- Mario R. Cancel Sepúlveda
Lo que se ha denominado con el nombre de gran relato moderno fue el resultado de la integración, no siempre carente de polémica. de los principios constitutivos de una diversidad de fuentes. El Providencialismo Cristiano o Determinismo Divino medieval, el Humanismo de los siglos 14 al 15, la Revolución Científica del siglo 17, el Racionalismo y la Ilustración del siglo 18 y la aceleración del desarrollo de una cultura científica que, además de lo natural, convirtió en su objeto de estudios lo social durante el siglo 19, fueron elementos decisivos para su configuración.
El gran relato moderno se apoyaba en varios paradigmas o creencias asumidas como verdaderas o que correspondían a la realidad, en especial la idea de que la historia era una narración o discurso capaz de representar el pasado del género humano de manera verídica. La posibilidad de alcanzar la verdad significaba que aquella disciplina, por medio del trabajo de los historiadores, podía alcanzar la plena conformidad entre el concepto (la Historia Hecho) y el objeto (el pasado) por medio de la Historia Relato. La imagen dominante era que la historia era racional y estaba estructurada y que, con los instrumentos de la razón y la ciencia, el pasado apropiado a través de sus huellas podía ser comprendida de manera indiscutible. De aquella creencia derivaba, siguiendo las proposiciones de Voltaire, que la historiografía (Historia Relato) se oponía a la literatura (Fábula) de modo similar al que la verdad se oponía a la mentira. Un abismo se había abierto entre las ciencias naturales y sociales emergentes; y las artes y la literatura con el agravante de que la historiografía y el trabajo de los historiadores se encontraba en medio del forcejeo.
Los componentes del gran relato moderno pueden ser resumidos del siguiente modo:
- En términos generales el gran relato moderno partía de la seguridad de que aquel no era otra cosa que la culminación del proyecto cultural iniciado por los humanistas de los siglos 14 al 15. Ello indicaba que el escenario propio de la historia era el secular, mundano o mundano, consideración por la cual rechazaba de manera tácita las explicaciones teológicas propias de la religión, y las metafísicas propias de la filosofía en torno a los actos concretos de la humanidad en el tiempo y el espacio. La actitud crítica ante aquellos sistemas de interpretación, los cuáles se amparaban en las virtudes de la racionalidad y de la ciencia, nunca convergieron en el triunfo ni del ateísmo o la negación de la existencia de los dioses, ni del nihilismo o la negación del valor ingénito o cultural de las creencias de todo tipo.
- El gran relato moderno se apuntalaba además en la confianza en que el movimiento o evolución de la historia tenía sentido u orientación. La impresión de que el progreso no era diferente de una divinidad se justificaba porque el acontecer se percibía como la expresión de un despliegue racional por lo que, en efecto, poseía un fin deseable para la humanidad. La autonomía que se reconocía a aquellos procesos respecto a la agencia o influencia humana era variable pero no dejaba de poseer reminiscencias de la especulaciones teológicas y metafísicas que se había propuesto dejar atrás. El hecho de que se considerase al progreso un artefacto secular, profano o mundano no desmentía el hecho de que recordaba el papel que antes se había conferido a la providencia o permisividad de Dios en el pensamiento cristiano, o a la naturaleza en el marco del racionalismo ilustrado. El determinismo pesaba en el gran relato moderno tanto como en las teorías especulativas de la historia que se había propuesto superar. Los proponentes del gran relato moderno manifestaban un respeto filosófico peculiar por el cosmos u orden intrínseco de las cosas y por el principio de la escatología, es decir, la idea de que los procesos y eventualidades que conducían de un cronotopo a otro poseían relaciones de causa y efecto reales y transparentes que no admitían ser evadidas. La avidez por adjudicarle un sentido u orientación a los actos de los seres humanos en la historia ha sido explicada de diversas formas. La idea de que presumir la existencia de un orden es una condición sine qua non para encontrarlo y una necesidad psicológica de la humanidad, argumento apelado por Eliade y Jaspers en el capítulo I de este libro, es sin duda una de las más satisfactorias. La relación entre la versión premoderna y moderna de la historia no se limitaba a la cuestión de cambio del balance entre el poder del determinismo y las posibilidades de la libertad. También convergían en la ansiedad por establecer un punto de origen, una lógica y una meta meritoria a las acciones humanas a lo largo de la historia. Si los providencialistas cristianos la emparejaron con la salvación, los modernos prefirieron el concepto de la libertad: salvación y libertad sugería de modo parecido la idea de la felicidad reinventada por los ilustrados. Sobre aquellas bases, la disciplina de la historia, antes ligada estrechamente a la teología y la filosofía, advino a la condición de una potencial ciencia exacta de la mano de los principios de la física newtoniana primero y de las ciencias sociales emergentes, más tarde, según se ha demostrado.
