• Mario R. Cancel-Sepúlveda
  • Historiador

El tema de este libro es el tratamiento del genocidio y la violencia extrema en la historiografía sobre el siglo 20 y los problemas epistemológicos que ello ha generado desde la década de 1960 al presente. Al final del camino el autor elabora una puntual reflexión sobre el mismo asunto en el marco de la ficción literaria y la cinematografía: las miradas logocéntricas y videocéntricas sus posibilidades y limitaciones, son sometidas a un estudio crítico intenso. Debe reconocer que, a la luz del Holocausto, el siglo 20 constituye un modelo inequívoco de lo que puede denominarse la “barbarie moderna”. Hay algo de refinamiento y vulgaridad difícil de explicar en el arte de explotar y matar racionalmente, según se manifestó en los campos de concentración y exterminio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.

El volumen de Carlos Pabón Ortega, Historia, memoria y ficción. Debates sobre la representación de la violencia extrema, constituye además un comentario valioso sobre la historiografía del siglo 20 y la representación dominante de aquella centuria como una dominado por el totalitarismo y el extremismo. Racionalidad e irracionalidad se combinaron a la hora de producir el efecto sugerido. En gran medida aquel fue resultado neto del dualismo de la Guerra Fría (1947-1989) que la lógica de la post Guerra Fría ha reafirmado.  El maniqueísmo extremo sigue siendo clave para legitimar aquella metáfora, a pesar de que la cultura del siglo 20 no creó de la nada la representación. Me temo que en Occidente, lo que eso signifique en el presente, el dualismo maniqueo es parte de una herencia imposible de borrar que extiende sus raíces a la mirada del Providencialismo Cristiano, fenómeno que debería tomarse en cuenta a la hora de enfrentar la lectura de Pabón Ortega en torno a la representación del Holocausto, el genocidio y la violencia extrema en cualquier medio.

El siglo 20 fue uno mal aspectado desde antes de su inicio y su término cronológicos.  El derrumbe de un orden mundial controlado por un puñado de países europeos en el marco de las competencias imperialistas de la Gran Guerra (1914-1918) así como la Revolución Bolchevique (1917); y la aceleración de la mutación del capitalismo liberal en capitalismo financiero, sugerían que el lugar privilegiado de Europa en el entramado mundial ya no sería el mismo. Una serie de eventos ocurridos alrededor de 1898 -el ascenso de Estados Unidos al ruedo geopolítico internacional fue uno de ellos- preludiaban la tendencia.

Hace unas cuantas semanas, al comentar una antología de textos de autores anarquistas puertorriqueños de principios del siglo 20 recopilados por el Dr. Jorell Meléndez Badillo, llamé la atención sobre la terrible imagen que el siglo 20 producía en algunos de los teóricos antologados. El pesimismo en torno al siglo 20 y el optimismo cándido a tenor de la inevitabilidad de la revolución y el advenimiento de la acracia, una actitud heredada del progresismo burgués equiparable a la esperanza cristiana de salvación, se concertaban en las voces de lo ácratas. El hundimiento de un orden puede animar una cosa o la otra: el optimismo y el pesimismo son dos esferas inseparables. Los autores anarquistas a los que hago alusión reflexionaban al filo de la Gran Guerra iniciada en 1914 y antes de la Revolución Bolchevique de 1917, proceso que tampoco llenó sus expectativas.
En medio de la lectura me sentí tentado a comparar la impresión, también pesimista y cargada de melancolía, que producía el siglo 20 en el ya anciano sociólogo krausopositivista Eugenio M. Hostos Bonilla en un breve ensayo de 1901. La idea del siglo 20 como una etapa en la cual algo/todo se desplomaba marcó también, bajo circunstancias peculiares, a pensadores como Oswald Spengler y a historiadores como Arnold Toynbee: la decadencia y la muerte de la civilización obsesionó a ambos. El resentimiento que contra sus reflexiones mostró Lucien Febvre en sus Combates por la historia siguen siendo emblemático. El siglo 20, escenario de la revolución de 1917 con su filón de esperanza, también fue el siglo de las grandes desilusiones. La disolución del socialismo realmente existente desde 1989, encarnó el fin de una época y el inicio de otra.

En ese sentido la premisa presente en este volumen de que el “siglo 20 corto” conceptualizado por Eric Hobsbawm fue también el paradigma de la “barbarie moderna” posee un enorme valor ilustrativo. Contradice la concepción ilustrada del “progreso” como una promesa civilizatoria y humanizadora capaz de asegurar el mejoramiento material y moral de todos. La intelectualidad de fines del siglo 18 y principios del 19, como se sabe, confiaba en aquel principio etéreo con una convicción equiparable a la fe. El “siglo 20 corto”, por otro lado, sigue constituyendo un reto intelectual para los historiadores del presente: los eventos recientes entre Rusia y Ucrania sugieren que sus dislates no han sido dejados atrás.

Un asunto que llamará la atención de cualquier lector de este libro de Pabón Ortega es la centralidad que otorga al Holocausto en el desmantelamiento del modelo progresista cándido aludido. La primacía otorgada al Holocausto en ese proceso de ruptura puede responder a varias cosas. Por un lado, a la naturaleza del evento que, en ocasiones resulta inefable, es decir imposible de articular en palabras, condición que lo coloca en la frontera de la ficción. Por otro lado, puede responder al papel histórico y cultural que tuvo la cultura judía en la formulación de la identidad de Occidente. La cultura representada por las víctimas del Holocausto, a pesar de la distancia temporal entre la Antigüedad y la Modernidad, dos orbes cuya continuidad se asume como incuestionable, es considerada una de las bases del Cristianismo y de Occidente.  Durante siglos se ha aceptado que Occidente es el resultado de la compleja hibridación de valores judíos, helénicos y latinos, otra trinidad sacralizada.  Aclaro que voy a descartar la relevancia geopolítica de Israel moderno en la identidad occidental porque quiero prescindir de argumentaciones geopolíticas incómodas en este comentario.

El problema planteado por Pabón Ortega en su libro tiene que ver con los debates respecto al Holocausto, en especial su transición del olvido tras la Segunda Guerra Mundial cuando el tema era tabú; a la memoria cuando el asunto regresó del Leteo durante la década de 1960.  No se puede descartar la relevancia del hecho de que fuesen consideraciones jurídicas -había que ubicar a los perpetradores y los victimarios del crimen para castigarlos- lo que transformó el Holocausto en un tema central de discusión para cierta historiografía.

El fenómeno puso de frente dos registros del pasado que siempre han poseído una relación problemática. De un lado la Historia, un examen disciplinar y sistemático resultado de un método más o menos estandarizado apoyado en la distancia espacio temporal del evento aludido. De otro lado, la Memoria, un examen personal y emocional articulado alrededor de la cercanía espacio temporal del evento aludido. En general se trata de dos tipos de testimonios respecto a un evento traumático que, irremediablemente, chocarían en algún momento. Desde mi punto de vista, uno y otro campo articulan una impresión de los hechos en dos registros temporales distintos: el tiempo matemático cronológico y el tiempo vital humano. La sombra del vitalismo de Henry Bergson está detrás de este comentario.

El modelo documental, propio de la Historia, y el modelo testimonial, propio de la Memoria, colisionaban al palio de consideraciones filosóficas que algunos ya hemos dejado atrás. Me refiero el dualismo, desde mi punto de vista también maniqueo, entre la objetividad que asume el primero como distintiva; y la subjetividad que se adjudica como inseparable del segundo. Debo recordar que las fronteras entre objetividad y subjetividad en la historiografía siempre han sido difusas y cuestionables: se trata de un problema que debió superarse hace tiempo.

