• Mario R. Cancel Sepúveda
  • Historiador y escritor

En agosto de 2017 el Dr. Manuel S. Almeida se me acercó con el fin de invitarme a comentar su libro Dirigentes y dirigidos. Para leer los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci que Callejón publicaba en su tercera edición. En mi biblioteca tenía la de 2014, la segunda, de la que había comprado dos ejemplares de los cuáles uno acabó en manos del Dr. José Anazagasty Rodríguez también interesado en estos asuntos. Factores fuera de nuestro control forzaron la posposición de la actividad: dos huracanes y el encabalgamiento de la crisis que vive el país fueron algunos de ellos. Como resultado de ese retraso hoy habrá un gran ausente en este foro: Elizardo Martínez no se encuentra en la audiencia como hubiese querido. Desde aquí le doy un abrazo fraterno al amigo ausente.

De izquierda a derecha, Mario R. Cancel Sepúlveda y Manuel S. Almeida en el CEA de PR y C en San Juan, PR

Un prefacio personal

Mis lecturas de Antonio Gramsci (1891-1937) procedían de fines de la década de 1980. En mi biblioteca conservo el título Consejos de fábrica y estado de la clase obrera, obra que recogía su producción periodística del “Bienio Rojo” de 1919 y 1920. La colección era una apropiación original y creativa de la experiencia soviética producto de los “10 días que estremecieron al mundo”, metáfora acuñada por el comunista estadounidense John Reed en un libro de 1919. El 1917 fue el preámbulo de una guerra civil que duró hasta 1923, que puso a los Rojos a combatir a los Blancos, una amalgama que recogía a una oposición anti-bolchevique variopinta de liberales, conservadores, monárquicos, cristianos ortodoxos y mencheviques.  La apuesta de Gramsci se elaboró desde la Italia socialmente polarizada de la primera posguerra que, a pesar de sus advertencias, desembocó en el fascismo de Benito Mussolini (1883-1945). En marzo de 1919 ya “Il Duce” había fundado los “Fasci di Combattimento” en Milán.

El volumen Materialismo histórico y sociología de1921, era la crítica a un manual de Nikolái Bujarin publicado ese mismo año en Moscú. En el texto Gramsci trabajó la metáfora de la “filosofía de la praxis” para referirse a la dialéctica del Materialismo Histórico o el Marxismo. La metáfora sugería que aquella era una interpretación cuya reflexión sobre la realidad nunca terminaba porque la realidad era el paradigma del cambio constante. Lo que sus detractores vieron como “vacilación”, “inseguridad” o “incertidumbre”, para Gramsci era la expresión de una necesidad a la luz de la dinámica de lo real: lo que “es” (el objeto de conocimiento) cambia, por lo que la forma de “saber” y el sujeto cognoscente debían someterse a constantes ajustes. La verdad como “objeto terminado” era una ficción. La concepción “historicista materialista” de Gramsci sugería que, desde la perspectiva de la dialéctica y la filosofía de la praxis, toda afirmación categórica y definitiva respecto a un objeto era precaria. Su pensamiento protestaba contra la reducción de un sistema filosófico complejo a un catecismo, a un abecé o a un conjunto de fundamentos fijos. Siempre insisto en ello cuando confronto a los candidatos de historia con el problema de la “verdad probable” y el valor que posee esa “incertidumbre”, reflejo de lo que George L. Mosse nominó en un libro de 1961 como “la certeza (que se) disuelve”, una de las grandes marcas del pensamiento del siglo 20. En alguna medida la actitud incisiva de Gramsci era una expresión de ese fenómeno.

Al cabo de los años volví a Gramsci con el fin de conocer mejor la poética de su intimidad manifiesta en la correspondencia familiar que generó desde la cárcel. Reducirlo a la condición de “escritor encarcelado” me parecía una imagen amputada, carente de la humanidad que le reclamó el encierro al pensador reflexivo. Sabía que aquellos documentos era una expresión mediada por el flagelo de la ergástula política pero, como historiador, las cavilaciones bajo condiciones penitenciarias llaman mucho mi atención. Desde mi punto de vista, es imposible negar el papel protagónico de las intuiciones en procesos de esa naturaleza. Gramsci estaba en una posición única para pensar el problema del socialismo y el socialismo real en la medida en que estaba distante de aquellas luchas concretas. La toma involuntaria de distancia no dejaba de ser sana intelectualmente hablando.

