altos fines aparecen indebidos y reprensibles. Las solteras devotas que consagraban su virginidad a Cristo tenían que cumplir cuarenta años antes de tomar el velo. Las viudas de menos edad debían contraer segundo enlace en el término de cinco años, bajo pena de la confiscación de la mitad de su caudal a favor de sus parientes más cercanos, o bien del estado. Se vedaban o anulaban los matrimonios desproporcionados. Confiscación y destierro se conceptuaron penas tan ínfimas para castigar el adulterio, que si el reo se aparecía por Italia, declaró expresamente Mayoriano que se le pudiera matar impunemente.

 

Comentario

El fragmento que titulé [Cristianos], representa, desde mi punto de vista, un modelo de la imagen que escandalizó a los tradicionalistas cuando Gibbon aplicó el racionalismo a la interpretación de la Historia Sagrada. El texto está muy documentado y proyecta el tono frío de un analista moderno. En la Roma Imperial decadente, el Cristianismo representa todo un hallazgo. El autor comenta algunos de los debates que plagaron el crecimiento de aquel proyecto ideológico y su estrecha relación con el pensamiento de Platón.

El relato muestra las contradicciones del crecimiento de la fe, cuando ebionitas y docetes disputaban la imagen que se debía preservar de Jesús. Se trataba de un debate agrio en torno a la naturaleza de Jesús. Los ebionitas, literalmente “hombres pobres”, seguían siendo fieles observadores de la Ley Mosaica, velaban las prohibiciones alimentarias judías y celebraban el sábado como el día de reposo. Pero, convertidos al cristianismo, insistían en que Jesús era un profeta humano más y no de la misma naturaleza de Dios como sugiere el concepto católico del Hijo del Hombre o Hijo de Dios. Los ebionitas son el signo más contundente de lo que se denomina el “cristianismo pobre”, tendencia que si bien reconoce que Jesús es el Mesías, no acepta su existencia previa en paridad con Yahveh y niega su naturaleza divina y el nacimiento carnal del vientre de una mujer virgen. Uno de los libros sagrados más respetado por esta tradición es el llamado “Evangelio según los Hebreos”. Los ebionitas se caracterizan por su abierto rechazo a los escritos de Pablo de Tarso, el Apóstol de los Gentiles. Los “Nazarenos”, que también menciona el autor, compartían muchas de aquellas creencias, pero estaban dispuestos a aceptar la divinidad de Jesús.

Por otro lado, los gnósticos, literalmente “los que conocen” o “los sabios”, y en especial los docetes, sostenían con argumentos platónicos que Jesús no solo era de naturaleza divina sino que negaban su naturaleza humana. El concepto “docete” sugiere la noción de “apariencia” o “lo que aparenta”. En esa etimología se encuentra una de las claves del docetismo. Los docetes negaban también que Jesús hubiese nacido de una mujer virgen y alegaban que surgió o descendió adulto y maduro en algún lugar del Río Jordán. Para explicar su biografía según consta en numerosos evangelios, argumentaban que su imagen terrestre era meramente la de un fantasma o el reflejo de una idea superior, y su crucifixión y muerte una ilusión. Esa ha sido la forma en que el Islam apropió a Isa-Jesús. Para el islamismo su muerte en la cruz es solo un espejismo y no un hecho real. El Sura 4: 156 del Corán sostiene que “Ellos [los judíos] dicen: Hemos condenado a muerte al Mesías [Cristo], a Jesús, el hijo de María, el Mensajero de Dios. No, no lo han matado, no le han crucificado: un hombre que se le parecía fue puesto en su lugar, y los que disputaban sobre esto han estado ellos mismos en la duda. No lo sabían a ciencia cierta, no hacían más que seguir una opinión. No lo han matado realmente. Dios lo ha elevado a él, y Dios es poderoso y prudente».

El fragmento que titulé [Decadencia] es un registro breve de la situación de Roma cerca de su desaparición política en tiempos del emperador Julio Valerio Mayoriano (457-461 DC). La decadencia es física y moral. Antes de Mayoriano se acostumbraba derribar los monumentos del pasado para obtener material de construcción para estructuras nuevas. El emperador lo prohibió. El fragmento demuestra que la ciudad ya no es lo que era: el respeto reverencial por el pasado no existe. No hay atisbo de libertad ciudadana y la crisis se maneja con mano dura. El emperador cristiano del momento de la decadencia, quien enfrentó exitosamente a francos y alamanes, fue el último que intentó restaurar el poderío romano. La decadencia estimula un retorno simbólico a un pasado que se presume grande y que enorgullece. Pero también implica negarse a aceptar la ruina que se vive y el desastre que se augura para el futuro.

