• Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor

Dos cuestiones me invaden ante el problema planteado. Puerto Rico es un concepto problemático que nace como puerto casual en la colonia de San Juan Bautista en el siglo 16. Su evolución en una Nacionalidad enraizó en el siglo 19 y se arraigó apenas a principios del siglo 20. América es otro concepto plural que señala lo mismo hacia Hispano o Iberoamérica deudoras de la península, que al orbe sajón. Otras, refiere a la Indoamérica de Vasconcelos, o se vierte en la Latinoamérica o la América Latina de franceses y afrancesados del siglo 19. Son conceptos equívocos. Si se tratara de elegir preferiría Euroamérica. Entonces estaría en posición para apropiar la relación fluida entre aquellos conceptos.

El contacto entre las culturas de América antes del 1492, debió ser notable. La colisión material y cultural entre comunidades mexicas a través de Yucatán, y andinas desde Sur América en el espacio del Mar Caribe, ha sido documentada arqueológica y simbólicamente. Las Antillas fueron un eslabón y una frontera desde entonces. El 1492 abrió para los europeos una zona que hollada por muchas canoas y piraguas protegidas por Ek Chuah por siglos. Los Descubrimientos fueron un agente de desequilibrio inédito para los protagonistas de aquellos procesos.

La Conquista definió los parámetros del choque. San Juan Bautista fue esencial en el proceso de colonización parcial de las Antillas. Invadido desde Española, sirvió para articular el control sobre Juana. Allí nació una filiación histórica a la que se apeló hasta el siglo 20. Las Antillas, aparte de un prejuicio europeo, agilizaron la colonización del resto de la América.

San Juan Bautista fue una zona liminar: Barlovento y Sotavento fueron territorios reclamados pero no colonizados. El Puerto-Rico se contaminó con una vocación de Antilla Mayor que nunca le abandonaría. Parte de su orgullo se relaciona con su función en el engrandecimiento de Castilla y en la defensa de su expansión en el hemisferio. El título de Siempre Fiel que se le otorgó no fue tinta desperdiciada.

Tierra adentro, fue un laboratorio capaz de producir  un escritor abarrocado como Francisco Ayerra, o un conquistador-panadero como Juan Garrido; nicho de seres entre la ficción y la realidad como Alonso Ramírez y Rosa de Lima, tan caros al nacionalismo cultural puertorriqueño y al regionalismo americano. El territorio fue refugio de seres marginales desde esclavos indios y africanoseuropeos, siervos prófugos y una invisible gitanería aislada. La tierra que esclavizaba a algunos, liberaba a otros. Esa diversidad adelantaba una identidad tan fluida y liminar como la geografía de las Islas.

Mar afuera, fue ocasional puerto de trasbordo para las naves rezagadas de una Flota que la ignoraba, y centro de las relaciones materiales y sociales con las otras Américas y las otras Españas, en especial  la insular. San Juan Bautista fue un collage que atrajo lo mismo dominicanos y mexicanos que canarios y baleáricos. En la resistencia al monopolio mercantilista, fue escenario del surgimiento del mercado moderno como lugar primado de contrabando. Las Indias Insulares y las Continentales expresan una contradicción que rompió la unidad impuesta por el 1492. Hacia el siglo 18 la misma estaba minada y la diferencia era vista como una amenaza, un delito o un pecado.

Lo que ofreció Puerto Rico in illo tempore, siguió activo en la Modernidad. La región fue clave en la lucha de España contra el separatismo y, después de 1821, culminar a América requería echar al  Hispano de las Antillas. Si para la Unidad Iberoamericana el país era la última frontera, para España era igual de relevante para la Unidad Imperial. Estados Unidos lo vio como el umbral de otra cosa: en su imaginación la zona liminar fue reinventada como un dulce y apetecible Dorado. El futuro de la región estaría sometido a ese forcejeo. Lo más curioso es que a pesar de su protagonismo en el discurso de la Independencia de América, Puerto Rico nunca consiguió la suya. Esa situación sirvió para dar al 1898 la imagen de Necesidad Histórica a que han apelado muchos intérpretes antes y después de la invasión.