La interesante reflexión de Pabón Ortega respecto al Giro Lingüístico, una expresión vinculada al Giro Cultural que comienza a florecer también en la década de 1960, y el desenvolvimiento reciente de lo que he denominado el Giro Interior, vinculado a la Historia de las Emociones, confirman que objetividad y subjetividad son presunciones operativas complejas que iluminan el problema de la “verdad posible” de modos distintos pero complementarios. La relevancia de los comentarios de Pabón Ortega tiene que ver con un asunto de más alcance. Me refiero a la consideración de que la revolución definitiva contra la Historiografía Tradicional y Positivista y el modelo historiográfico documental en general correspondió a la reflexión del Giro Cultural y del Giro Lingüístico y no a la del Giro Social como por lo regular se afirma. La memoria y el testimonio ocuparon un lugar protagónico en ese proceso de ruptura. 

El discurso de Pabón Ortega sugiere que, en el marco de la memoria y el testimonio, se encuentran los instrumentos más apropiados para elucidar el problema alrededor del cual gira su reflexión: la representación del Holocausto, el genocidio y la violencia extrema, es decir, los eventos traumáticos que marcaron el siglo 20. La necesidad de “historizar la memoria”, comprender su situación cambiante a lo largo del tiempo y el espacio, es más probable desde la empatía, los lazos emocionales y las intuiciones que estas miradas suponen. En este aspecto me parece estar escuchando los susurros de Marc Bloch redivivo. Claro está, el dilema de la confrontación entre la objetividad científica y la subjetividad emocional no existiría si no se asociará la objetividad al fetiche de la “verdad”, un concepto que corresponde a una realidad fija e inmóvil; y la subjetividad al fetiche de la “ficción”, un concepto que sugiere al fingimiento que no corresponde a la realidad fija e inmóvil. Reconocer la plasticidad y la polisemia de la “verdad” resulta decisivo.

Uno de los puntos cardinales de ese debate se relaciona con la naturaleza de la “documentación”: el modelo historiográfico documental pretendía apoyarse en registros materiales; y el modelo testimonial legitimaba un sinnúmero de registros emocionales. Todo sugiere que las impertinencias del viejo Voltaire siguen asediando a numerosos observadores del pasado hasta el día de hoy. Pabón Ortega se ocupa de elaborar una crítica bien pensada en torno a los límites del modelo historiográfico documental y las virtudes potenciales del modelo testimonial a la hora de evaluar eventos traumáticos.

Dos discusiones particulares llaman mi atención de esta lectura. La primera se relaciona con los lazos de la memoria a la práctica de la Historia Reciente en torno a eventos traumáticos: el siglo de los totalitarismos y los extremos es el mejor taller para este tipo de procedimiento. Las observaciones teóricas sobre Historia Reciente vertidas por Pabón Ortega son por demás interesantes. El hecho de que las críticas más intensas a la Historia Reciente se apoyen en argumentos propios del modelo historiográfico documental me parece determinante. Me refiero a la alegada imposibilidad de aquella práctica a la hora de aclarar el alcance de lo “reciente” por la carga subjetiva que anima el concepto. La precariedad de la noción “reciente” no debería ser argumento suficiente para descartar una experiencia interpretativa tan necesaria.

En un experimento de Historia Reciente que estoy elaborando, mi cronología matemática comienza en la década de 1990. No se trata de una decisión arbitraria aunque acepto que el contexto temporal puede ser cuestionado desde otras perspectivas y con argumentos legítimos. Una suerte parecida a la de la Historia Reciente tuvo la Historia de las Mentalidades confrontada por la Historia Social y Económica de los discípulos de Fernand Braudel, el Materialismo Histórico y la Historia Cultural según la pensaba Peter Burke. Lo cierto es que el modelo historiográfico documental, condición compartida por la Historiografía Tradicional, la Historia Social y Económica y el Materialismo Histórico, perciben una amenaza en cualquier espacio que se le ofrezca a la subjetividad en la producción de saber historiográfico y son propensos a deslegitimarlo. La reconsideración de la Memoria como una entidad polisémica, contingente, plástica, cargada de subjetividad pero historizable, es perentoria.

No se trata sólo de que la memoria oficial o “fuerte” choque con la memoria subterránea, alterna o “débil”; o que la Memoria de los victimarios y las víctimas sea distinta. La historicidad de la memoria ratifica que el balance de fuerzas puede cambiar: el caso del Holocausto así lo ha demostrado. Mayor relevancia tiene que se reconozca que el control de la memoria no es otra cosa que una lucha por el poder y se problematicen los efectos que ello pueda tener en un orden concreto. El asunto es más complejo: no se puede obviar que, en el territorio de las víctimas, también la memoria puede diferir por consideraciones sociales, culturales, psicológicas e incluso neurobiológicas. El estudio de la memoria invoca no solo la articulación de recursos propios del psicoanálisis, tan presente en la discusión historiográfica de los últimos 50 años, sino también de la neurociencia. Es posible que la Neurohistoria tenga algo que decir respecto estos asuntos en algún momento. La memoria y el olvido responden a factores psíquicos y sociales, es cierto. Pero también poseen componentes biológicos que deben observarse en su conjunto a fin de comprender la dialéctica entre la una y la otra.

Las acotaciones de Pabón Ortega en torno a las intersecciones entre memoria, ficción y cinematografía deben ser tomadas con sumo cuidado. La primera vez que vi en mi casa Night and fog (1955) de Alain Resnais permanecí inmutable ante la sugerencia de las imágenes. Schindler’s list (1993) de Steven Spielberg no me produjo el mismo efecto. El cineasta François Truffaut afirmaba que la obra de Resnais y Germany year zero (1947) de Roberto Rossellini, eran dos de las mejores producciones de todos los tiempos. Aquellos filmes, atados a la imagen de una realidad ominosa, excedían el subgénero de la ficción o lo documental. La ansiedad por convertir el trauma en materia prime estética planteaba el problema ético de hasta donde debía permitirse llegar a la imaginación a la hora de (re)producir un evento traumático. Me parece que la “estética de la violencia,” una práctica que se ha impuesto en la narrativa occidental y puertorriqueña al palio de las narraciones fílmicas desde la década de 1960, según comenté en un libro de crítica literaria que publiqué en 2007, llegó para quedarse.

Un último comentario. Debo insistir en que las sugerencias interpretativas de Pabón Ortega a la luz del Holocausto, el genocidio y la violencia extrema pueden ser de suma utilidad para la evaluación de la memoria de eventos no tan traumáticos como aquellos. Para el estudioso cuyo campo de acción está más allá de aquellos espacios sus indicaciones son orientadoras y esclarecedoras. La reinversión de esta meditación en otros territorios concretos de investigación historiográfica me parece esperanzadora.

Revisión de un texto compartido en el 17 de marzo de 2022 en el simposio virtual Lugares, Espacios y Poéticas de las Memorias Colectivas organizado por el auto y el Dr. José Anazagasty Rodríguez (RUM) y el Dr. Marcelo Luzzi (UPR).

  • Mario R. Cancel-Sepúlveda

Notas marginales a Manuel S. Almeida (2020) Los otros escritos carcelarios: antología de “Cartas desde la cárcel. San Juan: Callejón. 184 págs.

Los otros escritos carcelarios: antología de “Cartas desde la cárcel”, última entrega del Dr. Manuel S. Almeida, abre con un “Prólogo” obra del Dr. Luis Alberto Pérez Martínez, sociólogo egresado de Syracuse University, Nueva York a quien conocí en Mayagüez durante mis estudios de bachillerato. Pérez Martínez es especialista en relaciones entre religión y psicoanálisis. La religión a partir de la expansión de la cultura cristiana, y el psicoanálisis desde su profesionalización en el tránsito del siglo 19 al 20, han sido determinantes para la mirada historiográfica occidental. Es autor del libro Freud judío y ateoLa conexión entre judaísmo y psicoanálisis (RIL 2007) publicado en Chile pero también ha investigado el rol de los intelectuales y la universidad en la generación del conocimiento. Nada más oportuno: la mercantilización del saber en tiempos de neoliberalismo llama la atención de muchos de nosotros.