Nota: la división en párrafos es mía. Los comentarios en corchetes también y se usan para aclarar la información. La traducción del fragmento del Sura citado es de Joaquín García Bravo.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor
  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

Desde una perspectiva muy general, el ciclo de exploraciones y descubrimientos  geográficos iniciados durante el siglo 15, tuvo efectos culturales revolucionarios. Por una parte, amplió la imagen del mundo conocido al  romper con la imagen trinitaria dominante desde la Antigüedad Clásica. Los tres continentes se convertirán paulatinamente en cinco, en la medida en que la reducción de la Indias Occidentales a un conjunto de ínsulas perdió credibilidad. Esa revolución  geográfica estimuló la revolución intelectual a que aludía antes.

La Ilustración, “Yo” y el “otro”

El contacto con los grupos etnoculturales del llamado Nuevo Mundo, forzó la revisión del significado de lo “universal”. La inclusión del “otro” en los esquemas intelectuales cristianos no fue una tarea sencilla: por su misma naturaleza, minaba las concepciones basadas en la Biblia. Me parece importante resalta que el interés por el “otro” en el Nuevo Mundo se proyecta en todas direcciones y forzó la reevaluación de las relaciones de la cristiandad con África y Asia, realidades que eran tan “nuevas” como las Indias Occidentales. A la altura del siglo 18 europeo, aquella actitud de sorpresa ante el “otro” había alcanzado un nivel de madurez notable. Observar al “otro” implicaba, de paso, una revisión de la interpretación del “yo”, como se verá de inmediato.

Un modelo de lo que llevo dicho es la obra de Antoine Galland (1646-1715), intelectual y orientalista francés quien vivió la experiencia del viajero por la región del  Medio Oriente hacia el año 1673. Galland  realizó una traducción del Corán y redactó una Historia general de los emperadores turcos, ambas inéditas. Además fue el primer traductor de Las mil y una noches en 1704, colección que popularizó la literatura árabe preislámica entre un sector de la intelectualidad de la Ilustración. Del mismo modo Voltaire (1694-1798), en sus observaciones sobre la historia universal,  llamó la atención sobre la necesidad de evaluar el papel de América y China en ella.

Antoine Galland

El interés por Oriente Islámico también fue común en los intelectuales Ilustrados. El Islam significaba mucho para la definición de una probable “identidad europea” vinculada al cristianismo. Un ejemplo de ello es el citado Voltaire quien hizo una serie de agudas observaciones en torno a Mahoma que hoy lastimarían a los fundamentalistas. Defensor de la pluralidad de ideas ante el saber autoritario, Voltaire identificaba a Mahoma con el fanatismo irracional. No era simple anti-islamismo.  El pensador francés también comentó de manera atrevida la historia de los judíos y el pasado cristiano y su libro sagrado común: la Biblia. El aparente antisemitismo de Voltaire era una tradición de la intelectualidad europea. Martín Lutero (1483-1546) sostuvo que los judíos debían ser destruidos en su escrito “Sobre los judíos y sus mentiras”; y el filósofo Inmanuel Kant (1724-1804) fue un crítico de la  concepción judía de su condición de “pueblo elegido”.

El mismo Barón de Montesquieu (1689-1775), jurista y pensador francés y uno de los precursores de la Sociología Teórica, tomó a la vieja Persia como apoyo para la elaboración de una crítica irónica al orden francés y occidental en un tono que recuerda la mirada de Tomás Moro y su Utopia. Se trata de las Cartas persas, novela corta satírica escrita en 1717 y difundida desde 1721 que fue prohibida por Luis XV. En ella, apoyándose en las opiniones de sus protagonistas persas, el autor moteja ciertos usos y costumbres occidentales por medio de un agudo humor negro y acrimonioso.

El otro modelo que llama mi atención es el de Edward Gibbon  (1737-1794), historiador británico agnóstico de gran influencia. Gibbon miró uno de los fundamentos de Europa, el Cristianismo, y uno de sus signos civiles mayores, el Imperio Romano en el momento de su “caída”. Lo cierto es que el Imperio Romano desaparece para dar paso a la Europa Cristiana, la verdadera. Gibbon establecía una relación de causa y efecto entre ambos fenómenos y llegaba a la conclusión de que la moral Latina y la cristiana se oponían. Para el autor el Cristianismo contradecía los ideales Romanos de libertad intelectual.