Ante América, Puerto Rico era el espécimen de territorio rezagado y al margen del Progreso. Era como si el país hubiese evadido el Metarrelato Moderno de la Historia esquivando al Dios del siglo, la Nación. Aquello fue el caldo de cultivo ideal para la elaboración de utopías capaces de insertarnos en la corriente y ligarnos con el pasado común. Carlos Rama llamó la atención sobre el papel de los puertorriqueños en la idea de la Federación, la Confederación y la Unidad Iberoamericana redivivas. A la hora de Lares-Yara (1868) y de Baire (1895), el país fue peón de los intereses ingleses, franceses, alemanes, españoles, estadounidenses e hispanoamericanos. Andrés Vizcarrondo y Ramón Emeterio Betances, que se oponían a un Puerto Rico español o americano, estaban dispuestos a aceptar un Puerto Rico europeo. Ser euroamericanos fue un discurso cuya relevancia no debe ignorarse.

El 1898 lo cambió todo. Más que como un trauma, muchos lo vivieron como la invitación a un ajuste cultural y material. Para las elites significó el acceso a un umbral: el de la Modernización. En 1898 la Modernización tenía  más valor que la Soberanía y la Nacionalidad. Rosendo Matienzo Cintrón era capaz de desgajar la una de la otra y favorecer la Americanización Institucional y la Independencia. El tema de la incapacidad de Puerto Rico para la Independencia, atisbado por Betances y Eugenio María de Hostos, dejó el amargo sabor de que el siglo 19 había sido un error.

Pero el 1898 también representó un reto a la imaginación que produjo el Nacionalismo Puertorriqueño Moderno. Lo que el resto de América creó por medio de la Independencia, el país lo hizo desde la colonia reorganizando la memoria de las más amargas derrotas. La ansiedad de encabalgar el pasado con el presente y el futuro de forma coherente explica la Hispanofilia, el mito de la Gran Familia y la percepción de la Autonomía como Soberanía. Puerto Rico aparecía como un proyecto trunco y una excepción.

Estados Unidos otorgó un papel a su colonia en el nuevo siglo: adelantado del Panamericanismo, frontón del Anticomunismo en la Guerra Fría, Vitrina de la Democracia. Lo convirtió en muestrario que sugería la posibilidad de un orden justo como el Nuevo Trato, como  ápice de una dependencia benévola con la que muchos soñaban. Lo que ha ganado el país es que se le vea con piedad y se le conciba como una gigantesca feria híbrida en donde se realiza el sueño de ser sajón y latino a la vez.

Las lecciones que derivo son varias. El panorama demuestra la inutilidad del insularismo: la interacción con las Américas ha sido larga y multidireccional y ha sido coronada con la ignorancia mutua más notable. Puerto Rico demuestra que es posible ser americano de una diversidad de modos. ¿Existe mejor herencia que esa?

Publicado en Claridad-En Rojo 9 de septiembre de 2009: 15.

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  • Friedrich Nietzsche (1844-1900)

1. (…) El hecho de que la vida necesita de la Historia debe ser comprendido tanto como la afirmación que ha de evidenciarse más adelante y que estipula que un exceso del estudio de la Historia perjudica a la vida. La historiografía está ligada a la vida en tres sentidos: como aquello que es activo y pujante, como aquello que conserva y venera y como aquello que sufre y busca liberación. Á esta triple relación le corresponden tres concepciones de la Historia: una monumental, una anticuaria y una crítica.

2. La Historia pertenece, ante todo, al hombre de acción, al poderoso, al que desata una gran lucha y necesita modelos, maestros y confortadores que no halla en su entorno ni en su época. (…) Polibio, por ejemplo, fijándose en los seres activos, define el estudio de la historia política como la correcta preparación para el gobierno de un Estado y como la mejor maestra que, al recordarnos las desgracias de los demás, nos amonesta a soportar con tenacidad los vaivenes del destino. Quien haya aprendido a reconocer en esto el sentido de la Historia, sufre al ver cómo los curiosos viajeros y meticulosos micrólogos trepan las pirámides de las grandes épocas transcurridas. Donde descubre incentivos de imitación y mejoramiento, no desea encontrarse con el ocioso que, sediento de distracción o de sensaciones, deambula en estos lugares como entre los tesoros acumulados en una galería de arte.