Gramsci no era un caso aislado. Henri Pirenne (1862-1935) moduló la tesis central de su obra Mahoma y Carlomagno (1937) en un campamento de prisioneros durante la Gran Guerra de 1914. Durante la Segunda Guerra, Marc Leopold Benjamin Bloch (1866-1944) en Saint-Didier-de Forman y Fernand Braudel en un campo de concentración en Lübeck, pensaron dos obras fundamentales para los primeros y los segundos Annales: la Introducción a la historia y El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. La poca correspondencia de Pedro Albizu Campos producida en Atlanta o la reflexión filosófico-poética de Francisco Matos Paoli resultado de su estadía en el “Oso blanco”, Luz de los héroes (1951) y Canto de la locura (1962), me informan que los sistemas de castigo lo mismo flagelan que vivifican.

Para leer los Cuadernos… (y a Almeida): un panorama

La vida y la reflexión se intersecan en cada uno de nosotros. Esto equivale a decir que la praxis y la teoría son inseparables por lo que, la comprensión de la una depende de la otra y viceversa. La biografía del activista y pensador sardo puede ilustrarse alrededor de tres momentos. El Gramsci joven que entre 1911 y 1925 se moviliza en las redes del activismo obrero italiano alrededor del semanario Ordine Nuovo y vive los debates generados por la Rusia de 1917 hasta la solución de la Guerra Civil y la muerte de Vladimir Ilich Ulianov. El italiano se había formado bajo el imperio de las ideas de Benedetto Croce (1866-1952) y Luiggi Pirandello (1867-1936). El pesimismo filosófico de aquellos intelectuales era un atractivo que contrastaba con el progresismo optimista chato de una parte de la intelectualidad burguesa de la primera mitad del siglo 19. Croce era un pensador historicista de factura neokantiana cercano al expresionismo alemán; y Pirandello caminaba en su teatro hacia el existencialismo y la fenomenología más agresivas. Ambos traducían la desconfianza respecto a las certezas modernas, actitud que de un modo u otro acompañaría a Gramsci siempre.  La presencia del Vitalismo nietzscheano en Croce puede mirarse como una figuración del voluntarismo revolucionario de ciertos sectores por su capacidad cuestionar para el determinismo mecánico más ofensivo.  El intelectual sardo fue testigo desde 1914 de la escisión entre el Austromarxismo y el Marxismo-Leninismo, una de las bases de la pluralidad de ese sector ideológico hasta el presente.

El Gramsci de la frontera fue el que enfrentó el meandro de su arresto en 1926 y acabó en prisión en 1928. La dictadura fascista quería “impedir” que ese cerebro funcionara, según apuntó la fiscalía en el caso. El Gramsci maduro comprobó lo infructuoso de aquel esfuerzo.  Las meditaciones del prisionero, recogidas en los Cuadernos de la cárcel, son la materia de este volumen de Almeida. Aquellos 33 cuadernos -29 de notas y 4 de traducciones redactados en tres fases concretas- son un “archivo” lleno de complejidades y un verdadero reto metodológico e interpretativo. Si se trata de articular un sistema coordinado sobre la base esos registros, las dificultades pueden ser tantas como cuando se intenta comprender el imaginario de Ramón E. Betances Alacán por medio de su correspondencia.

A pesar todo, el trabajo “arqueológico” que hace Almeida con estos textos deja en el lector un cuadro puntual del conjunto. Por medio de lo que el autor denomina el “hilo rojo”, un “problema” o “columna vertebral” visible, el conjunto fragmentario cobra sentido. Ese “hilo rojo” es la preocupación de Gramsci por las peculiaridades que adoptan las relaciones entre dirigentes y dirigidos en el complicado contexto preguerra y un orden mundial que avanzaba hacia el bipolarismo tras la primera Guerra Fría que generó el triunfo de los bolcheviques en 1917. El tema central es la “lucha de clases” y su expresión tanto en el marco material de las relaciones sociales de producción como en el marco inmaterial de la superestructura ideológica.

El “hilo rojo” en más complejo que las migajas de Hansel y Gretel en el relato de los hermanos Grimm. No se trata de una mera pista a seguir a fin de llegar a un lugar premeditado, sino de un instrumento que le permite una lectura peculiar del papel del Estado, los partidos políticos, los sectores intelectuales, entre otros, tanto en el tejido del capitalismo como en el del socialismo emergente. La convergencia entre el giro del énfasis interpretativo gramsciano y algunas interpretaciones de los primeros Annales franceses, en especial la reticencia a la ortodoxia marxista, me parecen interesantes. La agencia que, en el entre juego de los dirigentes y dirigidos, le reconocía Gramsci al ser humano difería del determinismo ortodoxo del Materialismo Histórico vulgar y era otra convergencia con los primeros Annales. La idea de que la filosofía de la praxis en Gramsci encarnaba un lúcido esfuerzo revisionista es crucial, desde mi punto de vista, para valorar su obra. La reflexión de Almeida en este volumen no deja dudas en cuanto a esto.