La primera parte de su libro Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano apareció en 1776, una fecha emblemática de la historia occidental por muchas razones, y produjo un escándalo mayúsculo: el problema era que Gibbon aplicaba el Racionalismo o la Filosofía de la Historia a la historia de la Iglesia Cristiana y aquello resultaba inaudito. El evento demuestra claramente las tensiones entre el saber tradicional y el saber racional. La segunda parte de la obra apareció en 1788 y fue un éxito editorial notable en su tiempo

Es cierto que Occidente mira al “otro” pero lo cierto es que la relación siguió siendo asimétrica. El Medio Oriente, América del Norte y del Sur, el Caribe Insular, el Lejano Oriente, Oceanía, siguieron siendo parajes exóticos, extraños, chocantes, extravagantes. Es importante reconocer que ver al “otro” no lo equipara al “yo”. Por el contrario, la relación confirma el etnocentrismo europeo. Aquel etnocentrismo, aplicado a la interpretación intelectual es lo que se denomina “eurocentrismo”. La reflexión Ilustrada sobre el “otro”, fortaleció el papel dominante de Occidente, aquel fragmento de Europa, sobre el mundo

La Ilustración y la Historiografía: métodos e instrumentario

No sólo cambia el alcance de la mirada sino la forma de mirar al “otro”. Durante el siglo 18 se aceleró el tránsito del Archivo Administrativo camino al Archivo Histórico. El Archivo Histórico es el registro racional de la memoria colectiva de una institución, una monarquía o nación. A fines del siglo 18, los Archivos Públicos o del Estado, los Privados de los Señores o los Eclesiásticos, ganan relevancia en la discusión historiográfica en la medida en que se convierten en fuentes de consulta y sirven para documentar o legitimar una interpretación. El modelo más cercano para un investigador hispanoamericano en el Archivo General de Indias de Sevilla (AGI) que fue creado en 1785 por disposición del Rey Carlos III. El Reino de España tenía un pasado del cual sentirse orgullosa: el AGI serviría para codificarlo y hacer accesible a los interesados. El surgimiento de los archivos nacionales no fue uniforme. El Archivo Nacional de Estados Unidos (NARA) fue fundado en 1934 bajo la presidencia de Franklyn D. Roosevelt en medio de la crisis de la Gran Depresión y el Nuevo Trato. El Archivo General de Puerto Rico (AGPR) es mucho más tardío pues corresponde al 1964 bajo la gobernación de Luis Muñoz Marín en el contexto de la “Operación Serenidad” y como expresión del “Nacionalismo Cultural”.

Al lado de los archivos también se institucionalizaron diversos espacios para la investigación tales como las bibliotecas civiles que, además de libros, guardaban colecciones de manuscritos; y los museos que documentaban visualmente el pasado con sus colecciones de reliquias y obras de todo tipo. La Biblioteca Real de Madrid es de 1711 y comenzó con apenas 2000 volúmenes; y el  Museo Británico se remonta a 1753 y se emprendió con el producto de una donación privada relativamente pequeña. El archivo histórico, las bibliotecas civiles y los museos, se convirtieron en el taller  ideal para el historiador y el teórico modernos.

La Universidad y la Historiografía

La universidad tradicional contenía las facultades de artes (filosofía y retórica), derecho (canónico y civil), medicina y de teología. Se trataba de corporaciones elitistas y desconectadas de la gente común que traducía bien los valores medievales más comunes. Aquellos valores estaban en crisis desde el Renacimiento. La cultura del Humanismo y la Ilustración representaban un reto a sus paradigmas. En aquel contexto comenzó a conformarse el perfil de lo que sería la universidad moderna. La misma nació de las cenizas de la universidad medieval y de la crítica a su dependencia de la Iglesia o de las Monarquías Absolutas. A fines del siglo 18 existían en el mundo 120 universidades. La mayoría de ellas estaba en Europa, 17 en América y 1 en Asia. En África  y Oceanía no había ninguna. La universidad es un fenómeno europeo occidental.

