• Mario Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

Todo sugiere que, tras el fin de la Guerra Fría 1989 a 1991, la relación pasado / presente / futuro, tal y como se había imaginado a lo largo del siglo 20, perdió operabilidad. Los paradigmas interpretativos surgidos con timidez al cabo de la primera posguerra y consolidados tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) ya no eran funcionales. La certeza reconocida al bipolarismo, la imaginación progresista, espina dorsal de la mirada moderna, y la confianza en que un “mundo mejor” era posible que había sido puesta en entredicho desde la década de 1920, no correspondía con la realidad. El proyecto europeo occidental con respecto a la humanidad, síntesis de la discusión cultural desde el siglo 14, ya no era convincente. El humanismo en todas sus facetas era cosa del pasado.

El bipolarismo característico de la Guerra Fría poseía una genealogía. En términos geopolíticos, el conflicto civil al interior de Rusia que movilizó a los vencedores de la Gran Guerra en favor de los blancos contra los rojos entre 1917 y 1920 y preparó el camino para la fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922, había adelantado el fortalecimiento del dualismo maniqueo que dominó la era de la Guerra Fría desde 1947. Aquel era un discurso místico cargado de mesianismo y con un santoral preciso: la confrontación entre bien y el mal, definidos acorde con el lugar que se ocupase a la “derecha” o a la “izquierda” del espectro ideológico heredado de la revolución de 1789, inyectaba y sostenía la estructura de la historia y a los acólitos de cada bando. La confianza en la “inevitabilidad” de la imposición de uno sobre el otro era total como en una suerte de fe.

Aquel relato en torno al orden del mundo se había organizado alrededor de las necesidades concretas de Washington y Moscú, el primer y el segundo mundo en el lenguaje de los juegos del poder. Como era de esperarse, semejante representación invisibilizaba la diversidad del entonces llamado tercer mundo y los países no alineados con uno u otro polo de polo. Los tres mundos imaginados, una reinversión secular del trinitarismo cristiano, expresaban un esfuerzo de homogeneización que siempre fue incompleto. Las modulaciones del capitalismo, el socialismo y un largo etcétera, no podían ser resumidos en sistemas bipolares simples ni en el marco de comportamientos políticos, sociales y culturales estables y predecibles.

La represión de la diversidad que imponía la metáfora de un mundo bipolar estable había madurado desde la fase de la contención de la Guerra Fría y encubría un (des)orden y una diversidad internacional que poseía los rasgos de un trastorno de identidad disociativo. En cierto modo, la situación condujo a que los voceros de las personas jurídicas de la comunidad internacional, hicieran de la vacilación y el acomodo conveniente un arte a fin de asegurar la subsistencia de sus vacías versiones del capitalismo y el socialismo.

Después del periodo de 1989 y 1981, el bipolarismo dualista que caracterizó a la Guerra Fría , significado en la secular batalla entre este / oeste, socialismo / capitalismo, democracia / autoritarismo, totalitarismo- perdió su pertinencia. La explicación histórica que se ofrecía a partir de aquel marco se vació de contenido. Se hacía necesario fundar un nuevo lenguaje para la pos Guerra Fría, un concepto que pronto comenzó a disolverse en la nébula del olvido. Reinventar el presente en la pos Guerra Fría, sin embargo, requería no solo la reinvención del imaginario del orbe bipolar con argumentos frescos sino la revisión de todo el pasado que condujo a aquel callejón sin salida. Los historiadores profesionales y los educadores en historia tenían ante sí un reto extraordinario que tradujese la crisis consustancial al paso de una fase histórica a otra. Lo dicho sobre el socialismo real, el fascismo y el novotratismo, por ejemplo, tenía que ser revisitado tras las exequias de ambos fenómenos. Una nueva discursividad histórica era necesaria.

Tras la disgregación de la Unión Soviética en 1991, los entusiastas voceros del neoliberalismo emergente aseguraban que el reordenamiento global devolvería a la humanidad a un monismo elemental y transparente.  Reducido el enemigo socialista a una mueca, un nuevo capitalismo apoyado en la utopía tecnocientífica al servicio del capital, se impondría. El mito de la liberación humana por la ciencia y la tecnología poseía una poderosa carga mesiánica en la mentalidad capitalista. Los sabios positivos en alianza con los industriales, el sueño de la Ciencia positiva del siglo 19, se materializaría. No eran los únicos: la mentalidad socialista coincidía. Los dos hijos putativos de la doctrina del progreso no diferían en torno a ese punto neurálgico sino en cuanto a quién beneficiaría aquella: al capital o al trabajo.  

Eso sí, los componentes de la idea de la libertad en el neoliberalismo serían distintos a los liberalismos y los socialismos. Ya no se definiría aquel concepto a la luz de las relaciones de la comunidad con el estado sino con el mercado: el zoon politikon (animal cívico), abriría paso al zoon katanalotis (animal consumidor). Las nuevas condiciones para la definición de una identidad válida no emanarían de un acto de resistencia política sino de otro de sumisión al fetiche de la mercancía. Aquel ya no sería un terreno fértil para la impugnación sino más bien una invitación al acomodo en la vorágine de la situación dominante.

Para los enemigos del socialismo, el colapso de socialismo real y la emergencia del neoliberalismo significó el triunfo del capitalismo y los ideales del oeste. La libertad individual en el seno de la economía de mercado fue interpretada como “el fin (la meta o telos) de la historia”. Aquel era un fin loable forzoso, un escatón místico, que aseguraba el rescate de una condición considerada “natural”. El aura del zoon katanalotis penetraría a toda la humanidad y desembocaría en un sistema más justo en el cual todos tuviesen la oportunidad , aunque no la facultad concreta, de consumir para definir un yo débil pero funcional.