3. En pos de no desanimarse y no asquearse al toparse con estos ociosos débiles y desesperanzados, entre los que aparentan ser activos cuando en realidad no son más que coetáneos agitados y gesticulantes, el hombre de acción mira hacia atrás e interrumpe su marcha hacia la meta para respirar hondo. Pero su objetivo es alcanzar la felicidad; quizás ni siquiera la suya, sino, a menudo, la de un pueblo o la de la humanidad entera. Huye de la resignación y utiliza la Historia como remedio contra ella. Generalmente, no lo aguarda recompensa alguna, sino la de ocupar un lugar de honor en el templo de la Historia donde podrá convertirse, a su vez, en maestro, consolador y consejero de los que vendrán después. Porque su consigna es: aquello que alguna vez sirvió para ensanchar y llenar del más esbelto sentido el concepto de «hombre» debe persistir eternamente para este propósito. Que los grandes momentos en la lucha de los individuos formen una cadena, que en ellos se unan las cumbres milenarias de la humanidad, que, para mí, la cima de un momento que hace mucho ha transcurrido siga viva, luminosa e imperiosa, ésta es la idea fundamental de la fe en la humanidad, tal como queda plasmada en la exigencia de una historia monumental. Pero es precisamente esto, la exigencia de que lo grande sea eterno, lo que enardece la lucha más aterradora. Pues todo lo que vive todavía exclama: ¡no! Lo monumental no debe realizarse. He aquí la consigna opuesta.

4. El acostumbramiento lerdo, aquello que es miserable y bajo y que llena los rincones más remotos del mundo, que humea alrededor de lo grande como una pesada atmósfera terrestre, se arroja al camino que lo grande ha de recorrer para alcanzar la inmortalidad cual un obstáculo engañoso, desviador y sofocante. (…) ¿Quién podría sospechar en ellos el acaecimiento de esta embarazosa carrera de antorchas que es la historia monumental y que sólo permite que perdure lo grande? Y, sin embargo, cada tanto despiertan algunos que, contemplando la grandeza del pasado, se sienten tan animados que la vida humana se les presenta como algo maravilloso y el fruto más bello de esa planta amarga les parece ser la conciencia de que otros han transitado la vida con orgullo y furor, otros con profundidad en sus sentidos y otros con respeto y veneración ante las tradiciones, dejando todos la misma enseñanza de que vive mejor aquel que desdeña la existencia. Allí donde el hombre vulgar toma tan afligidamente en serio ese intervalo de tiempo y lo dota de sus añoranzas, los hombres que estuvieron encaminados hacia la eternidad y la historia monumental supieron elevarse con una carcajada olímpica o, al menos, con una burla sublime y muchas veces descendieron con ironía a la tumba. Al fin y al cabo, ¿qué quedaba para ser enterrado, más allá de aquello que los había oprimido siempre, como la escoria, la inmundicia, la vanidad y animalidad de sus existencias? Ahora no se vería arrojado al olvido sino aquello que anteriormente había sido despreciado. En cambio, vivirá el monograma de su ser intrínseco, una obra, una hazaña, una iluminación extraordinaria o una creación: vivirá, porque el mundo posterior no podrá prescindir de él. Vista de esta forma transfigurada, la fama es algo más que, como dijo Schopenhauer, el bocado exquisito del amor propio. En efecto, es la creencia en la homogeneidad y continuidad de lo sublime de todos los tiempos, es una protesta contra el cambio de las generaciones, el carácter efímero de las cosas y la inestabilidad.

5. ¿De qué manera puede servir al coetáneo la contemplación monumental del pasado, la consideración de los hechos clásicos y extraordinarios de los tiempos transcurridos?

