• Mario R. Cancel-Sepúlveda

En un artículo de 2017 titulado “El espacio como forma de hacer historia. Del Giro Espacial a la narrativa de la simultaneidad”, Joan Muñoz González de la Universidad de Barcelona reconoció algo que, por elemental, no debe ser pasado por alto. Me refiero al hecho de que la experiencia historiográfica del siglo 21 se ha desenvuelto en un diálogo tirante con la historiografía de fines del siglo 20. El punto de partida de los elementos de tensión, disociadores para algunos y enriquecedores para otros, pueden ser trazados hasta el fin de la Guerra Fría (1989-1991), un momento clave para el debate posmoderno y para el desarrollo del orden neoliberal.

La mirada de Muñoz González, un investigador preocupado por la historia del presente parece articularse alrededor de la metáfora del siglo 20 corto del intelectual materialista histórico inglés Eric Hobsbawn (1917-2012) y en la presunción de que la reflexión sobre el pasado y sobre el presente depende ineluctablemente del hoy. Desde mi punto de vista una de las dudas que asedia al autor es si espera a la humanidad un siglo 21 largo.

Las referidas afirmaciones están penetradas, claro está, por la condición europea de quien las formula por lo que su propuesta será la adecuada para esa cultura sin que necesariamente sea satisfactoria para el resto de la humanidad. En ocasiones me pregunto si no sería mejor dejar atrás la noción siglo, cargada de un potente sentido místico, e intentar tomar posesión del problema del tiempo en los términos que el filósofo francés Henri Bergson (1859-1941) imaginaba la duración real.

Paul Klee, Metropolis 6 -Ciudad de los sueños

El argumento base de Muñoz González es que la globalización de las relaciones materiales y espirituales ha vuelto a llamar la atención sobre los aspectos geográficos y el espacio a principios del siglo 21. La analogía entre el alegado fenómeno y el acaecer de principios del siglo 20, el cual abonó el terreno para la consolidación de lo que se denominó el Giro Social camino a la invención de una historiografía nueva es evidente. Lo cierto es que el efecto de la internacionalización de principios del siglo 20 y la globalización de principios del siglo 21 ha sido avasallante. Algunas pruebas al canto de ello pueden deducirse de los paralelismos entre la experiencia de la pandemia de influenza de 1919 y de la del Covid19 a partir del brote de Wuhan en 2019 y su declaración como pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 11 de marzo de 2020.

Desde la perspectiva de Muñoz González, aspecto en el cual no está solo, la situación de la historiografía europeo occidental manifiesta todos los rasgos de una “crisis”. La selección del sustantivo llama mucho mi atención. Crisis es una palabra de origen griego que significa “separar” o “romper” por lo que su utilización sugiere una “fractura” de lo que una vez estuvo junto y constituyó un cuerpo organizado y ordenado. Las “crisis” son situaciones generadoras de conflicto que minan un orden instituido e impiden su funcionamiento estándar. Para los griegos las “crisis” promovían momentos de reflexión o de elección, hecho que explica que conceptos como “crítica” y “criterio” sean dos de sus derivados más significativos.

La crisis actual de la historiografía de la que habla Muñoz González estaría ligada a la que se manifestó en las discusiones de la década de 1970: la que intentó dejar atrás el Giro Social y animó el Giro Cultural, Narrativo y Lingüístico coincidiendo con el debate posmodernista. Para este autor, argumento en el cual en general sigue a Fredric Jameson (1934- ), la crisis actual de la historiografía expresaría la dificultades propias del tránsito al neoliberalismo o bien podrían ser consideradas la expresión cultural de ello. En última instancia estaríamos siendo testigos de una crisis de la historia y de la historiografía, ámbitos que en alguna medida separa. La crisis exteriorizaría la voluntad de cuestionar los modelos historiográficos emanados de la experiencia de las décadas de 1960 y 1970, así como los de las décadas de 1980 y 1990, es decir, el conjunto completo de la herencia pos-Giro Social. La ruptura estaría relacionada con la fragmentación del saber pos-1960, una metáfora que recuerda el lenguaje de los historiadores de Annales. Pero no excluía la puesta en entredicho de la mirada microscópica. Una vez dejado atrás la historia total, la fragmentación y la microhistoria, se habrían impuesto las dudas sobre la cientificidad, confiabilidad y posibilidades futuras de la historiografía. Pero a diferencia de Rosenberg el autor no propone un nuevo cientismo o cientificismo como opción.