Presentación en YouTube

El libro continúa con el proemio del antólogo, “Escritura trágica, actividad intelectual y resistencia ética en las cartas carcelarias de Gramsci: A modo de introducción”. El título proyecta el efecto que deja esta correspondencia en el lector.  Almeida es especialista en Ciencia Política egresado Amherst University, Massachusetts y autor del volumen Dirigentes y dirigidos. Para leer los cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci (Callejón 2014 / 2017). El corazón del volumen es una selección de correspondencia de Antonio Gramsci (1891-1937), el “prisionero político” del fascismo italiano, con su familia. Su esposa (Giulia), su cuñada (Tania), sus dos hijos (Delio y Giuliano) y su madre (Peppina) son los corresponsales principales. Por medio del epistolario Gramsci se conecta con la sombra de una familia y con un mundo exterior inestable y nebuloso. Que la correspondencia gire alrededor de asuntos familiares y privados no evita que Gramsci, el “intelectual marxista”, dialogue sobre la cultura y los intelectuales de su tiempo o enuncie juicios en torno a la situación nacional e internacional. El periodo entreguerras (1918-1939) no fue otra cosa que el anticipo de otra conflagración peor que la Gran Guerra de 1914 una vez impuesto el principio de las nacionalidades tras las paces de 1919.

El tema de los “intelectuales” y la “italianidad”, entendida como un artefacto más allá de la mera nacionalidad,fue uno de los temas centrales de su obra. Para un historiador ello no deja de llamar la atención. Gramsci cavilaba sobre los “intelectuales” en un momento en el cual los paradigmas de la historiografía tradicional y el Gran Relato Moderno eran cuestionados desde diversos flancos: el suyo, el Materialismo Histórico crítico, era sólo uno de aquellos. En el periodo entreguerras los paradigmas de la historiografía tradicional fueron puestos en entredicho desde una renovada Historia Cultural por voz del historiador holandés Johan Huizinga; desde la sociología moderna articulada por Max Weber y Emile Durkheim, entre otros; y desde la tradición de Annales sintetizada en los historiadores Marc Bloc y Lucien Febvre. El pensamiento gramsciano es, en ese sentido, parte de un fenómeno complejo de revisión de los paradigmas del siglo 19 europeo que comparte valores con aquellas vertientes intelectuales coetáneas. Aislarlo de aquel contexto implica limitar su alcance y su significado.

El tratamiento de los “intelectuales” y de la “italianidad” se concreta en sus observaciones sobre a la figura de Benedetto Croce, por ejemplo. Croce recurría a las concepciones cíclicas de la historia de otro italiano del siglo 18, Giambattista Vico. Vico había sido decisivo en el pensamiento de Augusto Comte, Henri de Saint Simon y Eugenio M. de Hostos, tres forjadores de la sociología clásica o ciencia positiva que Weber y Durkheim había dejado atrás. La “Ciencia Nueva” de Vico había revisado -de forma retrógrada desde la perspectiva de Gramsci-, algunos fundamentos del Gran Relato Moderno que aquel valoraba. Para Croce la verdadera Europa, la de su tiempo, era el resultado de un proceso que comenzó en 1815 con un evento conservador, el Congreso de Viena, por la estabilidad y armonía que había emanado de aquel. La perspectiva crociana devaluaba la Europa de 1789 a 1815, la de la revolución Francesa y la era Napoleónica, era reconocida por los materialistas históricos y los marxistas como la base de la era revolucionaria inevitable que presumían había comenzado en 1917. Aquella postura de Croce, basada en los ciclos de estabilidad/inestabilidad imaginados por Vico, estaba muy distante de la reflexión de Gramsci, el “intelectual marxista”, que celebraba la naturaleza progresista de las revoluciones.[1]

Una lectura sesgada

La correspondencia seleccionada por Almeida cubre 11 años trágicos, desde el 20 de noviembre de 1926 hasta el 23 de enero de 1937. El intelectual italiano murió de un derrame cerebral poco después de salir de la cárcel y cumplir su libertad condicional el 27 de abril de 1937. La selección posee un valor histórico y emocional extraordinario. Adelanto que no voy a reflexionar sobre la obra teórica de Gramsci, asunto sobre el cual Almeida ha hecho un trabajo valioso en su obra reciente. El propósito de mi lectura es elaborar unos comentarios teóricos y metodológicos en torno al género epistolar y la correspondencia privada como documento histórico. Las premisas de las que partiré son varias:

La primera premisa está vinculada a la naturaleza de la correspondencia como fuente y los desafíos interpretativos que plantea. En general se presume que el medio epistolar privado posibilita una “transparencia textual” y una “autonomía” de la que carecen los epistolarios públicos y los documentos redactados para consumo general. La presunción de un receptor único o uno colectivo, posee efectos distintos en el discurso del emisor. La redacción en primera persona propia de la epístola privada, debería proyectar de forma prístina o inmaculada la voz detrás del texto. La afirmación se fundamenta en el carácter “privado” del texto: una carta personal en primera persona está pensada en función de un destinatario y un receptor únicos. Un documento de ese tipo debería permitir al emisor expresar cuestiones polémicas o sensitivas que evitaría en un documento público.

Los retos que ello impone al historiador son considerables. Las preguntas que formulará a una carta u otro documento privado, siempre serán distintas a las que elaborará a una carta o un documento públicos. El concepto “historia indiciaria” creado por el microhistoriador italiano Carlo Ginsburg manifiesta bien lo que acabo de decir: las interrogantes forjan un pacto secreto entre el historiador y el documento.[2] En principio, más allá de la información factual y objetiva que una epístola puede ofrecer, la información cultural cargada de subjetividad que brinda posee un valor incalculable.

Las tensiones que en el medio epistolar genera la convivencia de una esfera con la otra, hace de la correspondencia una fuente provocadora capaz de poner a prueba la capacidad interpretativa del historiador. El tono de su discursividad estará más cerca del testimonio y la oralidad, que de los documentos escritos convencionales. Como resultado de ello las herramientas teóricas y metodológicas para enfrentar el acervo epistolar diferirán de las utilizadas para la historiografía documental de factura positivista social y económica. Un   acercamiento desde la Historia Cultural y la apelación a los recursos de la crítica literaria, textual o del discurso, enriquecerá la apropiación de estos registros.

La segunda premisa se relaciona con la transferencia de información entre el emisor y el receptor o corresponsal precisos. La presunción de que el trámite comunicativo acabará en las manos de un receptor concreto está presente en todo momento.  Una carta privada ofrece una imagen de mundo distinta porque el redactor jamás imaginará que el texto acabará en manos de un investigador profesional. Por ello, una vez transformada en fuente histórica, es un terreno precioso para la interpretación cultural e intelectual de la persona detrás del personaje histórico. El panorama se torna más complejo porque la correspondencia privada de muchas figuras ha sido difundida púbicamente.

El epistolario de Ramón Emeterio Betances Alacán, ha estado disponible para los investigadores a pesar de su oposición expresa a ello. En su lecho de muerte sugirió que su esposa, “Puede, si quiere, destruir todos mis manuscritos”[3]. No lo hizo y desde 1903 la obra de Luis Bonafoux Quintero fue la fuente primada para reconstruir la vida azarosa que el exilio político y su visión heterodoxa del mundo impuso al rebelde de Cabo Rojo. Los efectos del fenómeno epistolar en la discursividad biográfica sobre Betances fueron significativos. En muchas ocasiones el tono apasionado del emisor, Betances, se impuso en la retórica de sus biógrafos legitimando una representación romántica de su vida pública. El impacto de ello en el desarrollo de un culto político a la figura me parece obvio. La correspondencia privada bien trabajada puede lo mismo validar o impugnar su imagen pública.