Por cierto, toma de ello la certeza de que lo grande fue una vez, en efecto, ha sido posible y, por lo tanto, será posible en el futuro. Su paso adquiere mayor valentía porque ahora está disipada la duda de si estará anhelando lo imposible. Supóngase que alguien crea que no harían falta sino cien hombres productivos, instruidos y activos bajo un nuevo espíritu para acabar con el intelectualismo que hoy está de moda en Alemania, ¡cuán fortificada se vería esa convicción si se percatara de que la cultura del Renacimiento ha sido erguida sobre las espaldas de tal centenar de hombres!

6. Y sin embargo -a fin de aprender de inmediato algo nuevo de este ejemplo- cuan fluctuante e inexacta resultaría tal comparación. ¡Cuántos aspectos heterogéneos deben ser soslayados para que tal comparación pueda surtir sus efectos, cuán forzosamente ha de ser encajada la individualidad de lo pasado dentro de una forma general, todas sus asperezas y delineaciones precisas a favor de la concordancia! En el fondo, sólo podría asumirse que aquello que fue posible alguna vez puede reproducirse una segunda vez si los discípulos de Pitágoras tuviesen razón en que los acontecimientos en la tierra se repetirían hasta en lo más diminuto y singular siempre y cuando se hallasen bajo la misma constelación de los cuerpos celestiales. De forma que, si las estrellas adoptasen cierta posición entre sí, un estoico volvería a unirse con un epicúreo para asesinar a César y, bajo otra constelación, Colón siempre volvería a descubrir América. Sólo si el mundo volviese a reiniciar su obra teatral cada vez de nuevo tras finalizarse el quinto acto, si fuese predecible el retorno, en intervalos determinados, de la misma combinación de motivos, del mismo deus ex machim, de la misma catástrofe, sólo entonces, el hombre poderoso podrá reclamar para sí la historia monumental con toda su veracidad icónica y, con ello, cada factum con su perfecta definición de particularidades y singularidades. Esto probablemente no se dará hasta que los astrónomos vuelvan a tornarse astrólogos de nuevo. Hasta entonces, la historia monumental no podrá adquirir nunca esa veracidad plena: mientras tanto, siempre unificará, generalizará y equivaldrá lo desigual, siempre atenuará la heterogeneidad de los motivos y móviles para presentar, a costa de la causa, como ejemplar de ser imitado, su effectus monumental. Debido a su abstracción de las causas, la historia monumental podría describirse, con cierto grado de exageración, como una colección de «efectos en sí» o como una serie de acontecimientos que siempre surtirán los mismos efectos. Lo que se celebra en las fiestas populares, los días de conmemoración religiosa o bélica son, en el fondo, ese «efecto en sí». Es esto lo que quita el sueño a los ansiosos, lo que pende como un amuleto del corazón del emprendedor, no la verdadera conexión histórica de causas y consecuencias que, una vez que fuese reconocida, sólo pondría en evidencia que nunca se produce dos veces un hecho histórico en el juego de dados que se desenvuelve entre el futuro y el azar.

7. Siempre que el alma de la Historia resida en los grandes impulsos que toma de ella el hombre poderoso, cuando el pasado es descrito como algo digno de ser imitado, es decir, como algo imitable y repetible, corre el peligro de verse distorsionada, embellecida y, por ello, acercada a la poesía de libre imaginación. En efecto, existen épocas que permanecen indefinidas entre el pasado monumental y la ficción mística porque es posible tomar los mismos impulsos de ambos mundos. Puede decirse entonces que, en caso de que la contemplación monumental de la Historia impere sobre las demás perspectivas, más concretamente sobre la anticuaría o crítica, es la propia Historia la que sufre perjuicios: enormes partes de ella se ven destinadas al olvido y al desprecio, desvaneciéndose como un raudal interminable y turbio, mientras que sólo se destacan, como islas, algunos hechos decorados. Las pocas personalidades que permanecen visibles están dotadas de algo innatural y maravilloso, semejante a aquel arca dorada que los discípulos de Pitágoras creían ver en su maestro. La historia monumental engaña por sus analogías: con sus similitudes tentadoras incita al valiente a la osadía y conduce al entusiasmado al fanatismo. Si esta perspectiva histórica se traslada a las manos y las mentes de sagaces egoístas y ambiciosos malhechores, se derrumban imperios, se asesinan príncipes, se enardecen guerras y revoluciones y, por consiguiente, se multiplican una vez más los históricos «efectos en sí», es decir, las consecuencias que carecen de causas correspondientes. Suficiente hasta aquí, para indicar los prejuicios que puede causar la visión monumental de la Historia en los hombres vigorosos y emprendedores, sean éstos buenos o malos. ¡Cuánto más nefasto será su impacto si se sirven y apoderan de ella los frágiles y perezosos!