Naturalizada la libre competencia y el libre mercado, cualquier aspiración que oliera a asociacionismo o intervención estatal terminó por convertirse en una anomalía.  No era una actitud nueva. Las ideas de ese tipo, consideradas radicales desde antes de la revolución industrial, fueron tachadas una y otra vez como patologías o anormalidades a lo largo de los siglos 19 y 20. El desarrollo de la ciencia y la tecnología y su inserción en la economía de mercado explica también la apelación a ese peculiar lenguaje biomédico en el arte del insulto ideológico, otra de las marcas que dejó la neurótica cientificidad heredada del positivismo decimonónico.

A la altura del 2000 se reconocía que aquella esperanza de liberación por el neoliberalismo era ilusoria. La libertad del zoon katanalotis en el neoliberalismo era un mito: la desigualdad social se profundizaba y tomaba rostros nuevos por todas partes. Incluso los valores seculares propios de la modernidad retrocedían. El fundamentalismo religioso cristiano o islámico, una peculiar estrategia de consumir a Dios como mercancía y como artefacto político,  reverdeció. El fantasma del fascismo retornó en la forma de un neo o post fascismo, tal y como había ocurrido en el periodo entreguerras, los intensos años de la Gran Depresión y el capitalismo de guerra.

La derrota del segundo mundo por cuenta del primero tuvo una celebración corta y un costo extraordinario. Las novedades de la utopía tecnológica fueron atroces, los crímenes cibernéticos proliferaron y, sin nada que las frenara, las agresiones ambientales se produjeron por todas partes en nombre de un neoliberalismo dispuesto a mercantilizar la naturaleza . Además la competencia este / oeste no había desaparecido: Washington y Moscú seguían allí. Sólo había tomado una tesitura distinta a pesar de la comunidad de intereses capitalistas que se entronizó en los entornos de lo que antes había sido el primero y el segundo mundo.

Hay algo que no debe pasarse por alto: el neoliberalismo emergente tuvo dos caras. Es cierto que liquidó los restos del patético socialismo real, un sistema de cosas condenado a la luz de su fracaso económico y su autoritarismo más que por la carencia de nobleza moral de sus fines teóricos propios de una religión común. Pero también destruyó los restos del capitalismo liberal con rostro humano que se había consolidado a raíz de la Gran Depresión y durante la Segunda Guerra Mundial cuando el capitalismo y el socialismo internacional unieron fuerzas para confrontar la amenaza común “totalitaria” que representaban el fascismo italiano,  el nazismo alemán y el imperialismo japonés. El capitalismo de guerra en Estados Unidos había requerido la solidaridad de sus gigantescos sectores productivos y profesionales a fin de sobrevivir a la catástrofe de la conflagración.

Y en Puerto Rico ¿qué?

En Puerto Rico el fin de la Guerra Fría y el brote del neoliberalismo emergente significó otra cosa. Implicó barrer los últimos rastros del ennoblecido Nuevo Trato, del populismo paternal edulcorado y del Estado Interventor.  De paso contribuyó a erosionar la hegemonía de sus administradores seculares: los populares y los penepés. Es posible que el fin del bipartidismo, eventualidad que tantos celebran como una posibilidad real desde el 2008 deba, a la larga, ser agradecido al capitalismo neoliberal salvaje que se impone día a día. Las antilogías del cambio del siglo 20 al 21 en Puerto Rico han sido numerosas y en general poco discutidas.

Por otro lado, si el siglo 20 había sido interpretado como el escenario de modernización y el progreso. El siglo 21 se preveía como el de la demolición de ambos mitos y sin la capacidad de escoger una alternativa a aquellos discursos.  Ni uno ni otro concepto significan lo mismo hoy: la devaluación del sentido de ambos estandartes ha sido profunda. La invención de un nuevo lenguaje para interpretar el presente y sus posibles futuros era y es imperiosa. La respuesta más visible a esta situación vacilante en el campo historiográfica ha consistido es desconfiar cada vez más de los códigos interpretativos que articularon el discurso historiográfico de la era de la Guerra Fría.

En un momento dado, en las décadas de 1970 y 1980, se pretendió dejar atrás el empaque político jurídico de la historiografía en favor del utillaje económico y social con excelentes resultados. Al cabo de la Guerra Fría, entre 1990 y 2000, la intención era reformular aquellos con los recursos de la historia cultural e inventar una versión alternativa a la historiografía  “tradicional” y la “nueva” que integrara y superara a ambas. Me parece que ello ha guiado lo mejor de la producción historiográfica reciente. Numerosos investigadores han decidido, en cierto modo, dejar de ocuparse de establecer “lo que realmente sucedió”, pasión común de “tradicionales” y “nuevos” empecinados en esclarecer la “verdad” como un objeto concreto, para ocuparse de la diversidad de formas de interpretar “lo que percibimos que sucedió”. Eso se llama genéricamente revisionismo. La reflexión sobre el lenguaje y la producción de los historiadores que han marcado ese esfuerzo se hace cada vez más urgente. Lo que parece frenarlo es esa concepción moderna aún persistente del historiador como un comentarista o intérprete diferenciado de otros géneros de “ escritores” porque produce “verdades”. La tradición y la modernidad pesan todavía.