Basado en mi experiencia como lector de epistolarios privados puedo referir dos ejemplos.  El primero es la colección de cartas de Lola Rodríguez de Tió y su círculo de colaboradores, un conjunto inédito, conservado en forma de manuscrito con transcripciones mecanografiadas. En los referidos papeles, aparte de una diversidad de asuntos públicos, la cotidianidad de la poeta aflora por todas partes. Sus inseguridades emocionales, tales como el efecto que le produjo perder a varios de sus hijos neonatos o la viudez; sus hábitos ciudadanos, como la admiración que sentía por la vida urbana, por la racionalidad del Parque Central de Manhattan: o sus gustos personales por las ofertas para damas de la tienda por departamento Macy‘s expresadas en las misivas a su sobrina en San Germán, son invaluables para el historiador cultural. Las cartas hablan de una persona social concreta, imagen que complementa la representación de la activista imaginada por la discursividad nacionalista común.

El espacio de la vida diaria en la biografía civil y laudatoria de una figura como Lola es poco o ninguno pero una imagen de la “Lola total” no debería excluir esas eventualidades. Una lectura cuidadosa de estos documentos también informa sobre las inseguridades ideológicas que afloran en la mete de estas figuras complejas. La respuesta de estos seres humanos a los problemas de su entorno no siempre es homogénea. En el caso de Lola, la densidad de momentos como el 1887 y los Compontes, el 1898 (y la invasión de Puerto Rico por Estados Unidos, o el 1900 y la invención de la colonia por medio de la Ley Foraker, propiciaron posturas contradictorias que esperan ser explicadas y comprendidas.

Un segundo modelo es el intercambio epistolar entre José Celso Barbosa Alcalá y el liderato del Partido Republicano Puertorriqueño (PRP), en especial el alcalde de San Juan, Roberto H. Todd, apenas tocada por los profesionales de la historiografía.[4] En este caso el intercambio ocurre a principios del siglo 20 recién inaugurada la soberanía estadounidense en Puerto Rico. El encono que Barbosa expresaba hacia las autoridades estadounidenses sorprendería a muchos. Razones tenía: le dolía el poco interés de los Congresos republicanos o demócratas por adelantar la estadidad para Puerto Rico. La retórica de algunas de las cartas invita a reevaluar la representación del líder estadoísta como un sumiso servidor de los intereses yanquis en el país.

Tanto en el caso de Rodríguez de Tió como el de Barbosa, el estudio de la correspondencia privada añadiría complejidad y profundidad al personaje plano que produce la discursividad nacionalista y estadoísta. El ejercicio develaría ciertos aspectos humanos que la biografía laudatoria, el análisis positivista y el social y económico no son capaces de apuntar. La curiosidad del historiador cultural e intelectual por penetrar estos registros y establecer un balance entre la persona y el personaje histórico (entre el ser vital y el ser histórico) tiene un valor inapreciable. La lectura de esta selección de cartas de Gramsci que nos trae Almeida, bien contextualizada política, social y culturalmente, cumple bien ese papel

Unas objeciones teóricas

Teóricamente hay un elemento que no puede ser pasado por alto. La “transparencia textual” de la correspondencia privada es cuestionable: la textualidad no se produce en el vacío social sino en un contexto temporal y espacial específicos. La correspondencia privada al igual que la pública, traduce unos imperativos culturales compartidos y refleja toda una serie de convenciones y fórmulas ritualizadas que le restan naturalidad.  El historiador francés Jacques Le Goff denominaba esas expresiones como la “osatura” del documento. Los registros de esa estructura fosilizada que se reproducía inconscientemente se encontraban en los saludos, las despedidas, los diminutivos, las frases afectivas, las signaturas, entre otros.[5] Le Goff concluía que ningún documento es “inocente”, “puro” o “verdadero”: corresponde al historiador sacar provecho de ello.[6]

La correspondencia carcelaria de Gramsci es un modelo de ello. Las cartas a la madre, Peppina; a la esposa, Giulia, Julka o Iulka; y a los hijos, Delio y Giuliano; repiten una serie de patrones discursivos que valdría la pena analizar en detalle en otro momento. Esos patrones informan al historiador sobre el diseño de las relaciones interfamiliares y la cotidianidad de la figura bajo estudio. Lo mismo he dicho respecto a la textualidad producida por Eugenio María de Hostos para Belinda Ayala y sus hijos recopilada como parte de su obra narrativa.[7] Los paralelos son significativos: Hostos como Gramsci, utilizaba literatura de todo tipo para ilustrar a su mujer y a sus hijos sobre la legitimidad de la Razón y la Ciencia Positiva. Gramsci lo hacía con el fin de validar su Materialismo Histórico y la Dialéctica. En ambos casos el padre de familia se comportaba como “maestro” de su mujer y sus vástagos.

Gramsci el «padre de familia», a fin de afirmar su autoridad moral, trata de intervenir en la crianza de los chicos, exiliados y bajo la protección de la Unión Soviética, por medio de su cuñada Tania o Tatiana. Un ejemplo de ello es su queja por la adicción de Delio a los mecanos o modelos a escala porque ese tipo de juego expresaba la “cultura moderna (tipo americano)” que “hace al hombre un poco seco, maquinal, burocrático y crea una mentalidad abstracta”[8], idealista y desconectada de la realidad. Las observaciones que hace Gramsci sobre la primera comunión de Delio son otro interesante ejemplo.[9] No se trata solo de sus hijos. Gramsci también se queja de la irregularidad de las cartas de Giulia e incluso censura el contenido y la retórica de aquellas. Las tensiones de una relación a distancia lo conducen a sugerir a Giulia que lo abandone y rehaga su vida[10].

El epistolario gramsciano refleja también otros rituales sociales manifiestos en una diversidad de modulaciones retóricas que se reiteran: diminutivos afectivos, la traducción de los nombres propios de sus cercanos al ruso lengua que quiere perfeccionar durante el periodo carcelario, la introducción de relatos populares de la infancia en Cerdeña para producir lecciones morales, la rememoración de ciertos actos de la vida diaria que ocupan a los que no están presos, entre otros. Su ansiedad por tener fotos de la familia es notable y siempre incumplida. No cabe duda de que el “intelectual marxista” actúa como un padre y un esposo más: una cosa es inseparable de la otra. La lectura de esta correspondencia trágica por demás ratifica la ansiedad de Gramsci por poseer una familia concreta, real y de carne y hueso. Cierto “patriarcalismo”, que hoy resultaría ofensivo, penetraba aquellas relaciones.

Aquel conjunto de referentes traduce la nostalgia que domina al convicto por un contacto con la familia más allá de la palabra escrita: la melancolía y la depresión lo invaden mientras su salud se degrada. Esa entidad con la que busca anclarse en el mundo, se convierte en una ficción y una pararealidad cuya imagen, bien definida en 1926, acaba por degradarse en el escenario simbólico de un pasado que se desdibuja. El abatimiento emocional también es físico. El registro de medicinas patentadas y suplementos vitamínicos que solicita a Tatiana, nos devuelve la imagen de un Gramsci desnutrido, con problemas intestinales, padecimientos nerviosos y migrañas. La melancolía, el humor negro, el spleen o la depresión se imponen en el pensador pero también en Giulia, una mujer talentosa pero clínicamente depresiva. El esfuerzo por posibilitar la supervivencia de un espécimen válido de la familia se traduce en un lenguaje angustiante que lleva a Gramsci a cuestionarse su propia estabilidad emocional y física. A la larga Gramsci reconoce que ha fracasado en el intento.