8. Recurramos al ejemplo más simple y frecuente. Imagínese uno a las naturalezas desprovistas o poco dotadas del sentido artístico, acorazadas y armadas por una historia del arte monumental, ¿contra quién esgrimirán entonces sus armas?

Contra sus enemigos íntimos, contra los espíritus intrínsecamente artísticos, es decir, contra quienes verdaderamente saben servirse de tal perspectiva histórica para la vida y dedican lo aprendido a una práctica sublime. Es a ellos que se les obstruye el camino, se les oscurece la atmósfera, cuando se danza alrededor de un monumento malentendido con idolatría y verdadera devoción como si se quisiera exclamar: ¡mirad, he aquí el arte verdadero y venerable, qué importan aquellos que todavía están por venir y los que anhelan! Aparentemente, este enjambre danzante está en posesión del «buen gusto»: porque el ser creativo siempre está en desventaja ante aquel que sólo mira y nunca pone manos a la obra, de la misma manera que el orador político de salón siempre ha sido más sagaz, más justo y más reflexivo que el gobernante de un Estado. Pero si se pretende trasladar al ámbito del arte el régimen del plebiscito y de la mayoría y arrastrar al artista ante el foro de los inoperantes estéticos para que se defienda, puede uno jurar de antemano que éste será condenado, no pese a, sino justamente porque así mismo sus jueces han proclamado solemnemente el canon del arte monumental, es decir, acorde a lo expuesto, el canon de un arte que a lo largo del tiempo ha surtido un «efecto», mientras que, a su vez, están despojados de la necesidad, la inclinación pura y la autoridad histórica para calificar el arte contemporáneo que, justamente por ello, todavía no es monumental. En cambio, el instinto les revela, que el arte puede ser asesinado por el arte: en efecto, lo monumental no ha de surgir de nuevo y para ello se sirven de todo aquello que está provisto de lo monumental desde antaño. Así resulta que son conocedores del arte porque desean acabar con el arte, así es que se presentan como médicos cuando en realidad promueven la elaboración de venenos, es por ello que sensibilizan sus lenguas y su sentido del gusto para jactarse de su fineza y rechazar con inmutabilidad cuanto alimento artístico se les presente. Ellos no quieren que nazca lo grande y su medio es la afirmación de que lo grande ya existe. En realidad, lo grande que ya existe les atañe tan poco como lo grande que está por nacer: sus vidas lo evidencian. La historia monumental es el disfraz con que el odio contra los coetáneos grandes y poderosos se viste de admiración saturada de lo grande y poderoso del pasado, es el medio con que falazmente invierten el verdadero sentido de su perspectiva histórica. Lo sepan o no, actúan como si su lema fuese: ¡dejad que los muertos entierren a los vivos!

9. Cada una de las tres perspectivas históricas sólo es justificada sobre un determinado fundamento y en un clima específico. En cualquier otro, se transforma en una hierba devastadora. El hombre que aspira a lo grande, si es que necesita del pasado, se apodera de éste por medio de la Historia monumental. Quien, por contrario, anhela permanecer dentro de lo habitual y añejo, cuida del pasado a modo de un historicista anticuario y sólo aquel que está oprimido por un malestar presente, y que desea a toda costa desembarazarse de esa carga, siente necesidad de una historia crítica, es decir, de una Historia que juzga y condena. Muchos males brotan del trasplante indolente de las hierbas: el crítico sin angustia, el anticuario sin pietas, el conocedor de lo grande sin aptitud para lo grande, son tales plantas devenidas hierbas malas, extraídas de su suelo materno y, en consecuencia, degeneradas.