La cultura histórica colectiva, aquella que ha sido socializada a través de la educación pública y privada preuniversitaria y universitaria, tenía y tiene ante sí ese gigantesco reto. La crisis por la que ambas atraviesan en este momento no debe reducirse solo a componentes institucionales, presupuestarios o demográficos. Todos saben hasta qué punto esos condicionamientos materiales se reflejan en el orden inmaterial o espiritual. La crisis que señalo también tiene que ver con la necesidad de cambiar la mirada y el lenguaje de modo que se pueda redefinir esa conexión entre presente y pasado que el fin de la Guerra Fría dejó inoperante. El presentismo, una forma más de mirar el propio ombligo, no sirve de mucho en este momento. Los tiempos de revisionismo continúan.

  • Elga M. del Valle La Luz, PhD

El profesor, escritor, historiador y crítico literario, oriundo de Hormigueros, Mario R. Cancel Sepúlveda, afirma: “Toda recuperación del pasado es una versión parcial de una totalidad inaprensible”. Esta aserción recoge el valor y la pertinencia del texto y en el que me adentraré en la siguiente reflexión. La riqueza del contenido de éste, el más reciente libro de Cancel sobre la disciplina que nos ocupa, exige más de una reflexión. Para la presente, se han escogido de manera puntual algunos de los planteamientos y desafíos a nuestro entender más relevantes desarrollados por Cancel Sepúlveda para provocar al lector-lectora.

¿En dónde y cuándo comienza el oficio de historiar? ¿Cuál es la función del historiador? ¿Existe la imparcialidad en el oficio, o la voz, la pasión y la visión de quien narra los hechos pasados estuvieron, están y estarán presente en sus escritos? ¿Cuáles cambios ha experimentado la disciplina y la manera de interpretar los hechos que dan origen al relato? Propiciar la curiosidad y la necesidad de entender los pormenores de la labor del historiador o historiadora, ver de manera crítica el devenir de la disciplina, entender y adquirir un panorama amplio de cómo se hilvana la periodización del acercamiento a los hechos pasados a la vez que se provoca interés por investigarlos para hacer una lectura de los mismos, es, sin duda, algunos de los logros de esta entrega titulada: “Historiografía y enfoques de la historia: pensamiento y escritura histórica”.

En la introducción del texto, Cancel Sepúlveda desmenuza los conceptos historia e historiografía. Presenta una visión amplia sobre los diversos acercamientos que definen la historia como disciplina para ofrecer al lector-lectora la posibilidad de hilvanar su transformación a través del tiempo. El autor plantea que el ser humano es un ser narrativo, o sea, un ser que narra lo que aprende y lo que imagina, por lo que su relación con el lenguaje le define como ser humano y como historiador: “El ser humano, en ese sentido, puede ser categorizado como un ‘ser narrativo’ que se comprende a sí mismo por medio de narraciones y que, en consecuencia, está sujeto a las formas de lenguaje que adopta lo que narramos”.

Para Cancel, la labor escritural del historiador es fundamental, y, por tanto, establece que aunque todos los seres humanos pueden pensar históricamente no todos pueden narrar historia. Hace énfasis en que la disciplina no se circunscribe exclusivamente a la narración del pasado, sino que siempre es la visión del presente sobre el pasado, “…que la historia nunca es solo y exclusivamente pasado. Por el contrario, siempre es la visión del presente sobre el pasado… quien decide lo que debe recordarse y a qué consideraciones apela para prohibir el olvido de ello”, nos advierte que constantemente reconstruimos el pasado de acuerdo con nuestra concepción de un presente que se debe precisamente a esos hechos y antecedentes.

En ese momento es que entra la figura del “historiador” a ocupar su puesto. […] Ni en el mundo helénico o griego ni en el latino o romano, la objetividad o la imparcialidad según las definió la ciencia moderna, fueron metas preciadas por los historiadores: el propio pensar o sentir estaba presente detrás de cada reflexión histórica.

El ser humano en el presente enfrenta un enorme desafío toda vez que, al carecer del cúmulo de hechos documentados y el conocimiento que de ellos se desprende, con que confrontaba en el pasado, se halla impedido de comprender a cabalidad la fibra con que está tejido el presente. Entender el presente sin mirar al pasado no tiene sentido alguno ni para el historiador(a) ni para el que no lo es.

El historiador se encuentra ante la situación de que el pasado y el fenómeno nunca pueden se restituidos del todo por lo que siempre se verá precisado a trabajar con las impresiones e imágenes que él elabora, moldea y organiza en una narración o relato coherente que tomará una diversidad de formas.

El proceso de rescatar tanto la historia documentada como la excluida de la oficial, resulta indispensable. Sobre todo, porque se mira desde ópticas diversas, lo que el autor llama “los diversos presentes”. En esa búsqueda se desafían los embates del tiempo y de los procesos de validación y rechazo que excluyeron algunos de los acontecimientos más relevantes o que son motivo de mayores cuestionamientos sobre su confiabilidad y veracidad. Para el autor, la escuela historiográfica es el proceso, como decir la obra, y el historiador, el personaje. El historiador asume el rol de protagonista, con o sin premeditación, al rescatar sucesos ignorados u olvidados y otorgarles significación como antecedentes del presente desde el cual se les mira, estudia o legitima.

Cancel relaciona las teorías religiosas del medio oriente, la judaica y la cristiana, y cuánto el discurso histórico, a la luz de ambas, mantuvieron un rol parecido en el que lo divino determinaba el destino de la humanidad y le negaba la posibilidad de autodeterminación.