El volumen está sabiamente dividido en cinco zonas imbricadas por aquel “hilo rojo”: una “Aproximación inicial a Gramsci y los Cuadernos de la cárcel” que sirve de armazón; una introducción a su escritura carcelaria en “Los primeros pasos: leyendo el primer cuaderno”, un estudio sobre sus resortes teórico-prácticos en “Hegemonía, estado y estrategia política en los Cuadernos”, y dos valiosas preámbulos a sus aspectos más teóricos en “Filosofía y marxismo en los Cuadernos” y “Crítica literaria, literatura y lenguaje en los Cuadernos”.

Para leer los Cuadernos… (y a Almeida): una valoración puertorriqueña

En una reflexión que publiqué en 2003 sobre las conexiones del abogado independentista Rafael López Landrón con el socialismo en la década de 1910, llamó mi atención la alusión al socialismo italiano como fuente de autoridad. La referencia no era Gramsci, sino uno de sus némesis, Aquiles Loria (1857-1943). Loria convergía con los Austromarxistas Max Adler y Otto Bauer quienes trataron, el primero, hacer converger a Marx con Kant y, el segundo, al socialismo con el nacionalismo. Con ello aspiraban enfrentar el reto del Marxismo-Leninismo ruso. Loria había intentado fusionar el agua con el aceite: quería sintetizar el Materialismo Histórico con el Positivismo, sin considerar que el carácter dinámico de la racionalidad en Karl Marx y el carácter petrificado de la racionalidad en Auguste Comte y sus acólitos, eran excluyentes.

En el 2003 me sorprendió que los socialistas puertorriqueños prefiriesen mirar hacia teóricos como Loria, el positivista argentino Esteban Echevarría, el socialdemócrata francés Jean Jaurés, o al anarcocristiano Lev Tolstoi, y evitaran cualquier referencia a Lenin o a Gramsci. No quería explicar el problema con argumentos anacrónicos o deducciones simples.  Mis pesquisas subsiguientes, incluyendo la lectura del Gramsci y del libro de Almeida, me han dado pistas más precisas para enfrentar el dilema. De igual manera, cuando investigaba la relación de Betances Alacán con los movimientos socialistas, comunistas y anarquistas y anaco-sindicalistas en el París de fines del siglo 19, comprendí por qué aquellos sectores eran reacios a apoyar la independencia de Cuba (y Puerto Rico) en el contexto de la guerra de 1895.

Al estudiar el 1898 desde una perspectiva más cultural que geopolítica o económica, reconocí que el cambio de soberanía no solo había cercenado el mercado natural europeo a la vieja colonia hispana y entregado un bastión geoestratégico a Estados Unidos. El 1898 también implicó una ruptura en el territorio de la tradición socialista insular que siguió interpretando el problema de Puerto Rico con argumentos similares a los que le planteaban las izquierdas francesas a Betances Alacán en París. Nuestros socialistas estaban convencidos que la justicia socialista emanaría del capitalismo más avanzado y no de una ruptura con él. Confiaban en una interpretación ortodoxa de la evolución social y económica que el marxismo-leninismo estaba minando.

La lectura de Almeida me ofreció unas pistas concretas. Si el “Bienio Rojo” (1919-1920) en Italia estimuló la radicalización del activismo socialista, en Puerto Rico el “First Red Scare” (1917-1920), la expresión estadounidense del fenómeno del 1917, tuvo un efecto distinto en el socialismo moderándolo política y socialmente. El hecho de que el Partido Socialista renunciase a cantar “La Marsellesa” y “La Internacional” en sus actos públicos y que en 1923 incluyera la estadidad como opción estatutaria en su programa, apuntaba en esa dirección. El impacto del Partido Comunista de Estados Unidos fundado en 1919 por Charles Ruthenberg, una organización de franca tendencia marxista-leninista, en las izquierdas locales fue secundario por lo menos hasta la década de 1930 bajo el impacto de la Gran Depresión.

