• Mar­qués de Condorcet (1743-1793)

El hombre nace con la facultad de recibir sensaciones, de percibir y de distinguir en las que recibe, las sensaciones simples de que están compuestas, de retenerlas, de reconocerlas, de combinarlas, de conservarlas o de evocarlas en su memoria, asociando entre sí estas combinaciones, de apoderarse de lo que tienen de común y de lo que los distingue, de atribuir signos a todos estos objetos, para reconocerlos mejor y facilitar nuevas combinaciones con ellos.

Esta facultad se desenvuelve en él por la acción de las cosas exteriores, es decir, por la presencia de ciertas sensaciones compuestas, cuya constancia, sea en la identidad de su conjunto, sea en las leyes de su cambio, es independiente de él. La ejercita igualmente por la comunicación con sus semejantes; en fin: por medios artificiales, que, después del primer desenvolvimiento de esta misma facultad, han llegado los hombres a inventar.

Las sensaciones van acompañadas de placer y de dolor, y el hombre tiene del mismo modo la facultad de transformar estas impresiones momentáneas en sentimientos durables, dulces o penosos; de experimentar estos sentimientos a la vista o al recuerdo de los placeres o los dolores de los otros seres sensibles. En fin; de esta facultad, unida a la de formar y combinar ideas, nacen entre él y sus semejantes relaciones de interés y de deber, a las cuales la naturaleza misma ha querido atribuir la parte más preciosa de nuestra felicidad y los más dolorosos de nuestros males.

CondorcetSi nos limitamos a observar, a conocer los hechos generales y las leyes constantes que presenta el desenvolvimiento de estas facultades, en lo que hay de común a los diversos individuos de la especie humana, esta ciencia lleva el nombre de metafísica.

Pero si se considera este mismo desenvolvimiento en sus resultados, relativamente a la masa de los individuos que coexisten al mismo tiempo sobre un espacio dado, y si le seguimos de generación en generación, presenta entonces el cuadro de los progresos del espíritu humano. Este progreso está sometido a las mismas leyes generales que se observan en el desenvolvimiento individual de nuestras facultades, puesto que es el resultado de este desenvolvimiento, considerado al mismo tiempo en un gran número de individuos reunidos en sociedad. Pero los resultados que cada instante presenta dependen del que ofrecen los instantes precedentes e influyen sobre los tiempos venideros.

Este cuadro es, pues, histórico, puesto que, sometido a perpetuas variaciones, se forma por la observación sucesiva de las sociedades humanas en las diferentes épocas que han recorrido. Debe presentar el orden de los cambios, exponer el influjo que ejerce cada instante sobre el que le reemplaza, y mostrar así, en las modificaciones que ha recibido la especie humana, renovándose sin cesar en medio de la inmensidad de los siglos, la marcha que ha seguido y los pasos que ha dado hacia la verdad o la felicidad. Estas observaciones sobre lo que el hombre ha sido y sobre lo que hoy es, conducirán inmediatamente a los medios de asegurar y de acelerar los nuevos progresos que su naturaleza le permite esperar todavía.

Tal es la bella empresa que he emprendido y cuyo resultado será mostrar por el razonamiento y por los hechos que no hay marcado ningún término al perfeccionamiento de las facultades humanas; que la perfectibilidad del hombre es realmente indefinida; que los progresos de esta perfectibilidad, independientes de todo poder que quisiera detenerlos, no tienen ningún otro término que la duración del globo en que nos ha lanzado la naturaleza. Sin duda, estos progresos podrán seguir una marcha más o menos rápida, pero jamás será retrógrada; al menos en tanto que la tierra ocupe el mismo lugar en el sistema del universo y que las leyes generales de este sistema no produzcan sobre este globo un desquiciamiento general, o cambios que no permitan ya a la especie humana conservar y desplegar las mismas facultades o encontrar los mismos recursos…

Se puede incluso observar que, según las leyes generales del desarrollo de nuestras facultades, han debido de nacer ciertos prejuicios en cada época de nuestros progresos, pero para extender mucho más allá su seducción o su imperio. Porque los hombres conservan aún los errores de su infancia, los de su pueblo y los de su siglo mucho tiempo después de reconocer todas, las verdades necesarias para destruirles.