El autor se detiene en la figura de Agustín de Hipona y detalla la formulación del Gran Relato Cristiano, más allá del dualismo maniqueo del filósofo. Cancel señala el contenido ético del discurso agustiniano y el desarrollo del concepto de lo temporal en paralelo a la constancia de los principios del judaísmo, a partir de la reflexión sobre la creación en el Génesis que, a fin de cuentas, representaba el cimiento del cristianismo. La historia, desde la óptica agustiniana, se definía a partir de Dios y el tiempo era controlado por este. El relato histórico, a medida que se expandió el cristianismo, bajo la institución de la Iglesia Católica, sería controlado por la jerarquía eclesiástica. La obediencia al mandato divino subordinaría todo lo que se consideraba mundano, o sea, ajeno a Dios, incluso o, tal vez, sobre todo, el quehacer político en la Edad Media.

La labor del historiador bajo el dominio de la Iglesia se convierte en la de cronista o recopilador de datos, que nunca deberá perder de perspectiva el principio articulado desde el Gran Relato Cristiano, “que la historia era una teofanía o la manifestación de Dios en el tiempo”. Los monasterios se convertirían en los centros de la compilación y escritura de los acontecimientos a la par que mostraban ser ejemplo de los verdaderos valores de la vida cristiana. Cancel expresa que, con el tiempo, los monasterios se corrompieron y en respuesta surgieron las órdenes franciscana y dominica, que coincidieron en cuanto a la incorporación de sus respectivas comunidades a la vida urbana y propusieron un nuevo acercamiento a los valores cristianos del Jesús histórico.

El autor inserta en su análisis la escolástica de Tomás de Aquino y la relación entre fe y razón, como dos pilares de la experiencia humana para nada contrarios, aunque estableciendo siempre la superioridad del primero sobre el segundo. Sobre la escolástica, dice Cancel: “El método incentivó la especulación, la refutación y el razonamiento sistemático hasta el punto de que llegó a identificar a Dios con la Razón y, como consecuencia de ello, a atenuar la contradicción Fe / Razón y a validar el saber racional”.

El autor explica los pormenores del pensamiento de Tomás de Aquino y revela cómo este valida la existencia del Estado como ente regulador de la vida del ser humano y como herramienta para trabajar por el Bien Común, conforme a la razón que viene de Dios. De acuerdo a la reflexión de Cancel, si bien hasta ese momento, el cristianismo amparado en el Determinismo Cristiano había rechazado los elementos de la cultura grecorromana, denominándolos paganos, bajo Tomás de Aquino y la escolástica, se toma de aquellos la posibilidad de validar intelectualmente los supuestos que cimentaban y consolidaban los arquetipos de la Iglesia.

En “El pensamiento histórico y social del Renacimiento a la Ilustración”, Cancel Sepúlveda se adentra en el pensamiento renacentista y humanista. Tanto el Renacimiento como el Humanismo, según el autor, representaron un reto al Providencialismo y Determinismo Cristiano que dominó la Edad Media. Llama la atención en esta sección, la elocución de Cancel sobre la trascendencia del Renacimiento y el Humanismo, y la vuelta al pensamiento heleno-latino, así como a la transformación del pensamiento y las instituciones en la que la incipiente burguesía tuvo rol protagónico y que desemboca en la modernidad, y el surgimiento de una nueva forma de quehacer político en el que el papel del Estado se replantea, y rompe con la visión medieval, anteponiendo la postura del Estado sobre la Iglesia.

Resulta indispensable reconocer la amplitud y profundidad del pensamiento historiográfico del autor. Este pone en perspectiva la influencia de Platón y Aristóteles, tanto en el pensamiento medieval como en el renacentista, pero brindando especial énfasis en lo disímil de ambos acercamientos al legado de los griegos.

En términos generales, las fuentes intelectuales del Humanismo que alimentaron el pensamiento y la cultura renacentista; y las fuentes intelectuales del Providencialismo Cristiano que alimentaron el pensamiento y la cultura medieval habían sido las mismas: los antes citados Platón y Aristóteles son antecedentes comunes a ambas vertientes. Lo que cambió, y esta es una lección historiográfica importante, fue la interpretación de las aportaciones de aquellos.

Al analizar estos antecedentes en el contexto del Renacimiento y el comienzo del Humanismo, el autor resalta las figuras de Nicolás Maquiavelo y Leonardo Da Vinci para explicar la percepción de ambos a la luz del Humanismo en el que se redefine la historia en la modernidad. Maquiavelo brinda especial énfasis a la importancia del “papel creativo del individuo y su voluntad de poder en la fragua de la historia”. Por otro lado, para Cancel Sepúlveda, Leonardo, partía de la premisa de que “la experiencia sensorial, la determinación causa–efecto y la razón, combinadas, producían la verdad”. A tenor con este supuesto, la nueva manera de aproximarse a la historia, ciertamente se comienza a desvincular de la visión Providencialista del medioevo para dar paso a una manera modernista de reflexionar sobre los hechos históricos. Este planteamiento sugiere al lector-lectora, que el ser humano se logra convencer a sí mismo del poder de la razón para evaluar los hechos y pasar juicio sobre ellos, ya no bajo el crisol de la voluntad divina, sino desde la propia. Cancel resalta que, a pesar del crecimiento de este aparente distanciamiento del medievo, aun allí seguían prevalentes los principios del cristianismo.