Los argumentos de Muñoz González sugieren la necesidad de un retorno cuidadoso a los artefactos interpretativos de la Giro Social y la historia social y económica que el Giro Cultural y la historia cultural refutaron de diversos modos. La solución que propone a la crisis dependería de la síntesis innovadora entre viejos y nuevos modelos, entre tradición y vanguardia, incluyendo la del Giro Cultural en todas sus manifestaciones, pero dando prioridad a la perspectiva de la larga duración, una herencia del Giro Social, con el fin de reinventar una historia total adecuada para los problemas propios era de la globalización. En cierto modo se trata de una afirmación de la preponderancia de lo social sobre lo cultural que respondería a los imperativos de la era pos Gran Recesión de 2009 cuando el discurso neoliberal pasó por una crisis de confiabilidad.

Su hipótesis es que la Historia Global y su énfasis en el espacio será capaz de enfrentar la fragmentación del saber disciplinario, adelantar la síntesis y superar la crisis. La mirada no difiere de la que maduraron los historiadores sociales de principios del siglo 20 ante la historiografía tradicional. El estudioso presenta ante una fórmula flexible y abierta, afín a las ideas de Fernand Braudel (1902-1985) y a la preocupación por el espacio que promovió la interacción entre las ciencias sociales y la historiografía, una relación que disciplinas como la Sociología o la Historia Ambiental, por ejemplo, podrían restituir. En términos generales para González Muñoz, como para Rosenberg, los debates sobre el relato histórico como realidad o ficción, propios del Giro Cultural, Lingüístico y Narrativo son “áridos”, es decir, no son productivos.

Los seres humanos en el espacio y el tiempo

La condición de la historiografía como una representación del lugar de los seres humanos en el escenario del espacio y el temporal, nociones de la física y la filosofía, es clave. La preocupación por el entorno espacial siempre ha estado allí: el contexto natural de los actos humanos llamó la atención a los historiadores desde la Antigüedad hasta el siglo 18. Durante el siglo 19, una deriva ineludible de la mirada de Karl Marx (1818-1883) era que la historiografía debía estudiar al ser humano en su primera y en su segunda naturaleza: el mundo natural (el entorno) y el artificial (la sociedad). Marx reconocía que ambas naturalezas eran articulabas discursivamente, cobraban sentido y ayudaban a forjar una identidad por medio del trabajo: ninguna existía al margen del trabajo racional. El entorno espacial volvió a llamar la atención durante el siglo 20 a la luz de la discusión braudeliana del mundo mediterráneo desde la escuela de Annales, los problemas ambientales y la discusión respecto al calentamiento global y el Antropoceno o Capitaloceno como una probable nueva era socio-geológica.

Muñoz González reconoce que espacio y tiempo es un binomio o dualidad epistemológica clave para la explicación histórica en todos los tiempos. En el continuo espacio-tiempo toman forma todos los hechos físicos que luego los seres humanos representamos de diversos modos incluyendo los históricos. Esta aserción, que tanto debe a la teoría de la relatividad entre otras especulaciones de la física, confirma que la historiografía nunca se ha desvinculado de las ciencias llamadas naturales por cuestiones de necesidad. Pero el autor también reconoce que, dada la naturaleza del trabajo de los historiadores y de la historia como “ciencia de los hombres en el tiempo”, la frase es de Marc Bloch (1886-1944), los profesionales del campo dieron más peso a la cuestión temporal que la espacial a la hora de la interpretación.[1] La intención de Bloch era establecer una condición sui generis, peculiar o única, que distinguiera la historia como saber.

Lo cierto es que el tiempo siempre ha sido el elemento explícito y riguroso con el que el historiador confronta los problemas que se plantea, mientras que el espacio ha sido un elemento implícito o sugerido. El Giro Espacial sería un esfuerzo consciente por suplir esa carencia y hacer la discusión del espacio más explícita y rigurosa a la hora de la producción del saber. Los halones de la cuestión espacial, los viajes de fines del siglo 15 y principios del siglo 16, la expansión imperialista de fines del siglo 19, y la globalización, habrían actuado como llamados a la preocupación por el espacio como correlato del tiempo a la hora de articular una historia total.