Fragmento número “2” de Friedrich Nietzsche (2006) Segunda consideración intempestiva (1874). Buenos Aires: Libros del Zorzal.

Comentario:

El fragmento de Nietzsche establece que “un exceso del estudio de la Historia perjudica a la vida”. La implicación es que la Vida y la Historia no son la misma cosa, a la vez que se sugiere que la segunda no puede ser una maestra eficiente para la primera. El filósofo alemán afirma que la Historiografía está ligada a la Vida en tres sentidos.

  • Como aquello que es activo y pujante, ruta en la que produce la historia monumental
  • Como aquello que conserva y venera, ruta en la que produce la historia anticuaria
  • Como aquello que sufre y busca liberación, ruta en la que produce la historia crítica

Se trata de tres metáforas que de paso, echan por la borda la idea de la Unidad o Universalidad de la Historia y reconocen a este peculiar relato como un discurso contingente, relativo y cambiante.

Para la historia monumental, el protagonista de la Historia es el “hombre de acción”, el “poderoso” que se admira del pasado grandioso y lo observa como quien camina por una galería de arte. En su admiración, “interrumpe su marcha hacia la meta”-el futuro-, y se inmoviliza. Dicha actitud “sólo permite que perdure lo grande” y mutila su creatividad. En ese sentido, la Historia perjudica a la Vida. El resultado neto de esta actitud que podría llamar Romántica, es que desemboca en “la certeza de que lo grande fue una vez” y “será posible en el futuro” porque confía en la posibilidad de re-establecer lo pasado. Pero dado que el Pasado es irrecuperable, se trata de una propuesta vacía. Quien admira el pasado de ese modo también hace invisibles los hechos que no son grandiosos. Con ello el Pasado se transforma en una sombra de lo que fue y, al convertirse en Canon o Medida, conduce al desprecio del Presente. De ese modo, el clasicismo puede mutilar las posibilidades de la creación.

La historia anticuaria, por otro lado, es una manera de la evasión, un recurso extremo en el cual el historiador ha decidido huir del Presente y “permanecer dentro de lo habitual y añejo” como si se tratase de su guardián. La historia crítica, por último, es la  expresión de “aquel que está oprimido por un malestar presente” y “juzga y condena” con el propósito de liberarse de esa carga. Nietzsche presenta tres actitudes que pueden generarse de la relación con la Historia

  • La admiración por la grandeza de pasado que inmoviliza
  • La voluntad de huir del presente y refugiarse en el pasado
  • La voluntad de vivir el presente y enfrentarlo

El fragmento representa una crítica muy rica del concepto que la Modernidad se hizo de la Historia.

  • Mario R. Cancel
  • Escritor e historiador

Herodoto de Halicarnaso,  “¿Son egipcios los colcos?” en  Encuestas o Historias, (Fragmento 2)