Resulta entonces, comprensible que durante el periodo del Barroco se pudiese observar una vuelta al Providencialismo y se intentase deslegitimar la visión humanista bajo el amparo de la Contrarreforma de la Iglesia Católica. Sin embargo, la lucha entre clericalismo y secularismo no detuvo el avance del pensamiento humanista. Más aun, las ideas humanistas ven su culmen, como expresa Cancel, en la obra de Francis Bacon y el acercamiento empírico, indispensable para la visión modernista de la historia y la historiografía. O en las palabras del autor: “Sin la percepción de que lo empírico y lo contingente podrían servir de base para un conocimiento auténtico, no hubiese sido posible la historiografía moderna ni la historiografía científica”.

Así, el autor da paso a la figura de Vico, cuyos planteamientos pretendían explicar la naturaleza humana, y dar a entender las causas del comportamiento humano en la historia. Cancel resalta la importancia de las ideas de Vico para allanar el camino al Positivismo y el Krausismo, reconociendo que éste logró armonizar lo mejor de las corrientes del Providencialismo, la Revolución Científica y el Racionalismo, para legar “un sistema especulativo de rasgos modernos que deja al estudioso en las puertas de la Ilustración”.

El autor, hace referencia al “gran relato moderno” y la postura de Nietzsche sobre la historia en la que éste apunta a la perspectiva de ver la historia en las tres metáforas nietzscheanas: historia monumental, historia anticuaria e historia crítica. Según Cancel, estas tres actitudes que responden a cada una de las dimensiones: admiración (pasado), esperanza (presente), ansiedad (futuro)… sensaciones habituales que se experimentan en la praxis del oficio de historiar. Por tanto, añade, en Nietzsche “la narración o relato del pasado era en verdad contingente, relativo y cambiante” en la medida que enfrentar los hechos desde la óptica humana carece de objetividad.

Para Cancel, el filósofo alemán derrota la visión de la historia universal según concebida por la historiografía latina, cristiana y moderna, puesto que todas partían de la supremacía de Dios. El orden de las cosas, determinado por el ser divino, no existe, más bien no hay tal cosa, de ahí la aserción del filósofo de que “Dios ha muerto”. El historiador hormiguereño, de manera audaz, enfrenta al lector con las inquisitivas interrogantes propuestas por Nietzsche que resultaron ser premisas a partir de las cuales se dedicará, como señala Cancel, buena parte de la discusión historiográfica, particularmente en la segunda mitad del siglo XX.

Más adelante, el autor reflexiona en torno al Vitalismo Filosófico. Para ello desglosa los pormenores del debate sobre el tiempo y la visión dual del filósofo francés Henri Bergson: tiempo científico y tiempo real. Bajo los supuestos de Bergson, la vida no se regía por el tiempo científico y por tanto, la historiografía aunque intentara entender los acontecimientos, dicha acción le resultaría inútil en la medida en que la vida transcurre en tiempo puro.

La llegada del siglo XX converge con un replanteamiento sobre la historiografía y la concepción de una historia total. Los proponentes de este acercamiento veían la necesidad de tomar en consideración los avances de las Ciencias Sociales para la comprensión de la historia. Con este nuevo enfoque, surge el “giro social” que, si bien atendía asuntos parecidos al Materialismo Histórico, amplió el espectro de acercamientos a otras disciplinas de las Ciencias Sociales y, además, mostró particular interés por el estudio de la sociedad y sus expresiones culturales.

El autor reflexiona sobre las propuestas de Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel. Estos, afirma, se distanciaron de las teorías especulativas para dar paso a un balance entre reflexión teórica e investigación histórica que ha caracterizado la manera de hacer historiografía hasta el presente. Entre estas cavilaciones, llama la atención la definición de Bloch del historiador como aquel que da orden al caos y le brinda una estructura que le otorga sentido. Por otro lado, la labor del historiador es aún más compleja en la medida que no todos los seres humanos viven, reaccionan o comprenden los hechos de la misma manera y, por tanto, las interpretaciones de quien reflexiona en torno a estos, varían.

Sobre Lucien Febvre, Cancel resalta el acercamiento a la historia-problema y la fluidez de los acontecimientos, la labor del historiador de analizar el hecho y verlo desde todas las dimensiones posibles para comprenderlo. Braudel, añade, elaboró una teoría de las duraciones o teoría del tiempo histórico que resultó en el distanciamiento del análisis cronológico de los eventos. La esencia de la propuesta teórica de Braudel es el ser humano social y culturalmente definido, como afirma el autor. Estas aportaciones de Braudel sirvieron de cimiento para la Historia Ambiental, la Historia Ultramarina, “los Sistemas Mundos” de Immanuel Wallerstein y los Estudios Caribeños.

Dentro de esta reflexión sobre las aportaciones de la nueva historia a partir de la Escuela de los Annales, sobresale el hecho de que esta última logró completar el desafío de una historia total, pero sin limitarse a los supuestos del Providencialismo Cristiano y la Ilustración, sino que abarcó consideraciones más amplias bajo los elementos sociológicos y culturales, incluyendo aquellos relegados en el Gran Relato Moderno, el “abajo social”, la periferia y los habitantes de los márgenes.

El autor reflexiona en torno al enfrentamiento de visiones generacionales que dan paso a la interpretación del relato histórico en un interesante acercamiento: el pasado vivido y la reflexión ante dicho pasado. Por un lado, la generación silente vivió los efectos de la Segunda Gran Guerra y el inicio de la posguerra a flor de piel. Por el otro, los boomers, con los bríos de la juventud y el deseo de cambio, interpretaban aquellos eventos como vestigios de una realidad política que había que dejar atrás y, reconceptualizaban con sus acciones, la libertad concebida como una transformación cultural. Aquello se manifestó de manera concreta con las experiencias del 1968, trascendió Paris y se replicó en Estados Unidos y Latinoamérica.