Según un adelanto de investigación de Anazagasty Rodríguez en fuentes comunistas estadounidenses poco revisadas, desde mediados de década de 1920 algunos socialistas puertorriqueños disgustados con la moderación del programa social y político heredado del siglo 19 y con su alianza con poderosos sectores del capital, comenzaron a mirar hacia el marxismo-leninismo en Puerto Rico.  Su modelo fue el comunismo estadounidense de filiación soviética. La lectura de este volumen de Almeida me permite comprender, no explicar del todo, un proceso hasta el presente invisible cuya explicación enriquecerá la historia de los socialismos y los comunismos en este país antes de 1934 cuando nace un Partido Comunista Puertorriqueño en la isla bajo la marca de los soviets.

Para leer los Cuadernos… (y a Almeida): una valoración desde la historiografía

El propósito de mi lectura 2107 era poner al alcance de mis estudiantes de teoría de la historia la reflexión de Almeida sobre Gramsci a fin de animar la crítica seria sobre un tabú: el Materialismo Histórico. Tengo la impresión de que en este país la afirmación vacía de materialismo es común y hasta redundante o a lo sumo alude al materialismo ortodoxo que Gramsci, entre otros, censuró. Para ello debía contextualizar la propuesta del pensador sardo en los debates historiográficos que enriquecieron la disciplina cuando, desde fines del siglo 19 hasta antes de la segunda Guerra Mundial, se derrumbó “paradigma tradicional” o el “antiguo régimen historiográfico”. Gramsci, sin ser historiador profesional, tenía mucho que aportar a ese debate. El Materialismo Histórico, el Neo-Hegelianismo, la Historia Cultural, el Neo-Kantismo y el Vitalismo, hicieron causa común contra el “paradigma tradicional” identificado con la obra de Leopold Von Ranke. El libro de Almeida me ofrecía las indicaciones que necesitaba para ubicarlo en ese esquema.

Se trata de un asunto marginal. Cuando se discute la revolución historiográfica de la primera parte del siglo 20 a la luz de la tradición francesa de los primeros y segundos Annales, el papel del Materialismo Histórico es reducido. Los estudiosos prefieren llamar la atención sobre las divergencias entre la Nueva Historia Social y Económica y el Materialismo Histórico o el Marxismo, y devaluar las convergencias. La actitud sorprende porque los materialistas históricos dentro de Annales no fueron poca cosa.   Allí estuvieron Ernest Labrousse, Pierre Vilar, Maurice Agulhon y Michel Vovelle, entre otros. Mi lectura de la lectura de la historia de Gramsci me dice que este poseía convergencias con la Nueva Historia Social y Económica a la luz de un marco compartido.

Los Cuadernos… de Gramsci y la centralidad del problema de las relaciones entre dirigentes y los dirigidos o entre gobernantes y gobernados, sugiere que la clave para una interpretación apropiada del devenir histórico depende de la manera en que el investigador se aproxime al problema de la lucha de clases, es decir, sugiere una interpretación política y cultural de su condición material. En última instancia, esa lógica lo ubica muy cerca de los estudios de coyuntura que dominaron la experiencia historiográfica francesa por los menos hasta 1970. Los estudios de coyuntura, concepto que provenía de la teoría económica del siglo 19, llamaban la atención sobre ciertas tendencias producto de la conexión de fenómenos distintos pero simultáneos. Gramsci encaja en el modelo de los estudios coyunturales desde el Materialismo Histórico en la medida en que, para su interpretación, la lucha de clases y las relaciones sociales de producción son un hecho primado para la explicación del devenir.

Un último comentario

Si sigo con cuidado la recomendación de la filosofía de la praxis de Gramsci, esta es una lectura tentativa.  También lo es la composición de sus Cuadernos… Las circunstancias en que fueron redactados, Almeida lo ha señalado, permiten apropiarlos como el borrador de una obra inconclusa que siempre estará sujeta a una revisión en la medida en que las condiciones en que se les lee cambian. Insisto en que el Materialismo Histórico por su carácter dialéctico, ha sido siempre un enemigo filosófico de toda ortodoxia y de cualquier proceso que tienda, según sugería Henri Bergson en su reflexión desde el Vitalismo, a congelar la imagen del pasado y convertirla en un hecho muerto. Desde dos extremos en apariencia antinómicos se repunta la misma conclusión. El pensamiento está bien servido con este libro.

Conferencia dictada en Debates Históricos: Ciclo de conversatorios. Aula Magna, Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan Antiguo, 5 de mayo  de 2018. Auspicia Asociación Puertorriqueña de Historiadores, Centro de estudios Avanzados de Puerto Rico y El Caribe y Asociación de estudiantes Graduados de Historia del CEAPRC; y publicada en la Revista Cruce: 13-19 en URL https://issuu.com/revistacruce/docs/movimientos-_17_mayo/13