HerodotoLos colcos parecen ser de origen egipcio, hecho que advertí yo mismo antes de ser instruido de él por otros. Tan pronto como llamó mi atención, hice averiguaciones en ambas naciones y descubrí que los colcos guardan más recuerdo de los egipcios que éstos de aquéllos Los egipcios proponen la teoría de que los colcos fueron restos del ejército de Sesostris. Yo basé mis propias conjeturas en el hecho de que los colcos tienen tez oscura y cabello lanoso -características no decisivas por sí mismas, por ser comunes a otras razas- y con mayor seguridad en este otro hecho: los colcos, egipcios y sudaneses son los únicos miembros de la raza humana que practican la circuncisión infantil. Los fenicios y los sirios palestinos admiten abiertamente que han tomado la costumbre de los egipcios, en tanto que los sirios de orillas de los ríos Termodon y Partenio y sus vecinos los macrones, declaran haberlo tomado recientemente de los colcos. Esta es una lista agotadora de las razas que practican la circuncisión, y todas parecen ser imitadoras de los egipcios. Como entre los mismos egipcios y los sudaneses no puedo decir qué parte fue la que copió a la otra, pues la costumbre data al parecer en ambos países de la remota antigüedad. Para la teoría de que los demás la tomaron en el intercambio con los egipcios, encuentro una sólida confirmación en el hecho siguiente. Los fenicios que tienen comercio con la Hélade, cesan de imitar a los egipcios y dejan de circuncidar en la generación siguiente. Incidentalmente, permítaseme mencionar otro punto en que los colcos recuerdan a los egipcios. Ellos y los egipcios son los únicos que poseen un método idéntico de trabajar el lino, además de lo cual ambas naciones presentan  marcadas semejanzas en su vida social y su lengua.

Comentario:

Herodoto estableció las bases de una metodología confiable para los historiadores. El texto  anterior es un modelo de ello.

El fragmento demuestra como el historiador elaboraba una hipótesis y como recurría a la ejecución de un ejercicio de comparatismo cultural con el propósito de establecer una línea de evolución coherente que explicara la relación entre aquellos dos pueblos.  A través de ese procedimiento, pudo llegar a conclusiones legítimas respecto a su problema: el origen de la gente del Cólquide y sus parecidos con el pueblo de Egipto.

La observación detenida y crítica de  ambas culturas fue crucial. El ejercicio retórico que consiste en enumerar los rasgos étnicos y costumbres de ambos pueblos, y la búsqueda de similitudes y diferencias en las prácticas sociales, lo preparan para proponer la tesis de la existencia de una línea evolutiva entre ambos pueblo que, en términos generales, resulta convincente.

  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor
  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

Las bases del tipo de discurso que produce Herodoto se encuentran en una diversidad de espacios que muchos consideran ajenos a la historiografía. Visto de este modo, la historia como indagación o encuesta es producto de un agregado de procedimientos que la enriquecen como medio de expresión literaria. El papel que la épica y el drama jugaron en la configuración de la textualidad herodotiana fue crucial. Limitar la maduración del género a la tradición de los logógrafos y los genealogistas no explica todo el problema de la complejidad de la historiografía.

La épica

La épica es una narración poética-fantástica transmitido oralmente que representa una explicación legítima de la historia colectiva de una etnia dada. La Ilíada y la Odisea , textos atribuidos por la tradición a un aedo y poeta llamado Homero, son el más conocido ejemplo de ello. El hecho de que hoy se reconozca que Homero es un personaje imaginario no ha hecho mella en la confiabilidad y el valor de los textos. Por el contrario, el reconocimiento de que ambas son el  producto de múltiples voces anónimas afianza la idea de que la colectividad habla por medio del texto poético. Argumentos similares podrían esgrimirse a la hora de enfrentar el Ramayana, El Cantar del Mío Cid o el Cantar de la Hueste de Ígor en contextos completamente distintos.

HomeroLa estructura en verso que posee la épica servía de apoyo para la memorización del texto. La recitación pública tomaba el carácter de un rito de reactualización del pasado memorable. Pero se sabe que el aedo o cantor público, la reformulaba en la medida en que la exponía una y otra vez. Una alteración del ritmo de un verso podía implicar un cambio semántico palpable.

La épica tenía una función intelectual crucial: explicar el origen del pueblo que la produceía, los aqueos. El proceso de contar la hazaña colectiva de ese pueblo se elaboraba mediante el recurso a fuertes tonalidades militares. Pero también correspondía a la épica una  función ética, a saber, establecer unos códigos de comportamiento respetables que sirvieran de modelo al hombre común. En esa dirección el heroísmo y el honor o timé que ello acarreaba, se expresaban como valores masculinos y exclusivos, accesible en especial a las clases altas. La relación entre ese código heroico masculino y el proceritismo, es crucial para la tradición occidental-cristiana y la imago mundi que esta desarrollaría más tarde.