- Por último, en el contexto del gran relato moderno la historia debía ser abarcadora e inclusiva y requería ser interpretada como un proceso único que abarcase a toda la humanidad según se le veía desde los lugares de la Europa Occidental Cristiana que integraban al resto del mundo mediante la conquista material y espiritual. Igual que la universalidad en tiempos del dominio del Imperio Romano se relacionaba con la sujeción a aquella institución política, durante el siglo 19 la universalidad se vinculó al dominio material y espiritual de Occidente que no era otra cosa que una síntesis de la herencia cristiana, racionalista y científica que había desembocado en el orden capitalista moderno.
Los retos teóricos al gran relato moderno fueron diversos.
- Un primer reto lo constituyó la ya comentada afirmación de la interpretación fenomenológica vinculada al filósofo alemán Kant en el sentido de todo conocimiento era “para sí” o relativo y no “en sí” o absoluto. Ello equivalía a afirmar, si uso el lenguaje del Providencialismo Cristiano y de Aristóteles por ejemplo, que sólo era posible conocer la “forma” pero no la “sustancia” de las cosas. Aceptar aquel precepto colocaba en entredicho la presunción de que se pudiese conseguir la plena conformidad entre el concepto (la historia) y el objeto (el pasado), o sea, la verdad. En conocimiento histórico no sería más que un saber “para sí”, concepto cercano a la idea de Aristóteles de la doxa a la cual este asociaba la historiografía producida por sus contemporáneos. Es importante recordar que Kant, como buen pensador secular moderno, nunca dejó de ser cristiano y aceptaba que Dios era quien daba, en última instancia, sentido a la historia.
- Un segundo reto lo constituyó la tendencia del historicismo que, como se sabe, debatía la realidad del papel cumplido por las estructuras racionales para funcionar como dispositivos de determinación; a la vez que expresaba desconfianza en torno a la capacidad reguladora y descriptiva atribuida a los sistemas especulativos teológicos y filosóficos por considerarlos metafísicos o ajenos a la realidad, a la hora de la interpretación histórica. Su insistencia en llamar la atención sobre el individuo y el acontecimiento, objetos que para la teología y la filosofía no eran más que mera peccata minuta, es decir carecían de valor y relevancia, recuerda la actitud de la historiografía griega y romana cuyo discurso, como ya se ha señalado, reconocí un margen de influencia a la voluntad de poder y la libertad humana, al momento de la explicación. El historicismo en general argumentaba que el ser humano, en sus aspectos materiales y espirituales, no era sino el producto de sus circunstancias concretas y no de fuerzas metafísicas o ahistóricas.
- El tercer reto fue el que presentó el Vitalismo filosófico, sistema que mostró un profundo escepticismo en cuanto a las estructuras racionales de las que echaba mano el gran relato moderno, incluyendo las poderosas ideas del progreso y la ciencia. Con ello echaba también por tierra la validez del discurso que emanaba de aquellos paradigmas, la historia, al disociarla del territorio de las ciencias, en general, y de las ciencias sociales, en particular, y devolverla al campo de la intuición estética, las artes y la literatura, contrario al argumento volteriano. Como se verá de inmediato, el Vitalismo no aceptaba que la historia y la vida fuesen equivalentes. Si se utiliza el lenguaje sugerido en este volumen, la Historia Relato no reproducía la Historia Hecho de un modo verdadero. Sobre aquella base rechazaba la validez de la historiografía más lograda de su tiempo, como una explicación artificiosa incapaz de reflejar la vida.