Universidad de París

La destrucción de las universidades durante la fase napoleónica de la Revolución Francesa y la reforma educativa articulada por el corso, es comprensible. Pero la liberación de la universidad de la influencia de la Iglesia y la Monarquía Absoluta, la dejó a expensas de nuevo estado de cosas emergente y del Estado Burgués. En un sentido muy amplio la universidad moderna fue una respuesta original a la decadencia de la universidad medieval y respondió a la nueva necesidades propias del desarrollo del capitalismo industrial.

Es cierto que la Universidad Imperial (1793) y los Liceos (1803), servían a los intereses de la Revolución y luego de Napoleón y su Imperio. El cambio, por lo tanto, no significó una mayor autonomía para la institución. Fue en el ámbito de los Estados Alemanes donde se articuló la mejor respuesta a aquella situación. Como una respuesta a la agresión napoleónica en aquella región la universidad alemana consolidó los rasgos de lo que acabó por identificarse como la  Universidad Moderna. Sería una corporación que se dedicaría a la investigación científica y preservaría a toda costa su autonomía académica. El modelo universitario de Alexander Von Humboldt sería el de un centro de enseñanza aséptico e independiente de toda presión externa.

La otra novedad de la Universidad Moderna fue que, en medio del proceso, comenzaron a introducirse nuevas disciplinas tales como cátedras científicas, profesionales y técnicas en los programas académicos. Las primeras escuelas de ingeniería surgieron a mediados del siglo 18 en Alemania, Francia e Inglaterra. La educación en teneduría de libros y cuentas (contabilidad) fue considerada como “absolutamente necesaria” por el pensador John Locke desde 1693. Todas eran disciplinas que servían al mercado en un contexto de cambio: la Revolución Industrial. El asunto no se redujo a un cambio en las materias de la enseñanza: el mismo Locke criticaba la enseñanza de materias “inútiles” como el latín, una  de las piezas claves de la educación tradicional. Lo cierto es los cambios en la universidad fueron mucho más lentos que los cambios en el proceso de producción. Siempre lo han sido: los universitarios se resistían al cambio. La apropiación de los nuevos lenguajes científicos, tecnológicos y culturales fue visto con suspicacia por el mundo académico. En la universidad se alojaría la historiografía como materia de estudio durante el siglo 19.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y escritor

El concepto Ilustración proviene del latín illustrare el cual significa iluminar, sacar a la luz. Esta a su vez surge del concepto indoeuropeo leuk que significa luz o esplendor. Ilustración e Iluminismo son, desde hace siglos, conceptos del lenguaje cotidiano del historiador. Etimología aparte, Ilustración sugiere una forma particular de interpretar y aclarar un problema cualquiera. Lo cierto es que, desde la perspectiva de la Historiografía, la Ilustración está asociada a un movimiento cultural de fuerte contenido filosófico característico del siglo 18 y vinculado al Reino de Francia en el periodo pre-revolucionario que inicia en 1789. El concepto se aplica por extensión a la producción cultural de otros pueblos de Europa y América en aquel momento histórico.

Lema de la Revolución de 1789

Lema de la Revolución de 1789

Desde una perspectiva muy general, la Ilustración se distingue por dos tendencias comprensibles si se la mira a la luz de la cultura que la antecede y la sucede. Por una parte, destaca su capacidad para cuestionar los valores de la era del Barroco, en particular las interpretaciones del  Neoprovidencialismo Cristiano y la Teoría del Origen Divino del Poder que el primero legitimaba. En consecuencia, la Ilustración puso en entredicho el Absolutismo Monárquico y el Orden Estamental en el cual se apoyaba aquel sistema autoritario. Cuestionando ambas prácticas y sus discursos, minaba un conjunto de valores que ya se identificaban despreciativamente como “medievales” en nombre del presente y la modernidad. El anticlericalismo de la Ilustración es proverbial: la tensión entre la Razón y la Fe como fundamentos del conocimiento aumentó en aquel periodo histórico.