Problematizar la relación espacio tiempo, otra vez

Dos tendencias de la historiografía occidental favorecieron la preponderancia de la temporalidad en la retórica de la explicación. Me refiero al teleologismo, la creencia de que la historia poseía un orden que conducía a un fin loable; y el progresismo, una metáfora de la flecha del tiempo que comprometía moralmente a la humanidad con su estímulo. Aquellas eran dos metáforas temporales que tendían a reducir el espacio natural, social o cultural, a la condición de mero escenario, decorado o telón de fondo del conjunto de eventos o acontecimientos concatenados.

La subordinación del espacio al tiempo, uno de los rasgos característicos de la historiografía moderna, experiencia que maduró durante los siglos 18 y 19 en la forma de una paulatina emancipación del pensamiento historiográfico de la teología y el estrechamiento de una alianza con las ciencias naturales, penetró el relato histórico. El ejercicio de historiar se identificó con la recuperación y reordenamiento de una serie de hechos en el tiempo, una reconstrucción siempre limitada, de una manera diacrónica acorde con relaciones de causa y efecto que se asumían como ciertas. Las relaciones de causa y efecto concretas convergían con el fin último o telos del proceso histórico visto como un todo. El eje organizativo del gran relato moderno había sido el tiempo y no el espacio.  

Esto no significa que el espacio fuese olvidado del todo. El desarrollo de las ciencias sociales durante el siglo 18 y el 19 es un excelente ejemplo de lo opuesto. En cierto modo, si se le da crédito a la reflexión de Bloch de 1949 de que la historia era la “ciencia de los hombres en el tiempo”, la reflexión de las ciencias sociales podía apropiarse como la de “los hombres en el(los) espacio(s)”. La legitimidad de la alianza entre aquellos campos del saber en los cuales temporalidad y espacialidad, así como pasado y presente, se encontraban, explicaría el desarrollo y el éxito del Giro Social.

Una genealogía del balance entre el imperativo de la espacialidad y la temporalidad a lo largo del desarrollo de la disciplina en occidente podría ser aclaradora. Esta no es la ocasión para responder esa pregunta con detalle, pero voy a llamar la atención en torno a un par de nudos que pueden ser de importancia. Una genealogía como la propuesta debería mirar hacia la figura de Heródoto de Halicarnaso (c. 485-425 a. C.), un viajero y cronista de lo exótico, en sus Encuestas. La precedencia ocasional de aquel autor por el escrutinio de los espacios sociales y culturales resulta evidente, por ejemplo, en sus observaciones sobre las castas sociales en Egipto.[2] La imposición de la preponderancia de la temporalidad expresó el giro político de la discursividad que ya se había impuesto en el caso de Tucídides de Atenas (470-c. 395 a.C.) y su interés en el tema bélico.[3] El gran relato cristiano, por su parte, combinó las preocupaciones temporales con las espaciales en una teoría llena de tensiones. Los siete días y las dos ciudades míticas, luego tres, sintetizaron bien aquel esfuerzo en la lógica de Agustín de Hipona (354-430).

En la modernidad la preocupación por la intersecciones entre geografía e historia se consolidan alrededor de la obra de Alexander Von Humboldt (1769-1859) en el contexto de la formación de la universidad moderna, esfuerzo que fue determinante para el apetito espacial que marcó en el siglo 20 al Giro Social en especial la escuela de Annales. La penetración de lo espacial y la geografía en la obra de Fernand Braudel (1902-1985) en torno al Mediterráneo, la historia de ultramar y del capitalismo temprano desde 1940, desarrolladas a la luz del concepto duración sería otro momento importante del referido proceso.[4] Jo Guildi historiadora estadounidense de la Universidad de Brown y especialista en temas británicos, denominó ese fenómeno Giro Geográfico o Giro Espacial. En la genealogía propuesta deberían figurar intelectuales como, por ejemplo, Ibn Jaldún (siglo 14), preocupado por la forma en que el espacio o escenario del desierto moldeaba la personalidad, la cultura y la historia árabes.[5]  

Como podrá observarse, el forcejeo teórico entre la espacialidad y la temporalidad se profundizó a fines del siglo 19 coincidiendo con la crítica de los historiadores innovadores contra el historicismo y el gran relato moderno.  Un segmento significativo de los historiadores del siglo 20, como se sabe, compartieron las críticas al gran relato moderno, a la teoría del progreso y el teleologismo evolutivo optimista, artefactos que parecen ser la base de culto al tiempo manifestado por numerosos historiadores. La lectura de Muñoz González ofrece un panorama bastante preciso de esa genealogía y establece la necesidad de profundizar esa ruptura.