A los eventos que caracterizaron este periodo convulso se pueden añadir la crisis del petróleo, el desarrollo de la economía de consumo, el fundamentalismo islámico para nada disímil del cristiano, etc. El autor elabora cuánto todo aquello redundó en el cuestionamiento de los paradigmas del Materialismo Histórico, la Historia Social y Económica de la Escuela de los Annales. Sin embargo, aquellas teorías no desaparecerían, más bien suscitaron un relevo intelectual. Aquel relevo provocó que se replanteara la historiografía, ya no analizando los hechos culturales y sociales desde el punto de vista económico, sino que se proponía ver los fenómenos económicos y sociales desde una mirada cultural.

Es precisamente desde esa perspectiva que el autor reflexiona en torno a los trabajos de Jacques Le Goff y Pierre Nora. Estos propusieron una nueva mirada historiográfica que se ocupara de aquello que relacionaban con lo cultural, las ideas, las mentalidades, el pensamiento, lo inmaterial. Además, rompieron con el paradigma de los Segundos Annales a la vez que criticaron su obstinación con el análisis materialista de los hechos.

Resulta necesario resaltar que Cancel señala que lo material e inmaterial en términos culturales convergen. Por un lado, afirma que, si bien es cierto que lo cultural es inmaterial, esto se transforma en un producto (algo material) que se consume, a través de libros, revistas, películas, por tanto, coexisten. Sobre la propuesta de la Historia de las Mentalidades, resalta que el ser humano volvió a ser el centro de atención y se le otorgó mayor libertad en el proceso histórico, integrando conceptos de otras disciplinas de las Ciencias Sociales como la etnología, la lingüística, la crítica literaria y la psicología social. La Historia de las Mentalidades sentó las bases para lo que sería la Historia Cultural.

Sobre el papel del historiador y su rol en la Historia Cultural, el autor resalta que, dentro del quehacer de la Historia Cultural, el papel del historiador se transforma de científico social a un escritor creativo. El controvertido planteamiento afirma que cada vez más se descubre que el oficio de historiar se acerca a la escritura creativa, el análisis textual y discursivo, aunque sin distanciarse de las ciencias sociales. En este contexto, la Historia Cultural da lugar al análisis y la interpretación del pasado a la discusión activa y afirma que los estudiosos de esta miran la cultura como concepto hibrido o mestizo, para nada puro, particularmente a partir de la revolución de las comunicaciones y la aparición de las redes o internet.

No es posible abarcar la inmensidad de acercamientos que hace este texto en una sola reflexión. Estos breves apuntes son solo una muestra del valioso contenido de este ejemplar. Si el propósito de Cancel Sepúlveda, al redactar este texto, fue propiciar el interés por la disciplina y despertar el entusiasmo por la lectura del legado historiográfico basado en el conocimiento y análisis crítico con una visión panorámica de la historia de la historiografía, logró exitosamente su cometido. Decía el filósofo Michel Foucault, “el saber es el único espacio de libertad del ser”, basado en esta afirmación, la sed de saber redime, y la historiografía es terreno fértil para enarbolar bandera. Ojalá cada estudiante que lea esta obra abrace el oficio crítico y escritural del historiador/historiadora.

Referencia

Cancel Sepúlveda, M., (2023). Historiografía y enfoques de la historia: pensamiento y escritura histórica, San Juan, Puerto Rico: Editorial Plaza Mayor.

  • Dr. Jesús Delgado Burgos
  • Profesor de Historia (CEAPRC)

Mario R. Cancel Sepúlveda, Historiografía y Enfoques de la Historia. Pensamiento y Escritura Histórica, Santo Domingo, República Dominicana, Editorial Plaza Mayor, 2023. (Puede conseguirse en San Juan, Librería Laberinto).

Lo compré ayer sábado y todavía conserva intacto el olor de todo libro al salir de imprenta. Antes y después de la defensa de tesis, y a manera del rito y curiosidad de todo lector ante un nuevo libro recién publicado que se interesa leer, hice un recorrido de exploración desde su portada hasta la contraportada y sus más de 598 páginas. Los amigos y amigas que son lectores consuetudinarios y cuya curiosidad intelectual los lleva a comprar un libro, podrán imaginar el brillo de los ojos y esa cierta sensación de satisfacción que surge según se van pasando una a una la totalidad de las páginas.

Del libro apenas he visto su portada y contraportada, su información bibliográfica, sus cuatro páginas de “Tabla de contenido”, la “Carta al lector”, “Prólogo” y “Póslogo: reflexión final”, la nota biográfica y presentación de la obra que aparece al reverso de portada, el glosario, su índice de personajes, bibliografía y pasar revista sobre la serie de “Palabras claves” o conceptos historiográficos-sociológicos-filosóficos-estéticos-literarios al inicio de cada capítulo.