¿De qué sirve entonces escribir cartas?

Cualquier correspondencia carcelaria está marcada por particularidades o condicionamientos que representan otro reto interpretativo para el historiador. El intercambio epistolar, del cual vemos el universo de Gramsci, no escapa a la intervención de las autoridades penitenciarias: toda correspondencia que llega y sale de sus manos es revisada por los carceleros. Escribir, así como leer, es un privilegio cuyo ejercicio es cuidadosamente controlado. El hecho impone, como reconoce Gramsci, una cierta dosis de autocensura. El emisor no está en posición de expresar las cosas como quiere a fin de proteger su privacidad y las de sus interlocutores. La discusión transparente de la intimidad y las relaciones familiares, resulta imposible. La discusión franca de las condiciones políticas de la Italia de 1926 a 1937, momento de consolidación del adversario que lo aprisionó es decir el fascismo, tampoco es posible.

Entonces ¿por qué escribir cartas? Para Gramsci el “prisionero político”, el “intelectual marxista” y el “padre de familia”, aquel es un bastión de moral o un antídoto para la enajenación. Redactarlas configura una diégesis o un universo ficcional que funge como una realidad alterna o una utopía a contrapelo del aislamiento. En general el universo epistolar inventado es una utopía simple en la que se vuelva a ser padre y esposo, cuñado e hijo. Gramsci aspira lo imposible: quiere ser parte de la formación de sus hijos y apoyo para Giulia, pero entre ambos extremos media el escollo de la cárcel: Milán y Moscú están miles de kilómetros de distancia. Se trata de una misión imposible. La correspondencia también expresa la arquitectura de cierto arte de la supervivencia que el preso apoya y nutre en el otro universo en el cual confía: la lectura y el estudio. Escribir y leer para resistir, nada más.


[1] La discusión puede consultarse en Manuel S. Almeida, ed. (2020) Antonio Gramsci. Los otros escritos carcelarios: antología de Cartas desde la cárcel (San Juan: Callejón): 154-157.

[2] El interesado puede consultar a Carlo Ginzburg (2013) “Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales” en Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia (Barcelona: Gedisa): 185-239.

[3] CMAT. Fondo: FTR-LRT. Serie: Misceláneos. Caja: 002. Expediente: Transcripciones Cartas de Ramón E. Betances a Lola Rodríguez de Tió.

[4] Universidad del Sagrado Corazón, Biblioteca Madre María Teresa Guevara. Colección de Documentos de Roberto H. Todd Wells, 1994.

[5] Jacques Le Goff y Pierre Nora (1974)  «Las mentalidades. Una historia ambigua» en Hacer la historia. Barcelona: LAIA.

[6] Jacques le Goff (1991) “Documento/ Monumento” en El orden de la memoria (Barcelona: Paidós): 227-239.

[7] Mario R. Cancel Sepúlveda (2017) «El pensamiento social en la narrativa de Eugenio María de Hostos Bonilla: encuentros y desencuentros entre el krausopositivismo y la literatura». (Conversatorio) Centro de Investigación Social Aplicada (CISA), Recinto Universitario de Mayagüez (UPR). Las piezas citadas están en Eugenio María de Hostos (1992) “Cuento” en Obras completas. Edición crítica. Vol. I. Literatura. Tomo II. Cuento, teatro, poesía, ensayo. (San Juan: ICP / EDUPR): 49-99.

[8] Manuel S. Almeida, ed. (2020) Op. Cit.: 94, 109.

[9] Ibid. 132-133.

[10] Ibid. 145-149

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

Para concebir un proyecto revolucionario, es decir, para tener una intención bien pensada de transformar el presente en referencia a un proyecto de futuro, es imprescindible tener algo de control sobre el presente.

Pierre Bourdieu, Contrafuegos (1998)

La crítica al Materialismo Histórico durante la década del 1970 y la disolución del socialismo realmente existente durante el 1990, aunque desprestigió a la izquierda en general, no significó la desaparición de aquellos imaginarios. El colapso del orden liberal derivado de la segunda posguerra mundial y el desarrollo de neoliberalismo de la posguerra fría dio la falsa impresión de que una transición inevitable y natural había ocurrido y de que la redención comunista había sido borrada permanentemente.

Lo cierto es que, en historiografía, ninguna transición es inevitable. Las crisis materiales e ideológicas son coyunturas propicias para la innovación: unos ídolos caen mientras otros se alzan. Los “nuevos” capitalismos y socialismos, maculados por un pasado funesto del cual el estalinismo y el nazismo fueron los mejores ejemplos, han sido la orden del día.  La reformulación del capitalismo y el socialismo no ha evitado la subsistencia de la retórica de la guerra fría en la posguerra fría. Numerosos significantes y significados obtusos heredados de aquel orden bipolar estorban la discusión cuando madura una protesta social. Conceptos como derecha, izquierda, comunista, fascista, nacionalista, anticolonialismo, descolonización, decolonización, liberal y conservador se nutren de la ambigüedad.   

Al observar el fluido presente a la luz del fluido pasado, los historiadores enfrentan un gran desafío. En la obra En busca de la política (1999) el sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) veía “el fin de las ideologías”, el “fin de las grandes narraciones” y “el fin de la historia” anunciado por Jean François Lyotard (1924-1998) en La condición postmoderna[1], como una invitación a redefinir el papel de los intelectuales en la sociedad.  Bauman partía del concepto “intelectuales orgánicos” de Antonio Gramsci (1891-1937),[2] para afirmar que la “clase ilustrada de la época moderna o posmoderna solo asume el rol intelectual orgánico para ser intelectuales orgánicos de sí mismos”[3]. El “descompromiso”, el “abandono del rol sintetizador tradicional” y la “privatización” e individualización de la noción de “agencia” en los intelectuales fue el resultado neto de ello.[4]

Para Enzo Traverso (1957- ), el intelectual inconforme de las décadas de 1960 y 1970 había perdido protagonismo. Bajo el efecto de las tecnologías y la nueva universidad, se convirtió en “un investigador y un profesor universitario (…) que ya no se siente como en casa en la universidad”, institución que funciona como un “espacio de fabricación de expertos”.[5] El “intelectual educador ya desapareció”, no tiene espacio en una universidad sujeta al principio empresarial de competitividad. La Universidad de Puerto Rico es un modelo puntual de ello.

Sin duda, el mesianismo profético secular que el psicoanalista humanista Erich Fromm (1900-1980) reconoció al marxismo en sus notas sobre el joven Karl Marx (1818-1883) no se ha extinguido del todo[6]. Aquel mesianismo permitió que, tras la década de 1990, el optimismo de los comunistas, una herencia del progresismo burgués que animaba la concepción materialista histórica clásica, se atenuara pero no desapareciera. La ilusoria certidumbre respecto al futuro, no fue exclusiva de los materialistas históricos. El evangelismo mediático que se desarrolló durante aquel período y la retórica neoliberal celebratoria de la libertad que coronó la disolución de la Unión Soviética lo compartían. Aquellos discursos proyectaban el consumo (de dios y su mensaje y de las mercancías y sus códigos, respectivamente) como base de la identidad y de “un Yo” funcional. En cierto modo, aquellas retóricas aparecían como alternativas al internacionalismo obrero imaginado como promesa de un orden sin contradicciones por los materialistas históricos bona fide.