El código heroico enaltecía  la figura del militar por razones obvias. La milicia helénica a la que alude era elitista: el avituallamiento del soldado era responsabilidad del  hogar u oikos. Por ello, solo quien poseía suficientes bienes podía hacerse militar. La relación entre aquel principio de exclusividad que justifica la posesión del honor es uno de los  fundamentos de la caballería medieval que perecerá burlada bajo la escritura de Cervantes en El Quijote y las navajas francesa durante la revolución del tercer estado.

La épica aporta a  la historiografía helénica, y por medio de esta a la historiografía cristiano-occidental, la figura del héroe o el protagonista. A través de este justifica la invención del antagonista a la vez que introduce en la narración la metáfora del conflicto que debe resolverse. De este modo la narración histórica adopta la tensión o suspenso de lo narrado como un componente de la narración del pasado.

El drama trágico

El impacto del  drama trágico se encuentra más bien en el aspecto estructural. El drama trágico se desarrolló como un comentario a los temas de la épica. El medio performativo discute problemas éticos mediante una trama en la que participaban personajes divinos y heroicos a los cuales se  les adjudican valores atemporales, eternos o sincrónicos. En términos literarios, se trataba de personajes planos o tipos diáfanos que representan valores fijos como ocurre, por ejemplo, en la fábula moral. La participación del pueblo o demos en el drama trágico se establecía mediante el coro verdadera metáfora del yo colectivo que observa, juzga y aprende.

IliadaEl drama trágico se organizaba como un relato por etapas. Tenía una exposición, un desarrollo, un nudo y un desenlace. La impresión de que el drama era un texto lineal, cronológico y diacrónico fue un modelo crucial para la historia narrativa en su momento. Lo que recoge la historiografía del drama es esa  estructura clásica o la idea de la progresión que no abandona la circularidad del rito. Ello sirvió de guía para la exposición elegante de la historia que sobrevivió hasta el Romanticismo. El drama también afirmó la finalidad moral que el occidente-cristiano usó para crear la idea de la Historia Magíster como un discurso con un fin moral y cívico definido.

La tradición de los logógrafos o escritores del pensamiento completa el cuadro. La finalidad de aquellos funcionarios era fijar por escrito los acontecimientos que afectaban los procesos de poder. Se trataba de una labor común a buena parte de las sociedades civilizadas antiguas. Como se sabe, los escribas estaban exentos de impuestos en Egipto Antiguo y la memorización era un rasgo esencia  para la educación cívica en Sumeria-Babilonia. Del mismo modo, las genealogías o las líneas de prosapia y herencia, eran claves en el mundo hebreo.

Pero en aquellos casos la discusión del pasado o de la historia, se encontraba disuelta en el saber que hoy denominamos literatura. Lo que una vez se llamó protohistoria, era una forma de expresión híbrida que servía a las estructuras de poder y ofrecía argumentos para fijar las jerarquías sociales.

Los logógrafos

El logógrafo helénico realizaba un trabajo banal. Eran archivistas, funcionarios del estado, cumplían un trabajo de encargo: fijar los eventos importantes de la civitas en una recopilación acrítica. Su labor no incluía un proceso apropiado de interpretación. La meta era componer la memoria o cronohistoria colectiva. En verdad, la selección de acontecimientos ya representaba un proceso de interpretación en la medida en que producía un dictum e indicaba lo que se debía recordar y lo que no.

Por su posición, el logógrafo investigaba y organizaba genealogías. Como ya se sugirió antes, las genealogías eran valiosas en sociedades aristocráticas en la medida en que  legitimaban el poder y el saber. Adjunto con ello, los logógrafos también eran inventores y narradores de historias. Ese fue el papel de un Hecateo y de un Cadmos de Mileto en su momento.

La tensión narrativa, la estructura lineal y conflictiva y el carácter clasista y aristocrático de la historiografía helénica pueden ser trazados hasta esas fuentes. La persistencia de ello en la historiografía occidental-cristiana es otra deuda que no debe ser olvidada.