Ante un nuevo libro, del saber que sea, y en medio de la vorágine del ajetreo cotidiano, es lo más que uno puede hacer. Es lo mismo que ocurre cuando un explorador se encuentra ante la imagen de un paisaje con sus cuevas, veredas y montañas que desea conocer de cerca. Según plantea el autor en el prólogo el libro “es una aproximación al tema de la Historia, la Historiografía y la Teoría de la Historia occidental europeo-americana.” Ahora bien, tomando en consideración lo poco que he leído, la lectura de los títulos temáticos, la observación de sus ilustraciones, algunas notas al pie de imagen y algunas cosas leídas a vuelo de pájaro que me han llamado la atención, la obra en su conjunto es un diálogo constante y permanente entre la historia en cuanto hecho-proceso y los paradigmas historiográficos que se han planteado en sus diversas narrativas y concepciones de los historiadores desde el mismo momento en que surge el pensamiento histórico y la historia escrita en la tradición europea occidental. En ese fluir constante de la historia como campo del saber-hacer, emergen a través de sus páginas, las diferentes épocas, periodos y tendencias historiográficas en diálogo con las ciencias, la filosofía, la literatura, la sociología, la economía, la psicología, el mito, la leyenda y la religión, desde la antigüedad hasta lo contemporáneo.

Como libro-objeto y temático en sí, me atrevo a decir que es el resultado de un extraordinario esfuerzo de síntesis acerca del desarrollo de la Historia en cuanto campo del conocimiento. De igual modo, si lo fuera a describir en términos generales diría que, en Historiografía y enfoques de la historia, confluyen las características del esfuerzo enciclopédico de un tema en particular, la multidimensionalidad del saber e interpretación histórica y la especificidad de cada uno de los temas tratados. Dicho de otro modo: el libro que andaba buscando para recomendar a mis estudiantes y refrescar mi memoria del curso “Historiografía Europea-Americana” que he estado impartiendo desde agosto 2022 en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Un libro-texto que resulta indispensable.

Desde ese agosto he escrito cuartillas y cuartillas sobre las diferentes escuelas o tendencias historiográficas que he tratado en el curso y regresado a mi colección bibliográfica, fichas, notas y apuntes relacionadas de manera directa con la historiografía e investigación histórica, pero ahora dispongo del libro-texto que buscaba, no encontraba y hacía falta…Me acosté pensando en el libro, desperté pensando en él y he aquí lo pensado mientras dormía…

Como comentaba ayer a una amiga y profesora de quien supe de la existencia del libro “Mario Cancel me ha hecho el curso y me facilitó el texto que necesitaba…está hecho a la medida para mi clase y me hacía falta un texto así para recomendar a mis estudiantes de Historiografía…”

A Mario R. Cancel-Sepúlveda, mis felicitaciones.

Domingo 4 de mayo 2023 y a tempranas horas de la mañana.

Publicado originalmente en el perfil de Facebook del Dr. Jesús Delgado Burgos

QUIENES SOMOS
Los individuos que pensamos e iniciamos Siglo 22 nos enfrentamos a un país que convoca y desorienta. Nacemos en tiempo de barruntos y en un año presagioso. El cambio climático se profundiza. Francia tuvo las temperaturas más altas desde que lleva récords. El calor calcinó a Inglaterra. En Ucrania, la invasión rusa repercute en el continente, crea un conflicto directo con la Unión Europea y la OTAN, y mustia el horizonte. En Estados Unidos, ideas y prácticas del arsenal fascista son más que evidentes. En Puerto Rico, los cadáveres se amontonan en ese trasmundo paralelo de lo cotidiano. Los cuerpos que aparecen en lo macabro de su final no parecen ser vistos. Los desarrolladores quieren vender una porción del Bosque Seco y construir un parque acuático en el Lago de Toa Baja. La elite política del binomio colonialista continúa con su corrupción, ceguera y traspiés conocidos. Bad Bunny es un fenómeno global. Nacemos en varios mundos en pugna, en un enredo.

Nuestro país desorienta y reta, y buscamos en su historia y su maraña actual asideros posibles.
En la historia definitoria del pasado siglo y este, Puerto Rico ha sufrido períodos de desazón y transformaciones colectivas.

La elite política del 1898 vio sus logros autonomistas derrumbarse tras el estruendo de una invasión militar que trajo la novedad de lenguaje, bandera y prioridades económicas. El nuevo orden encontró una clase trabajadora que ya pulseaba en lo social y desarrolló suficiente conciencia de su fuerza para competir electoralmente. Los nuevos cambios podían desorientar, pero las luchas sociales abrían puertas a la esperanza.

La generación de los años treinta, la que nos precede en azares parecidos, también vivió empobrecimiento, un huracán, inestabilidad política, aumento de los fondos federales y luchas sociales de envergadura. Pero vivían en la pobreza y los cambios que comenzaron a ver a partir del 1941 fueron de mejoría.

Los profundos cambios de la modernización, hincados en los puntales de la industrialización, emigración masiva, inversión pública en educación, salud e infraestructura y, finalmente, en el barnizado a la colonia que se llamó Estado Libre Asociado, cercenaron bolsillos de pobreza, crearon otros y aseguraron—nos dijeron–el descubrimiento de la fórmula perfecta para garantizar progreso. Cuerpos enflaquecidos del campesinado dieron paso a otros, la biopolítica vacunaba, caminos de polvo recibieron brea, terrenos baldíos fueron parada para caseríos y la Universidad de Puerto Rico fue un hervidero de ideas, refriegas y movilidad social.

Otra vez, estas transformaciones, con la acelerada llegada de lo nuevo, dislocaron el balance político y emocional de muchos. Pero el futuro no lucía lóbrego.