Al parecer a lo que aspiraban evangélicos y neoliberales era a “un Yo” emancipado o amputado del proceso de producción, “un Yo” más allá del “hombre nuevo” de los materialistas históricos y del “super hombre” del vitalismo filosófico. El mercado se transformó en el espacio capaz de saciar cualquier necesidad material o inmaterial, así como lo era Dios para la cristiandad. El mercado y su “mano invisible” se equipararon a la “administración de las cosas” imaginada por los comunistas.[7] El “tiempo flexible” y la itinerancia del “job hopper” o “saltamontes laboral”, perversas metáforas de la libertad, sustituyeron el “trabajo racional, libre, común, no competitivo y voluntario” de los comunistas; y el “asociado” de los pasillos de Walmart ocupó el sitio del “camarada” comunista. En lugar de “a cada cual de acuerdo con su necesidad y su trabajo”, la fórmula era “a cada cual de acuerdo con su capricho y su brío en el consumo”. Todo indica que la humanidad en el neoliberalismo debe imaginarse más allá de la libertad y el comunismo moderno. Para un historiador que conserva un pie en el 1968 y vivió el final de la guerra fría, la situación no deja de ser siniestra.

El concepto “melancolía de izquierda” inventado por Traverso, está vinculado a ese vuelco. Una lectura superficial del volumen interpretaría la melancolía como el reconocimiento de la derrota final de aquel imaginario. Traverso, lejos de proponer la muerte del pensamiento antisistémico y/o anticapitalista sugiere otra cosa. Desde su perspectiva, si se despatologiza la melancolía superando cualquier interpretación freudiana, la “bilis negra” podría animar al sujeto a “volver a ser activo”.[8] Esto significa que el Materialismo Histórico y el activismo socialista, para enfrentar el neoliberalismo, deberían romper con el progresismo vulgar y elaborar una reflexión profunda en torno a la pertinencia de su instrumentario interpretativo. Los ideales del 1789 -libertad, igualdad, fraternidad-, reinscritos en los de 1848 y 1917, requieren ser puestos al día. Su precariedad en el mercado postindustrial y la economía terciarizada lo amerita. En el neoliberalismo, dominado por la tiranía del consumo, la condición de la clase obrera como productora y la riqueza moral de las relaciones sociales de producción se han convertido en una ficción.

¿Cómo elaborar un proyecto revolucionario que no se reduzca a retroceder al Estado Benefactor?  ¿Cómo lograrlo cuando la labor de los intelectuales es banalizada ante la emergencia de la educación de consumo en el escenario privado y el público, centrada en el principio de la rentabilidad, productividad y eficiencia, que impone la universidad neoliberal?[9] El asunto es más fácil de formular que de resolver.

La devaluación de la clase obrera como agente productor y la banalización del trabajo intelectual son visibles en el Puerto Rico de los últimos 20 años. La quiebra de las instituciones representativas de la clase obrera y la nueva universidad que emerge ante nuestros ojos son patentes. Las concentraciones industriales bajo el control financiero global y la especialización del proceso productivo impuesta por la globalización, obstaculizan la maduración de una conciencia internacional de clase según la imaginó Marx a mediados del siglo 19. La oposición local a un enemigo global representa traduce una paradoja.

La seducción del mercado y el consumo neurótico, fomentan la valoración de la capacidad de consumir sobre la de producir, condición comentada por Bauman en varios de sus escritos.[10] La alienación de “su Yo”, concepto central a la teoría marxista de la revolución, se impuso entre los trabajadores del segundo sector, la manufactura, y el tercer sector, los servicios. La idea de que se nace y se vive para consumir[11] se ha generalizado y la probabilidad de que una campaña de concienciación a través de los medios de comunicación masiva, la Internet y las redes sociales pueda enfrentarla son pocas.

Además el escenario de la producción material ha cambiado desde mediados del siglo 19 hasta principios del siglo 21. Los procesos de mecanización del proceso productivo de la mano de las máquinas, primero; y la automatización o robotización de la producción industrial luego, alteraron la configuración de las clases trabajadoras a nivel global. La pregunta en torno a cuál será el “nuevo sujeto revolucionario” está sobre la mesa. Por una parte, el proletariado industrial, es decir, los productores directos de mercancías a cambio de un salario (el segundo sector en la economía liberal), clase a la cual Marx había adjudicado la capacidad para ejecutar la revolución, se redujo dramáticamente. La revolución, como se sabe, consistía en arrebatar el control de los medios de producción de las manos de la burguesía y devolverlos a los productores directos cuyo expolio era el pilar de la economía capitalista. La abolición de la propiedad privada de los bienes de producción y su colectivización eliminaría las diferencias de clase; el dinero y el capital ya no serían necesarios y el trabajo impuesto cesaría. En su lugar se desplegaría el trabajo racional, libre, común, no competitivo y voluntario que Lefebvre identificaba con el comunismo.

La reducción del proletariado industrial en particular, y del segundo sector en general, vino acompañado por el crecimiento de los trabajadores de servicios, el tercer sector en la economía liberal. Aquellos se distinguían porque, si bien no producían mercancías materiales, cumplían una diversidad de funciones y labores definidas como bienes inmateriales a cambio de un salario. La ejecución de aquellas tareas agilizaba el engranaje del proceso capitalista. Aquel grupo incluía desde obreros de mantenimiento, maestros, contadores, vendedores, gerentes, expertos en finanzas, entre otros. Su incremento cambió la cultura y el comportamiento social de la clase obrera porque, desde la perspectiva del Materialismo Histórico clásico, los trabajadores de servicios carecían de la capacidad de ejecutar una revolución socialista. 

El fenómeno del crecimiento del tercer sector y el auge de la terciarización se intensificó en el neoliberalismo. Ello tendió, según se ha dicho, a devaluar el papel de la producción en la configuración de la identidad social y “un Yo” legítimo: ese papel correspondía al consumo.

El neoliberalismo, como el Estado Benefactor que dejó atrás, validó la paradoja de que se podía consumir sin producir.  Uno de los factores que viabilizó aquella situación anómala fue la facilitación del acceso a los ciudadanos-consumidores a los circuitos de crédito fácil en la forma del llamado “dinero de plástico”. En una sociedad como la que se ha descrito, que fetichiza el consumo y la posesión de bienes de corta duración, no es posible hacer una revolución que tenga por meta la apropiación de los medios de producción social, la abolición de la propiedad privada y la eliminación de las diferencias de clase. En términos simbólicos el “paraíso en la tierra” es tan utópico como el “paraíso en el cielo”. La situación da la impresión de que la gente, el ciudadano-consumidor, se ha acostumbrado y ajustado al proceso de alienación que promueve el mercado y no siente la necesidad de desalinearse y recuperar su humanidad.

Para un historiador resulta obvio que las circunstancias materiales alteraron lo que significaba ser un obrero, un trabajador o un proletario. El problema es más profundo: los productores directos de bienes materiales (mercancías) o inmateriales (servicios), han perdido toda conexión con el pasado rebelde y no apetecen la revolución internacional. La lucha de clases, clave y motor de la evolución histórica y social desde la perspectiva del Materialismo Histórico clásico tomó un giro inesperado que habría que evaluar con cuidado. Los socialismos del siglo 21 han quedado en manos de camarillas de expertos propensos al dolo y al abuso del poder.

Desde la década de 1970 los historiadores, a pesar de su diversidad hermenéutica, reconocen que la situación de los seres humanos en el tiempo y espacio no es reductible al dualismo de los obreros contra burgueses. Tampoco están dispuestos a aceptar que la revolución sea inevitable.  Han aceptado que las oposiciones dualistas obtusas de la guerra fría ya no tienen sentido. Los matices probables entre los extremos asumidos son un reto a la reflexión serena a la hora de elaborar una interpretación del entorno social y cultural en especial cuando se trata de imaginar la revolución.

Desmantelar las oposiciones dualistas obtusas es lo que ha conseguido el especialista británico en el tema del desarrollo Guy Standing (1948- ). En The Precariat: The New Dangerous Class (2011), planteaba la hipótesis de que el viejo y atemorizante proletariado había transmutado en “precariado”. Aquel era un concepto denso que sugería la incertidumbre característica de los trabajadores del segundo y el tercer sector en el orden neoliberal por oposición a las certidumbres tácitas ofrecidas por el capitalismo liberal de posguerra.

El fenómeno ha sido documentado en Europa, Estados Unidos, Japón, los países capitalistas y postcapitalista, industriales y posindustriales del mundo. También podría documentarse en Puerto Rico, frágil barca a la deriva entre el desarrollo y el subdesarrollo que ha pasado por una etapa de industrialización (desde 1947) y otra de desindustrialización (desde 2005).

El precariado florece en el capitalismo avanzado y el neoliberalismo. Ello implica que un amplio sector social cubre sus necesidades básicas mediante el trabajo, pero carece de garantías en torno a su solvencia futura. Las posibilidades de un trabajo fijo y de las protecciones de un seguro médico, contra accidentes, males catastróficos o una pensión digna, se esfuman. Su vida laboral no difiere de la peregrinación interminable del “job hopper”. Culturalmente hablando, “olvidar el pasado” y “despreocuparse del futuro”, renunciar a la historia y a la utopía, es una condición intrínseca del precariado.

Ello afecta su equilibrio psicológico: el precariado sobrevive en un mercado que sobrevalora el consumo y el ciudadano-consumidor define “un Yo” sobre la base de sus posesiones o la carencia de ellas. La inseguridad laboral y la falta de beneficios marginales, condiciones provocadas por la disolución del Estado Benefactor (herencia de la segunda posguerra y de la economía liberal) y el Estado Asistencial (herencia de la crisis de 1970), profundizan su incertidumbre y su agresividad. Más allá de la clase obrera y el intelectual comprometido aparece el precariado. ¿Radica allí la esperanza de una revolución?

Standing, como Traverso, pensaba que no todo estaba perdido. Una Renta Básica Universal podría servir de base para articular un discurso y una praxis útil para enfrentar la emergencia del precariado. Traverso, al final de su reflexión sobre los intelectuales afirmaba dos verdades como una piedra: la humanidad “no puede vivir sin utopías” pero “las futuras revoluciones no serán comunistas (…) (aunque) seguirán siendo anticapitalistas”[12]. Si ello tendrá un sentido comparable al del 1789 o 1917 es impredecible. Veremos…

Publicada originalmente en 80 Grados-Historia 4 de febrero de 2022


[1] Jean François Lyotard (1989) La condición postmoderna (Madrid: Cátedra): 63 ss.

[2] Sobre Gramsci y el tema de los intelectuales en el marxismo recomiendo a Manuel S. Almeida (2017) Dirigentes y dirigidos: para leer los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci (San Juan: Callejón): 143 ss.

[3] Zygmunt Bauman (2006) En busca de la política (México: FCE):  137, 135.

[4] Ibid. 138

[5] Enzo Traverso (2013) ¿Qué fue de los intelectuales? (Buenos Aires: Siglo veintiuno editores): 44-45

[6] Erich Fromm (1975) Marx y su concepto del hombre (México: Fondo de Cultura Económica): 76-79.

[7] Sobre el asunto véase Henri Lefebvre (1961) Introducción al Marxismo (Buenos Aires: Eudeba):  37-39; y Mario R. Cancel-Sepúlveda, comentario (2018) “Documento y comentario: Henri Lefebvre (1961) “¿Qué es el comunismo?” en Historiografía: la invención de la memoria URL https://mariocancel.wordpress.com/2018/01/28/documento-y-comentario-henri-lefebvre-1961-que-es-el-comunismo/

[8] Enzo Traverso (2019) Melancolía de izquierda (Barcelona: Galaxia Gutemberg): 96.

[9] Enzo Traverso (2014) ¿Qué fue con los intelectuales? Ibid.

[10] Recomiendo la primera parte del volumen de Zygmunt Bauman (1998) Trabajo, consumismo y nuevos pobres (Barcelona: Gedisa): 17 ss.

[11] Véase el capítulo 2 “Una sociedad de consumidores” en Zygmunt Bauman (2009) Vida de consumo (México: FCE): 77 ss.

[12] E. Traverso (2014) Op. Cit.: 108.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

El historiador italiano Enzo Traverso (1957- )[1], especialista en historia del siglo 20 de la facultad de la Universidad de Cornell y un intelectual interesado en el tema de la relación entre memoria e historia, la cuestión judía y el holocausto, además de la situación del Materialismo Histórico y el socialismo como forma de activismo en el siglo 21, entre otros asuntos, ofrece otra reflexión original y promisoria sobre el presente.  En una entrevista publicada en el 2018, se planteó el tema de la devaluación de la relación entre historiografía, ciencias sociales y Materialismo Histórico en su libro Melancolía de izquierda, volumen en el cual intentó determinar el lugar que ocupaba dicha teoría de la historia en la era del neoliberalismo y el posmodernismo.

Sus argumentos son un excelente modelo de los procedimientos que invierte un historiador profesional a la hora de evaluar un presente complejo siempre impredecible. Traverso aceptaba las dificultades que imponía pensar la “evolución de las sociedades” del siglo 20 como una totalidad en un escenario en el cual la perspectiva microscópica y las miradas fragmentarias se habían impuesto como criterio interpretativo. Su premisa encarnaba una toma de conciencia en torno al probable agotamiento de las tradiciones gnoseológicas consagradas durante las décadas de 1960 y 1970, por cierto. En aquel momento la Microhistoria y el Microanálisis impusieron sus reclamos ante la invisibilización del individuo en el entramado del análisis macroscópico y estructural propio de la Historia Social y Económica y las miradas de la larga y la media duración dominantes por aquel entonces. 

Enzo Traverso (1957- )

La crítica a la mirada micro y a la fragmentación del saber histórico no era una novedad. A fines del siglo 19, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) había señalado lo que identificaba como el “exceso de historia” en la práctica de la historiografía positivista crítica de aspiraciones científicas de aquel periodo. De forma similar, a principios del siglo 20 el filósofo francés Henri Berr (1863-1954) insistió en la necesidad de elaborar una bien pensada “síntesis” en historiografía: la dispersión del saber le preocupaba sobremanera. También a fines del siglo 20 el historiador cultural inglés Peter Burke reconoció que la “subespecialización” generada por las prácticas de la historiografía nueva y la tradición del Giro Social, de la cual la Historia Social y Económica eran unos de los pilares, debían ser evaluadas de forma puntual. La insistencia de numerosos observadores del presente en estimular el diálogo entre los saberes micro y los saberes macro, tuvo mucho que ver con ese asunto.

La preocupación de Traverso estaba relacionada con el problema de cómo apropiar una totalidad dada.  En su caso se trataba del siglo 20 desde la izquierda, es decir, desde el Materialismo Histórico innovador que el autor practicaba. El concepto “melancolía de izquierda” no era sino una metáfora sobre la actitud que se adoptaba en ciertos sectores de la izquierda ubicados en el siglo 21 a la hora de evaluar e interpretar el todavía cercano siglo 20. El concepto “melancolía” significaba literalmente en griego “bilis negra” o atrabilis. Simbólicamente sugería esa condición de tristeza, agobio o sufrimiento profundo que generaba la observación del siglo que se había ido: un periodo marcado por las llamadas guerras mundiales y de liberación nacional, las revoluciones sociales, el fin nominal del imperialismo europeo, las crisis económicas y los totalitarismos extremos. Traverso achacaba aquella emocionalidad, entre otras cosas, a la idea del “fin de la historia” que se había impuesto en medio del debate posmoderno, pero también a la “derrota de las revoluciones” que muchos presumieron como un rasgo del periodo pos Guerra Fría y la disolución del socialismo realmente existente durante la década de 1990. Los efectos de la “melancolía” en lo tocante a la relación de los estudiosos con el pasado fueron varios:

  • El primero era que ya no se aprendía el pasado con un propósito activo como por ejemplo, para “pertrecharse de herramientas para el futuro”. Más bien se le congelaba, se le inmovilizaba con el fin de desmenuzarlo, pero el resultado de la disección  y el conocimiento conseguido se consideraba inútil para construir un mundo mejor para la humanidad.
  • El segundo era que, al mirar el pasado, a muchos observadores les invadía la “nostalgia”, la “añoranza” y la “evocación”. Invadidos por aquellas emociones el conocimiento adquirido no les permitía articular nuevas “utopías” o proyectos de cambio originales que fuesen funcionales. Uno de los principios distintivos de la modernidad, la utilidad material y espiritual del saber historiográfico, había perdido legitimidad. Si conocer el pasado no era útil para construir un mundo mejor ¿qué sentido tenía saberlo?

Lo interesante era que Traverso recurría al argumento nietzscheano a tenor de la historia monumental, aquella que representaba “lo activo y lo que lo impulsa”. De acuerdo con el pensador alemán, si bien su “virtud” consistía en que estimulaba el respeto a la grandeza pasada, ello podía desembocar en el “defecto” de que el respeto desmedido podía intimidar y emascular la creatividad en el presente. La veneración extrema o desmedida del pasado implicaba el riesgo de desembocar en la “parodia” o generar una versión irreal del pasado y del presente.

Para Traverso ser de izquierda o ser Materialista Histórico en el siglo 20 y el 21 eran cosas distintas. De igual manera, hacer una revolución, acelerar el cambio social en el siglo 20 y el 21, tampoco eran la misma cosa. Ser de izquierda o Materialista Histórico y hacer una revolución progresista no era imposible en el siglo 21. Sólo sería diferente. Apoyado en la lógica de Fredric Jameson (1934- ), Traverso afirmaba que los acontecimientos ocurridos durante la década de 1990 habían provocado un cambio radical: la humanidad salió de un siglo 20 cargado de “esperanzas” en el cual había gente dispuesta a tomarse el riesgo de pensar en la posibilidad de un futuro mejor. El siglo 21, por el contrario, era uno cargado de “miedos” e inseguridades en el cual la gente prefería evitar en lo posible pensar en el futuro.

El diagnóstico de Traverso estaba relacionado con la forma en que la “memoria” del siglo 20 había sido diseñada y articulada bajo condiciones disímiles:  antes y después de la década de 1980, es decir, antes y después del desenvolvimiento del neoliberalismo y la globalización de la economía. Previo a la década de 1980, el siglo 20 era vislumbrado como el periodo de las revoluciones sociales, de las olas emancipatorias, de la descolonización, del fin del imperialismo político y las esperanzas de libertad. Aquel conjunto de fenómenos confluyó en el fortalecimiento de una visión esperanzadora y optimista de la situación de los seres humanos en el tiempo y el espacio.

Posterior a la década de 1980, el siglo 20 tendió a ser reducido a la condición del siglo de las grandes guerras, los totalitarismos y los nacionalismos extremos, los genocidios y la consolidación del capitalismo salvaje de la mano del neoliberalismo y la globalización y la muerte de la libertad tal y como había sido imaginada.  Aquel conjunto de fenómenos confluyó en el fortalecimiento de una visión desoladora y pesimista de la situación de los seres humanos en el tiempo y el espacio. La “derrota de las revoluciones del pasado”, identificada con el fin del socialismo realmente existente, aceleró el proceso. En términos sensatos el siglo 20 había sido ambas cosas, pero la tendencia a la polarización de los juicios sobre la época era notoria.

El avance del neoliberalismo y la globalización favoreció que los iconos del socialismo tales como la Unión Soviética, la República Popular China, la República de Cuba, Corea del Norte y otras se transformaran, a pesar del discurso de tinte socialista o populista radical que aún dominaba en algunos de aquellos sistemas, en países capitalistas alternativos que si bien permitían el libre mercado y la  acumulación de propiedad privada, instituyeron fuertes controles proteccionistas para frenar la inversión de capital extranjero en sus economías a través de gobiernos autoritarios. El Estado o gobierno conservó los rasgos de autoritarismo que ya poseía y se aseguró un gran poder sobre el mercado y la economía. El ideal de la democracia socialista que debía atenuar la competencia y estimular la solidaridad en los procesos productivos y distributivos nunca se consolidó ni antes ni después de aquel giro.

El testimonio intelectual de Traverso es una invitación a que se acepte que los sistemas filosóficos y las teorías de la historia, por más complejos y cuidadosos que parezcan ser,  poseen cierta falsabilidad o refutabilidad.  Es decir, pueden ser sometidos a demostraciones que los contradigan. Lo que identificamos como realidad, una imagen filtrada por un yo que siempre cambia, escapa a cualquier esfuerzo de inmovilización o fijación.  El reclamo de verdad de cualquier filosofía o teoría siempre puede ser superado o excedido por la realidad. El Materialismo Histórico y el socialismo, su aplicación a las luchas sociales, ha sido un tópico presente de diversos modos en la evolución de la historia de la humanidad desde su maduración a mediados del siglo 19. Que Traverso lo inscriba en la agenda para la discusión a principios del siglo 21, no debe sorprender a nadie. Se trata de un debate necesario, sin duda, a la luz de los reclamos de un nuevo orden social y económico. Las formas que adopte el Materialismo Histórico y el activismo que genere serán un asunto para debatirse en el futuro. Espero que ese esfuerzo no se haga en vano.

Publicada originalmente el 5 de noviembre de 2021 en 80 Grados-Historia

Bibliografía

Centro de Investigación Social Aplicada CISA-RUM. “Conversatorio: Historia y Memoria. Perspectivas desde el siglo XXI”. Disertantes: Enzo Traverso, PhD (Cornell University) y Carlos Pabón, PhD (UPR-RP). Moderador: Marcelo Luzzi, PhD (UPR-RP). Quinta conferencia del ciclo Historia y Memoria, organizada por el Centro de Investigación Social Aplicada (CISA), Marzo-Octubre 2021. URL https://www.youtube.com/watch?v=geHwOTEK7eM&t=9s ; e Historiografía: la invención de la memoria URL https://mariocancel.wordpress.com/2021/10/02/enzo-traverso-y-carlos-pabon-ortega-dialogo-sobre-la-memoria/

Diego Rojas (18 de noviembre de 2018) “Enzo Traverso: “En el siglo XX no sólo hubo totalitarismos y genocidios, sino también revoluciones” en Infobae-Cultura.

Enzo Traverso (2019) Melancolía de izquierda. Barcelona: Galaxia Gutenberg.

—–(2017) La historia como campo de batalla. México: FCE.

—– (2011 ) El pasado. Instrucciones de uso. Buenos Aires: Prometeo

—– (2013) ¿Qué fue de los intelectuales? Epublibre

—– (2001) El Totalitarismo. Historia de un debate. Buenos Aires: EUDEBA


[1] Centro de Investigación Social Aplicada CISA. “Conversatorio: Historia y Memoria. Perspectivas desde el siglo XXI”. Disertantes: Enzo Traverso, PhD (Cornell University) y Carlos Pabón, PhD (UPR-RP), 1ro de octubre de 2021. Moderador: Marcelo Luzzi, PhD (UPR-RP). Quinta conferencia del ciclo Historia y Memoria, organizada por el Centro de Investigación Social Aplicada (CISA), Marzo-Octubre 2021. URL https://www.youtube.com/watch?v=geHwOTEK7eM&t=9s  ; e Historiografía: la invención de la memoria URL https://mariocancel.wordpress.com/2021/10/02/enzo-traverso-y-carlos-pabon-ortega-dialogo-sobre-la-memoria/