Por otra parte, la Ilustración continúa la reflexión Humanista de tendencias seculares que dominó en un conjunto de intelectuales asociados al momento del Renacimiento y el Humanismo. La Ilustración adelanta lo valores de la Modernidad en la medida en que sus intelectuales se apoyaron en explicaciones iusnaturalistas y en el empirismo para resolver problemas filosóficos de una manera alternativa a las respuestas que ofrecía el Neoprovidencialismo y la Teología. Las explicaciones “científicas” ganaron legitimidad con ello. El iusnaturalismo y el empirismo fueron la base para la elaboración de una teoría del origen social del estado, que se apoyaba en un  fuerte contenido biológico la cual reflexionó sobre el Estado Naturaleza o la vida antes del nacimiento del Estado, la competencia y la propiedad y su papel en la evolución humana, entre otros asuntos propios de la Ciencia Sociales modernas. La Ilustración, en síntesis, profundizó las conclusiones a las que habían llegado algunos Humanistas del renacimiento, en la medida en que confirmó el papel activo del ser humano en la vida social y en la historia, a la vez que afirmó que la historia era comprensible mediante la Razón. La Historiografía Moderna, entendida como el estudio de la situación de los hombres y mujeres en el tiempo, sólo es posible después de la Ilustración. Las bases filosóficas más importantes de la Ilustración son  el principio de la Razón y la creencia en el Progreso. La vinculación entra la una y la otra es inevitable: el Progreso humano se considera producto de la aplicación de la Razón en la vida social.

El concepto Ilustración sugiere una época, el siglo 18, y un lugar concreto, el Reino de Francia. Desde la perspectiva de la historia política, el periodo que va de 1701 a 1789 está marcado por tres conflictos bélicos mayores: la Guerra de Sucesión Española (1701), la Guerra de 7 Años (1756) y la Revolución Francesa (1789). La relevancia de ellas para el pensamiento Ilustrado es que todas involucraron y conmocionaron al Reino de Francia planteándole retos inusitados a la   Monarquía Francesa. Tras la Guerra de Sucesión Española, la Dinastía Borbónica penetró el Reino de España y desplazó la de los Augsburgo. La nueva situación le dio a Francia un aliado ante los intereses británicos y estimuló un cambio en la cultura política administrativa del reino hispano que marcó su relación con América. Lo cierto es que, de allí en adelante, las relaciones entre Francia y España, fuesen de alianza o de confrontación, fueron determinantes en la historia política de Europa hasta el siglo 19.

Después de la Guerra de 7 Años la balanza internacional de poder en América cambió. La presencia comercial inglesa se afianzó. La clave fue el tráfico de esclavos y mercaderías de todo tipo. Por otro lado, como resultado del conflicto, el Reino de  Francia perdió sus colonias en Canadá (Quebec) ante el Reino Unido de Inglaterra, entonces Gran Bretaña, poder que fue  reconocido como una superpotencia que superaba tanto al Reino de España y al de Francia.

Lucha_clasesEl conflicto de 1789 fue devastador para  la Monarquía Absoluta y el Régimen Estamental dominante. La Toma de la Bastilla fue el hecho más simbólico de un proceso que no terminaría hasta 1815. Aquellos eventos han sido interpretados por los historiadores como una marca de la Era Moderna, etapa que para algunos tan solo cierra en 1989 con la Caída del Socialismo Real

En historiografía política, el 1789 inicia la fase Contemporánea de la Historia Moderna y el 1989, con la liquidación del tema de la Revolución, comienza la Postmodernidad.

La Revolución Francesa de 1789 dramatizó, más que ninguna otra, el dualismo entre el pasado y el presente. Los que defendían el pasado y apelaban a la tradición fueron condenados. Eran reaccionarios,  iban contra la corriente y se oponían al Progreso. Los que apoyaban el presente,  aplaudían el cambio y viajaban a favor de la corriente fueron celebrados. Eran progresistas, iban a favor de la corriente y favorecían el Progreso. El culto al Progreso como sinónimo de Historia es producto de la reflexión y la práctica política de la Ilustración.

La lógica de la Ilustración era que consideraba el Progreso como un hecho objetivo y medible. No sólo eso: el Progreso estaba ajustado a la Razón por lo que no podía ser éticamente malo. Su expresión material más acabada era la Revolución Industrial, el desarrollo de la ciencia y la técnica durante el siglo. Todos eran rasgos vinculados al Capitalismo Moderno que confirmaban la crisis de los valores tradicionales: la fe, la religión, el origen divino del poder, el absolutismo. Desde 1789, la Revolución misma fue también un signo al cual se apelaba constantemente. Dominada por la Razón, favorecedora del Progreso, la Revolución fue el sueño más persistente de la Modernidad y la expresión más prístina del Progreso. Su imagen se confundía con la del utopismo que caracterizó las reflexiones del momento del renacimiento y el Barroco desde Moro hasta Bacon.