Las pasadas dos décadas han sido distintas. Son veinte años de empobrecimiento y precarización. El país sufrió sequía y chikungunya. María dejó una estela de más de tres mil muertos. La pandemia es responsable por más de cuatro mil. Entre el 2011 y el 2021, Puerto Rico perdió el 11% de la población, un porciento que se traduce en cuatrocientas mil personas. La tasa de fertilidad se desplomó. La depredación de lo público se hizo deporte, los torbellinos de imágenes y cháchara nos entumecen. El Estado Libre Asociado, con aquello de que era un “convenio” que no podía alterarse sin el consentimiento de las dos partes, pasó a peor vida. La Junta de Control Fiscal llegó para dictar disciplina fiscal a los partidos de la colonia. Hasta sonidos diurnos y nocturnos cambiaron. Hay ráfagas de balas de día y de noche. En avenidas y en áreas de la ruralía. De pronto, el mundo de los vivos cohabita con cadáveres inadvertidos e invisibilizados hasta por el ojo estatal. Los nacimientos escasean. Los entierros abundan. El crepúsculo abrazó a la colonia. Nuestro mapa mental se trastocó.

“Pan, Tierra, Libertad”, el lema político que movilizó a una generación mutó en algo distinto. Pan: esas son las siglas de un programa federal (Programa de Asistencia Nutricional) que combate el hambre. Tierra: en manos de desarrolladores y turistas buscando sitios para pagar menos impuestos. El Banco Gubernamental de Fomento, con su obrero fornido moviendo una rueda metálica, quebró. El orgullo que una vez fue la Autoridad de Energía Eléctrica pasó a manos del capital privado. La UPR vio una merma considerable en su presupuesto. El ELA intentó el refugio de la quiebra y sufrió la indignidad de que se lo negaran. En algún lugar del país hay una millonaria inversión de molinos. Sus aspas están tiesas.

La virtualidad del gobierno quedó al descubierto. Desde mediados de los años setenta, Puerto Rico bamboleaba su felicidad y desparpajo sostenido por la fragilidad. Las ganancias de las corporaciones siempre han sido reales, los corruptos siempre han amasado sus mal habidos dólares, pero todo el aparato gubernamental estaba anclado en lo externo y fuera de control: los fondos federales y el endeudamiento. Los gobernantes eran estibadores de puertos. Su legitimidad dependía de lo que llegaba. Cuando los mercados financieros pasaron factura y cancelaron el crédito, el escaparate colapsó. Las alternativas eran más subsidios federales (que el Congreso no daría); o la bancarrota (negada por el carácter territorial); o los siete.

Llegaron los siete. La “vitrina de la democracia”, “the Shining Star of the Caribbean” en los anuncios turísticos de los ochenta, está en quiebra. Es poco, si acaso algo, lo que amortigua reconocer que la precarización tocó las puertas de clases medias bajas y de los trabajadores. Los pobres, en su marginación, han levitado por cerca de medio siglo y aún levitan en una dimensión de pobreza, dependencia en ayudas federales y condiciones de violencia existencial.

En el espacio divisorio, de existir, entre un crepúsculo y una larga noche, nos insertamos. La revista se concibe como un espacio de libertad para atajarle el paso a esa posible noche. Somos un grupo que une diversidad de talentos, trabajos y militancia. No somos los primeros ni los únicos. El Verano del 19, el debilitamiento de las otrora poderosas maquinarias de los dos partidos coloniales, el surgimiento de una nueva fuerza política, el crecimiento de la opción electoral independentista, la Primavera de Justicia Salarial y las luchas ecológicas en este año, son interrupciones de la marcha nocturnal.

Nos unimos a otras revistas que hoy ennoblecen el ámbito político y cultural de Puerto Rico. Concebida en libertad, la nuestra tiene parámetros imprescindibles para proteger ese espacio que deseamos construir. Defendemos los análisis rigurosos, la descolonización, la soberanía, la justicia social, el respeto a la naturaleza, el reconocimiento de la dignidad ineludible de cada ser humano, todo el acervo de derechos que constituyen una democracia con representatividad genuina y dentro de normas constitucionales que jamás deben quedar a la discreción de mayoría alguna. Defendemos la reflexión sobre el pasado que nos define con sus luchas, errores y tormentos. Creemos y queremos que esa riqueza profunda, tan clara en distintas áreas del saber y quehacer de nuestro andar colectivo, hallen expresión en nuestras páginas como ya la encuentran en otros medios. Queremos llegar y también construir un público que puede y debe entender las posibles salidas a lo que hoy vivimos y para que no nos coja la noche. Deseamos ser un espacio donde no solo los análisis sino también la literatura, el arte, la filosofía, la fotografía y toda la creatividad de nuestro entorno sea bienvenida.

Lo anterior debe contestar la pregunta ¿Por qué otra revista? Con más claridad en nuestra respuesta, pensamos que, a mayor profundidad en la crisis social y política en Puerto Rico y en Estados Unidos y ante mayores peligros planetarios, más diversos y numerosos también deben ser los espacios de discusión y deliberación.

En un mundo acelerado donde las cosas parecen llanas y envueltas en la celeridad de imágenes cucubanas, de apariciones y desapariciones, apostamos a la reflexión que interrumpe la prisa, al arte con su traducción que ennoblece y embellece y a la palabra capaz de alumbrar en sus momentos benévolos.

La revista será bianual sin cerrar la opción de una frecuencia mayor. Sus puertas están abiertas a toda persona que coincida con los parámetros aquí expuestos.

En tiempos de barrunto, comenzamos. Aprenderemos, confiamos, a navegarlos o, como se decía con una palabra quizás olvidada, a “capearlos”.

Junta Editorial:

Eduardo Aguiar
Luis Raúl Albaladejo
Roberto Alejandro
Mario R. Cancel Sepúlveda
María de Lourdes Lara
Félix López Román
Rafael Matos
Marcos Pastrana
Aaron Gamaliel Ramos
Garvin Sierra

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