En fin, en todos los países y en todos los tiempos hay prejuicios diferentes según el grado de instrucción de las distintas clases de hombres, así como según sus profesiones. Si los prejuicios de los filósofos estorban a los nuevos progresos de la verdad, los de las clases menos ilustradas retrasan la propagación de las verdades ya conocidas, y los de ciertas profesiones acreditadas o poderosas oponen obstáculos a estas verdades; son tres clases de enemigos que la razón se ve obligada a combatir incesantemente, y de los cuales no triunfa muchas veces más que después de una lucha larga y penosa. La historia de estos combates, la del nacimiento, el triunfo y la caída de los prejuicios ocupará, por tanto, un gran lugar en esta obra y no será la parte menos importante ni la menos útil de ella.

Si existe la ciencia de prever los progresos de la especie humana, de dirigirlos y de acelerarlos, la historia de los que ha realizado debe ser su base principal…

¿Hemos llegado al punto en que no tengamos ya que temer ni nuevos errores ni la vuelta de los antiguos; en que ninguna institución corruptora no pueda ser ya presentada por la hipocresía y adoptada por la ignorancia o por el entusiasmo, y en que ninguna combinación viciosa no pueda hacer ya la desgracia de ninguna gran nación? ¿Será acaso inútil saber cómo han sido engañados los pueblos, corrompidos o sumergidos en la miseria?

Todo nos dice que tocamos la época de una de las grandes revoluciones de la especie humana. ¿Qué nos podía alumbrar mejor sobre lo que debemos esperar de ella; qué es lo que nos puede ofrecer una guía más segura para conducirnos en medio de sus movimientos que el cuadro de las revoluciones que la han precedido y preparado? El estado actual de las luces nos garantiza que será afortunado; pero no será esto sino a condición de que sepamos utilizar todas nuestras fuerzas; y para que la dicha que promete sea comprada a menos precio; para que se extienda con rapidez en un mayor espacio y para que sea más completa en sus efectos, ¿no tenemos necesidad de estudiar en la historia del espíritu humano? ¿qué obstáculos nos quedan que temer y qué medios tenemos de salvarlos…?

Tomado de Mar­qués de Condorcet, Bosquejo de un cuadro Histórico de los progresos del espíritu humano, Tomo I (1921) Madrid. Espasa Calpe. Págs. 15-29, fragmentos.

Comentario:

El texto de Condorcet sintetiza una Teoría del Conocimiento: el Sujeto o ser humano, por medio de sus facultades sensoriales, entra en contacto con el Objeto o las cosas exteriores. El Sujeto y el Objeto son independientes el uno del otro. Las sensaciones producen una diversidad de efectos que el ser humano combina,  razona y recuerda. Producir conocimiento es completar con eficacia ese proceso. Para Condorcet la Razón es la facultad humana por excelencia, lo que nos distingue del resto de los organismos quenpueblan el mundo.

El estudio del desenvolvimiento de esas  facultades de la humanas a través del tiempo, “presenta el cuadro de los progresos del espíritu humano” : la  historia es la expresión de la racionalidad. El Progreso general está sujeto a las mismas Leyes Generales que el Progreso Individual, y sus avances acumulativo se explican mediante una relación de causa y efecto.  El Progreso es Histórico en el sentido de que varía siempre, y tiene como meta última la verdad o la felicidad. El conocimiento de esos hechos le permite al ser humano asegurar y acelerar los nuevos progresos en un proceso que no tiene fin. La Teoría Clásica del Progreso está completa.

La tesis de  que “la perfectibilidad del hombre es realmente indefinida” es ambigua. Lo indefinido es lo que no tiene término, pero también es aquello que no tiene signos que la determinen. En ambos casos la perfectibilidad es una utopía o un vacío. El principio de que la marcha del Progreso es más o menos acelerada pero “jamás será retrógrada”, ratifica la confianza de aquella generación en el futuro.

Los enemigos del Progreso son tres: los prejuicios de los filósofos, los prejuicios de las clases menos ilustradas y los prejuicios de ciertas profesiones acreditadas. La Historia se sugiere como “la ciencia de prever los progresos de la especie humana, de dirigirlos y acelerarlos”. La celebración de su presente y el optimismo, dominan el final del fragmento de Condorcet. Contrastar este texto con algunos comentarios de John B. Bury (1861-1927), resulta crucial para comprender la situación del Progresismo después de la Gran Guerra (1914-1918).

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor