- Elga M. del Valle La Luz, PhD
El profesor, escritor, historiador y crítico literario, oriundo de Hormigueros, Mario R. Cancel Sepúlveda, afirma: “Toda recuperación del pasado es una versión parcial de una totalidad inaprensible”. Esta aserción recoge el valor y la pertinencia del texto y en el que me adentraré en la siguiente reflexión. La riqueza del contenido de éste, el más reciente libro de Cancel sobre la disciplina que nos ocupa, exige más de una reflexión. Para la presente, se han escogido de manera puntual algunos de los planteamientos y desafíos a nuestro entender más relevantes desarrollados por Cancel Sepúlveda para provocar al lector-lectora.
¿En dónde y cuándo comienza el oficio de historiar? ¿Cuál es la función del historiador? ¿Existe la imparcialidad en el oficio, o la voz, la pasión y la visión de quien narra los hechos pasados estuvieron, están y estarán presente en sus escritos? ¿Cuáles cambios ha experimentado la disciplina y la manera de interpretar los hechos que dan origen al relato? Propiciar la curiosidad y la necesidad de entender los pormenores de la labor del historiador o historiadora, ver de manera crítica el devenir de la disciplina, entender y adquirir un panorama amplio de cómo se hilvana la periodización del acercamiento a los hechos pasados a la vez que se provoca interés por investigarlos para hacer una lectura de los mismos, es, sin duda, algunos de los logros de esta entrega titulada: “Historiografía y enfoques de la historia: pensamiento y escritura histórica”.
En la introducción del texto, Cancel Sepúlveda desmenuza los conceptos historia e historiografía. Presenta una visión amplia sobre los diversos acercamientos que definen la historia como disciplina para ofrecer al lector-lectora la posibilidad de hilvanar su transformación a través del tiempo. El autor plantea que el ser humano es un ser narrativo, o sea, un ser que narra lo que aprende y lo que imagina, por lo que su relación con el lenguaje le define como ser humano y como historiador: “El ser humano, en ese sentido, puede ser categorizado como un ‘ser narrativo’ que se comprende a sí mismo por medio de narraciones y que, en consecuencia, está sujeto a las formas de lenguaje que adopta lo que narramos”.
Para Cancel, la labor escritural del historiador es fundamental, y, por tanto, establece que aunque todos los seres humanos pueden pensar históricamente no todos pueden narrar historia. Hace énfasis en que la disciplina no se circunscribe exclusivamente a la narración del pasado, sino que siempre es la visión del presente sobre el pasado, “…que la historia nunca es solo y exclusivamente pasado. Por el contrario, siempre es la visión del presente sobre el pasado… quien decide lo que debe recordarse y a qué consideraciones apela para prohibir el olvido de ello”, nos advierte que constantemente reconstruimos el pasado de acuerdo con nuestra concepción de un presente que se debe precisamente a esos hechos y antecedentes.
En ese momento es que entra la figura del “historiador” a ocupar su puesto. […] Ni en el mundo helénico o griego ni en el latino o romano, la objetividad o la imparcialidad según las definió la ciencia moderna, fueron metas preciadas por los historiadores: el propio pensar o sentir estaba presente detrás de cada reflexión histórica.
El ser humano en el presente enfrenta un enorme desafío toda vez que, al carecer del cúmulo de hechos documentados y el conocimiento que de ellos se desprende, con que confrontaba en el pasado, se halla impedido de comprender a cabalidad la fibra con que está tejido el presente. Entender el presente sin mirar al pasado no tiene sentido alguno ni para el historiador(a) ni para el que no lo es.
El historiador se encuentra ante la situación de que el pasado y el fenómeno nunca pueden se restituidos del todo por lo que siempre se verá precisado a trabajar con las impresiones e imágenes que él elabora, moldea y organiza en una narración o relato coherente que tomará una diversidad de formas.
El proceso de rescatar tanto la historia documentada como la excluida de la oficial, resulta indispensable. Sobre todo, porque se mira desde ópticas diversas, lo que el autor llama “los diversos presentes”. En esa búsqueda se desafían los embates del tiempo y de los procesos de validación y rechazo que excluyeron algunos de los acontecimientos más relevantes o que son motivo de mayores cuestionamientos sobre su confiabilidad y veracidad. Para el autor, la escuela historiográfica es el proceso, como decir la obra, y el historiador, el personaje. El historiador asume el rol de protagonista, con o sin premeditación, al rescatar sucesos ignorados u olvidados y otorgarles significación como antecedentes del presente desde el cual se les mira, estudia o legitima.
Cancel relaciona las teorías religiosas del medio oriente, la judaica y la cristiana, y cuánto el discurso histórico, a la luz de ambas, mantuvieron un rol parecido en el que lo divino determinaba el destino de la humanidad y le negaba la posibilidad de autodeterminación.
El autor se detiene en la figura de Agustín de Hipona y detalla la formulación del Gran Relato Cristiano, más allá del dualismo maniqueo del filósofo. Cancel señala el contenido ético del discurso agustiniano y el desarrollo del concepto de lo temporal en paralelo a la constancia de los principios del judaísmo, a partir de la reflexión sobre la creación en el Génesis que, a fin de cuentas, representaba el cimiento del cristianismo. La historia, desde la óptica agustiniana, se definía a partir de Dios y el tiempo era controlado por este. El relato histórico, a medida que se expandió el cristianismo, bajo la institución de la Iglesia Católica, sería controlado por la jerarquía eclesiástica. La obediencia al mandato divino subordinaría todo lo que se consideraba mundano, o sea, ajeno a Dios, incluso o, tal vez, sobre todo, el quehacer político en la Edad Media.
La labor del historiador bajo el dominio de la Iglesia se convierte en la de cronista o recopilador de datos, que nunca deberá perder de perspectiva el principio articulado desde el Gran Relato Cristiano, “que la historia era una teofanía o la manifestación de Dios en el tiempo”. Los monasterios se convertirían en los centros de la compilación y escritura de los acontecimientos a la par que mostraban ser ejemplo de los verdaderos valores de la vida cristiana. Cancel expresa que, con el tiempo, los monasterios se corrompieron y en respuesta surgieron las órdenes franciscana y dominica, que coincidieron en cuanto a la incorporación de sus respectivas comunidades a la vida urbana y propusieron un nuevo acercamiento a los valores cristianos del Jesús histórico.
El autor inserta en su análisis la escolástica de Tomás de Aquino y la relación entre fe y razón, como dos pilares de la experiencia humana para nada contrarios, aunque estableciendo siempre la superioridad del primero sobre el segundo. Sobre la escolástica, dice Cancel: “El método incentivó la especulación, la refutación y el razonamiento sistemático hasta el punto de que llegó a identificar a Dios con la Razón y, como consecuencia de ello, a atenuar la contradicción Fe / Razón y a validar el saber racional”.
El autor explica los pormenores del pensamiento de Tomás de Aquino y revela cómo este valida la existencia del Estado como ente regulador de la vida del ser humano y como herramienta para trabajar por el Bien Común, conforme a la razón que viene de Dios. De acuerdo a la reflexión de Cancel, si bien hasta ese momento, el cristianismo amparado en el Determinismo Cristiano había rechazado los elementos de la cultura grecorromana, denominándolos paganos, bajo Tomás de Aquino y la escolástica, se toma de aquellos la posibilidad de validar intelectualmente los supuestos que cimentaban y consolidaban los arquetipos de la Iglesia.
En “El pensamiento histórico y social del Renacimiento a la Ilustración”, Cancel Sepúlveda se adentra en el pensamiento renacentista y humanista. Tanto el Renacimiento como el Humanismo, según el autor, representaron un reto al Providencialismo y Determinismo Cristiano que dominó la Edad Media. Llama la atención en esta sección, la elocución de Cancel sobre la trascendencia del Renacimiento y el Humanismo, y la vuelta al pensamiento heleno-latino, así como a la transformación del pensamiento y las instituciones en la que la incipiente burguesía tuvo rol protagónico y que desemboca en la modernidad, y el surgimiento de una nueva forma de quehacer político en el que el papel del Estado se replantea, y rompe con la visión medieval, anteponiendo la postura del Estado sobre la Iglesia.
Resulta indispensable reconocer la amplitud y profundidad del pensamiento historiográfico del autor. Este pone en perspectiva la influencia de Platón y Aristóteles, tanto en el pensamiento medieval como en el renacentista, pero brindando especial énfasis en lo disímil de ambos acercamientos al legado de los griegos.
En términos generales, las fuentes intelectuales del Humanismo que alimentaron el pensamiento y la cultura renacentista; y las fuentes intelectuales del Providencialismo Cristiano que alimentaron el pensamiento y la cultura medieval habían sido las mismas: los antes citados Platón y Aristóteles son antecedentes comunes a ambas vertientes. Lo que cambió, y esta es una lección historiográfica importante, fue la interpretación de las aportaciones de aquellos.
Al analizar estos antecedentes en el contexto del Renacimiento y el comienzo del Humanismo, el autor resalta las figuras de Nicolás Maquiavelo y Leonardo Da Vinci para explicar la percepción de ambos a la luz del Humanismo en el que se redefine la historia en la modernidad. Maquiavelo brinda especial énfasis a la importancia del “papel creativo del individuo y su voluntad de poder en la fragua de la historia”. Por otro lado, para Cancel Sepúlveda, Leonardo, partía de la premisa de que “la experiencia sensorial, la determinación causa–efecto y la razón, combinadas, producían la verdad”. A tenor con este supuesto, la nueva manera de aproximarse a la historia, ciertamente se comienza a desvincular de la visión Providencialista del medioevo para dar paso a una manera modernista de reflexionar sobre los hechos históricos. Este planteamiento sugiere al lector-lectora, que el ser humano se logra convencer a sí mismo del poder de la razón para evaluar los hechos y pasar juicio sobre ellos, ya no bajo el crisol de la voluntad divina, sino desde la propia. Cancel resalta que, a pesar del crecimiento de este aparente distanciamiento del medievo, aun allí seguían prevalentes los principios del cristianismo.
Resulta entonces, comprensible que durante el periodo del Barroco se pudiese observar una vuelta al Providencialismo y se intentase deslegitimar la visión humanista bajo el amparo de la Contrarreforma de la Iglesia Católica. Sin embargo, la lucha entre clericalismo y secularismo no detuvo el avance del pensamiento humanista. Más aun, las ideas humanistas ven su culmen, como expresa Cancel, en la obra de Francis Bacon y el acercamiento empírico, indispensable para la visión modernista de la historia y la historiografía. O en las palabras del autor: “Sin la percepción de que lo empírico y lo contingente podrían servir de base para un conocimiento auténtico, no hubiese sido posible la historiografía moderna ni la historiografía científica”.
Así, el autor da paso a la figura de Vico, cuyos planteamientos pretendían explicar la naturaleza humana, y dar a entender las causas del comportamiento humano en la historia. Cancel resalta la importancia de las ideas de Vico para allanar el camino al Positivismo y el Krausismo, reconociendo que éste logró armonizar lo mejor de las corrientes del Providencialismo, la Revolución Científica y el Racionalismo, para legar “un sistema especulativo de rasgos modernos que deja al estudioso en las puertas de la Ilustración”.
El autor, hace referencia al “gran relato moderno” y la postura de Nietzsche sobre la historia en la que éste apunta a la perspectiva de ver la historia en las tres metáforas nietzscheanas: historia monumental, historia anticuaria e historia crítica. Según Cancel, estas tres actitudes que responden a cada una de las dimensiones: admiración (pasado), esperanza (presente), ansiedad (futuro)… sensaciones habituales que se experimentan en la praxis del oficio de historiar. Por tanto, añade, en Nietzsche “la narración o relato del pasado era en verdad contingente, relativo y cambiante” en la medida que enfrentar los hechos desde la óptica humana carece de objetividad.
Para Cancel, el filósofo alemán derrota la visión de la historia universal según concebida por la historiografía latina, cristiana y moderna, puesto que todas partían de la supremacía de Dios. El orden de las cosas, determinado por el ser divino, no existe, más bien no hay tal cosa, de ahí la aserción del filósofo de que “Dios ha muerto”. El historiador hormiguereño, de manera audaz, enfrenta al lector con las inquisitivas interrogantes propuestas por Nietzsche que resultaron ser premisas a partir de las cuales se dedicará, como señala Cancel, buena parte de la discusión historiográfica, particularmente en la segunda mitad del siglo XX.
Más adelante, el autor reflexiona en torno al Vitalismo Filosófico. Para ello desglosa los pormenores del debate sobre el tiempo y la visión dual del filósofo francés Henri Bergson: tiempo científico y tiempo real. Bajo los supuestos de Bergson, la vida no se regía por el tiempo científico y por tanto, la historiografía aunque intentara entender los acontecimientos, dicha acción le resultaría inútil en la medida en que la vida transcurre en tiempo puro.
La llegada del siglo XX converge con un replanteamiento sobre la historiografía y la concepción de una historia total. Los proponentes de este acercamiento veían la necesidad de tomar en consideración los avances de las Ciencias Sociales para la comprensión de la historia. Con este nuevo enfoque, surge el “giro social” que, si bien atendía asuntos parecidos al Materialismo Histórico, amplió el espectro de acercamientos a otras disciplinas de las Ciencias Sociales y, además, mostró particular interés por el estudio de la sociedad y sus expresiones culturales.
El autor reflexiona sobre las propuestas de Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel. Estos, afirma, se distanciaron de las teorías especulativas para dar paso a un balance entre reflexión teórica e investigación histórica que ha caracterizado la manera de hacer historiografía hasta el presente. Entre estas cavilaciones, llama la atención la definición de Bloch del historiador como aquel que da orden al caos y le brinda una estructura que le otorga sentido. Por otro lado, la labor del historiador es aún más compleja en la medida que no todos los seres humanos viven, reaccionan o comprenden los hechos de la misma manera y, por tanto, las interpretaciones de quien reflexiona en torno a estos, varían.
Sobre Lucien Febvre, Cancel resalta el acercamiento a la historia-problema y la fluidez de los acontecimientos, la labor del historiador de analizar el hecho y verlo desde todas las dimensiones posibles para comprenderlo. Braudel, añade, elaboró una teoría de las duraciones o teoría del tiempo histórico que resultó en el distanciamiento del análisis cronológico de los eventos. La esencia de la propuesta teórica de Braudel es el ser humano social y culturalmente definido, como afirma el autor. Estas aportaciones de Braudel sirvieron de cimiento para la Historia Ambiental, la Historia Ultramarina, “los Sistemas Mundos” de Immanuel Wallerstein y los Estudios Caribeños.
Dentro de esta reflexión sobre las aportaciones de la nueva historia a partir de la Escuela de los Annales, sobresale el hecho de que esta última logró completar el desafío de una historia total, pero sin limitarse a los supuestos del Providencialismo Cristiano y la Ilustración, sino que abarcó consideraciones más amplias bajo los elementos sociológicos y culturales, incluyendo aquellos relegados en el Gran Relato Moderno, el “abajo social”, la periferia y los habitantes de los márgenes.
El autor reflexiona en torno al enfrentamiento de visiones generacionales que dan paso a la interpretación del relato histórico en un interesante acercamiento: el pasado vivido y la reflexión ante dicho pasado. Por un lado, la generación silente vivió los efectos de la Segunda Gran Guerra y el inicio de la posguerra a flor de piel. Por el otro, los boomers, con los bríos de la juventud y el deseo de cambio, interpretaban aquellos eventos como vestigios de una realidad política que había que dejar atrás y, reconceptualizaban con sus acciones, la libertad concebida como una transformación cultural. Aquello se manifestó de manera concreta con las experiencias del 1968, trascendió Paris y se replicó en Estados Unidos y Latinoamérica.
A los eventos que caracterizaron este periodo convulso se pueden añadir la crisis del petróleo, el desarrollo de la economía de consumo, el fundamentalismo islámico para nada disímil del cristiano, etc. El autor elabora cuánto todo aquello redundó en el cuestionamiento de los paradigmas del Materialismo Histórico, la Historia Social y Económica de la Escuela de los Annales. Sin embargo, aquellas teorías no desaparecerían, más bien suscitaron un relevo intelectual. Aquel relevo provocó que se replanteara la historiografía, ya no analizando los hechos culturales y sociales desde el punto de vista económico, sino que se proponía ver los fenómenos económicos y sociales desde una mirada cultural.
Es precisamente desde esa perspectiva que el autor reflexiona en torno a los trabajos de Jacques Le Goff y Pierre Nora. Estos propusieron una nueva mirada historiográfica que se ocupara de aquello que relacionaban con lo cultural, las ideas, las mentalidades, el pensamiento, lo inmaterial. Además, rompieron con el paradigma de los Segundos Annales a la vez que criticaron su obstinación con el análisis materialista de los hechos.
Resulta necesario resaltar que Cancel señala que lo material e inmaterial en términos culturales convergen. Por un lado, afirma que, si bien es cierto que lo cultural es inmaterial, esto se transforma en un producto (algo material) que se consume, a través de libros, revistas, películas, por tanto, coexisten. Sobre la propuesta de la Historia de las Mentalidades, resalta que el ser humano volvió a ser el centro de atención y se le otorgó mayor libertad en el proceso histórico, integrando conceptos de otras disciplinas de las Ciencias Sociales como la etnología, la lingüística, la crítica literaria y la psicología social. La Historia de las Mentalidades sentó las bases para lo que sería la Historia Cultural.
Sobre el papel del historiador y su rol en la Historia Cultural, el autor resalta que, dentro del quehacer de la Historia Cultural, el papel del historiador se transforma de científico social a un escritor creativo. El controvertido planteamiento afirma que cada vez más se descubre que el oficio de historiar se acerca a la escritura creativa, el análisis textual y discursivo, aunque sin distanciarse de las ciencias sociales. En este contexto, la Historia Cultural da lugar al análisis y la interpretación del pasado a la discusión activa y afirma que los estudiosos de esta miran la cultura como concepto hibrido o mestizo, para nada puro, particularmente a partir de la revolución de las comunicaciones y la aparición de las redes o internet.
No es posible abarcar la inmensidad de acercamientos que hace este texto en una sola reflexión. Estos breves apuntes son solo una muestra del valioso contenido de este ejemplar. Si el propósito de Cancel Sepúlveda, al redactar este texto, fue propiciar el interés por la disciplina y despertar el entusiasmo por la lectura del legado historiográfico basado en el conocimiento y análisis crítico con una visión panorámica de la historia de la historiografía, logró exitosamente su cometido. Decía el filósofo Michel Foucault, “el saber es el único espacio de libertad del ser”, basado en esta afirmación, la sed de saber redime, y la historiografía es terreno fértil para enarbolar bandera. Ojalá cada estudiante que lea esta obra abrace el oficio crítico y escritural del historiador/historiadora.
Referencia
Cancel Sepúlveda, M., (2023). Historiografía y enfoques de la historia: pensamiento y escritura histórica, San Juan, Puerto Rico: Editorial Plaza Mayor.