En síntesis, el retorno a la espacialidad, el imperativo de lo macro y la preponderancia de ese imaginario en la interpretación historiográfica cerraría un círculo que respondería, mejor que el imperativo de lo microscópico, a los reclamos de la realidad en un orden globalizado. En cierto modo lo que se propone es restituir una nueva Historia Total. Cuánto afectaría esa nueva actitud las alianzas intelectuales que hicieron bueno el desvanecimiento del ideal de la mirada del todo en favor de la mirada de la parte, es una cuestión incierta. Pero parece innegable que con ello los valores del Giro Cultural en general, la Historia Cultural y la Microhistoria en especial, serían sometidos a discusión.

Desde una perspectiva muy general, la historiografía del siglo 19 habría mostrado una obsesión cada vez más intensa con el tiempo y la metáfora del tránsito asociada a la cronología y la diacronía. La historiografía del siglo 20 hasta la década de los 1990, por su parte, habría mostrado una obsesión cada vez más intensa con el espacio asociada a la estructura y la sincronía. El cientismo y el Giro Espacial, dos respuestas distintas al hipotético agotamiento del Giro Cultural a principios del siglo, cumplen una función análoga. La revolución tecnológica, la Internet y las redes sociales, fenómenos propios de la era global habrían favorecido el proceso de erosión del Giro Cultural tras ratificar lo obvio: la linealidad del tiempo es un mito porque en realidad todo es simultáneo y diverso. El efecto de ello con respecto a las presunciones del Giro Narrativo es el mismo del cientismo: devaluar la narración.

Karl Schlögel (1948- ) en el volumen En el espacio leemos el tiempo (2003) en el cual discute los procesos de globalización, la geopolítica o el cambio climático, entre otros, argumenta que “en un instante percibimos lo que nos rodea: todo cuanto hay en torno, simultáneo y yuxtapuesto. Todo lo que está junto aparece de una vez, al mismo tiempo, simultáneo. El mundo como totalidad, complejo, entorno”[6]. El Giro Espacial y la promesa de una nueva Historia Global, perfilarían un modelo de universalidad más sostenible que la cristiana, la Ilustrada y la del Giro Social.

Los problemas del Giro Espacial, como los de toda propuesta teórica, no son difíciles de reconocer. Los seres humanos piensan y formulan su lugar en el tiempo y el espacio de manera cronológica. Narrar parece ser un estado natural y representar la simultaneidad siempre será más complicado que representar la sucesión. Ello no significa que sea imposible. Habría que buscar estrategias narrativas agresivas que ya han sido experimentadas fuera de la historiografía, desde la novela experimental o la antinovela de las décadas de 1960 y 1970, para reinventar el discurso.  

La narrativa de Jean Paul Sartre (1905-1980) en Las palabras (1963); la de LawrenceDurrell (1912-1990) en El cuarteto de Alejandría (1957-1960) podrían servir de modelo. Utilizar la táctica del collage o los parchos junto a una combinación heterogénea de imágenes, mapas, datos y técnicas de observación daría la impresión de la simultaneidad. Por último, volver a reflexionar sobre Bergson[7] y sus concepciones de los tiempos, no estaría de más. Pero ese ejercicio sigue pendiente. La agenda de debate está sobre la mesa.


[1] Marc Bloch (1982) Introducción a la historia. México: Fondo de Cultura Económica: 26.

[2] Mario R. Cancel-Sepúlveda, notas (24 de septiembre de 2009) “Heródoto de Halicarnaso, “Las castas en Egipto” en Encuestas o historias. (Fragmento 1)” en Historiografía: la invención de la memoria

[3] Mario R. cancel-Sepúlveda (26 de octubre de 2012) “Tucídides de Atenas y la historiografía griega” en Historiografía: la invención de la memoria

[4] Mario R. Cancel-Sepúlveda (22 de marzo de 2020) “Fernand Braudel y la teoría de las duraciones en Historiografía: la invención de la memoria

[5] Mario R. Cancel-Sepúlveda (30 de enero de 2010) “Documento y comentario: Ibn-Jaldún, geografía e historia” en Historiografía: la invención de la memoria

[6] Karl Schlögel (2007) En el espacio leemos el tiempo. Madrid: Siruela: 53.

[7] Mario R. Cancel-Sepúlveda (16 de abril de 2020) “Henri-Louis Bergson y el Vitalismo: el tiempo y la memoria” en Historiografía: la invención de la memoria