Fragmento: Luciano de Samosata (c. 125-200 DC), “Acerca de sus contemporáneos”. Obras recopiladas (Texto de Teubner, ed. por C. Jacobitz) T. II, “Cómo escribir historia”, caps. 14-16, 41, 43.
La crítica
Os citaré algunos historiadores de esta guerra por lo que puedo recordar de sus recitaciones, algunas de las cuales tuve el privilegio de escuchar en Jonia no hace mucho, y otras en Aquea en ocasión anterior. Apostaré mi reputación literaria a la verdad de lo que voy a decir. En realidad, estaría dispuesto a dar prueba jurada, si fuera de buen gusto convertir un ensayo en una deposición. Uno de ellos comenzó inmediatamente con las Musas, dirigiendo a estas damas una invitación a darle una mano en su obra. Advertiréis qué admirablemente armónico era este exordio, cuan exactamente se ajustaba a una obra histórica y cuan apropiado era a este género literario. Un poco más abajo comparaba a nuestro comandante con Aquiles y al cha con Tersites, sin caer en la cuenta de que su Aquiles habría sido el mejor para derrotar no a Tersites sino a Héctor, en cuyo caso un poderoso guerrero habría “huido primero” y “otro mejor que él” habría “seguido después”. Entonces introduce un elogio de sí mismo, para probar que su pluma no era indigna de su glorioso asunto. Más adelante, había otro encomio, esta vez de su ciudad nativa, Mileto, con una nota que señalaba el progreso que esto significaba con respecto a Homero, quien había pasado a su ciudad natal en silencio. Finalmente, a la conclusión de su prefacio, promete inmediatamente, en muchas palabras, exaltar nuestras proezas y “aportar su granito de arena” para batir al enemigo. Comienza su relato, en el que se enfrasca en una discusión sobre los orígenes de la guerra, de esta manera: “La guerra la hizo ese execrable e imperdonable cha Wologeso. Ambicionaba éste…” y así sucesivamente.
Con lo dicho basta para un autor. Otro de ellos fue un declarado admirador de Tucídides, y se ajustó tan puntualmente a su dechado, que comienza con sus mismas palabras, con la sola sustitución de su nombre. Cuando lo cite, creo que paladearéis el fino sabor del espíritu ático y convendréis en que es el más feliz comienzo que jamás hayáis oído: “Crepereio Calpurniano de la ciudad de Pompeya ha escrito la historia de la guerra entre los partos y los romanos. Comenzó a escribir tan pronto estalló la guerra.” Tras un exordio tal, es superfluo mencionar cómo transportó al orador a Armenia cuando necesitó allá una arenga; o cómo, cuando azotó a Nisibis con una peste por tomar el partido equivocado, la extrajo totalmente de Tucídides. Lo dejé cremando a los pobres atenienses en Nisibis y partí con un conocimiento preciso de cada palabra que recitaría después de haberme alejado yo. Realmente es una falacia bastante común en nuestros días el que un autor imagine que escribe como Tucídides, si repite sus palabras con alguna variación. Sí, y hay otro punto en el mismo autor que casi olvido deciros. Empleaba palabras romanas para denominar cantidad de armas y aparatos, y hasta para “trinchera”, “puente”, etc. Imaginad cuan pomposamente tucididianos parecerían esos términos italianos incrustados en las frases áticas, diseminados en la púrpura como piedras preciosas, resplandeciendo y armonizando de modo tan excelente con su fondo.
Otro hubo que compuso un simple memorándum de sucesos con estilo más trivial y prosaico, tal como podría esperárselo en el diario de un soldado o de un artesano o proveedor agregado al ejército. Este historiador aficionado era relativamente modesto. Se lo podía juzgar al momento un leñador o aguatero por uno con mejores dotes literarias e históricas que las suyas. Yo sólo censuraba su título, que era más pomposo de lo que hay derecho a serlo en el mundo de las letras: “Crónicas partas, Libro I, Libro II, etc., por el doctor Calimorfo del Sexto de Lanceros.” Incidentalmente había compuesto un prefacio en extremo afectado, sobre el tema de que la composición histórica entraba en la esfera de la medicina, porque Esculapio era hijo de Apolo y Apolo era el conductor de las Musas y el protector general de la cultura. Comenzaba también, no puedo imaginar por qué, escribiendo en jonio y luego se disparaba de pronto en griego corriente, salpicado aquí y allá con unas cuantas palabras jónicas como ciruelas en un pastel, pero por lo demás con el vocabulario vulgar, y aun éste en formas demasiado familiares…
El historiador ideal
Mi historiador ideal es intrépido, incorruptible, magnánimo y expositor franco de la verdad. Satisfará las exigencias del proverbio llamando al pan, pan, y al vino, vino. No influirán en la imparcialidad de su juicio la benevolencia ni la malquerencia, la compasión ni la simpatía, la vergüenza ni la timidez. Hará cuanto pueda por sus personajes, sin favorecer a unos a expensas de los otros. Será un forastero y un transeúnte en la tierra de los libros, una ley para sí mismo y no reconocerá lealtades. No se detendrá para considerar lo que piensan A o B, sino que expondrá los hechos.
Admiro el fallo de Tucídides y su criterio sobre el buen y el mal arte de escribir. (Pensaba en la reputación de que gozaba Heródoto, tan grande que sus volúmenes se invocaban después de las Musas.) Tucídides pretende aportar una contribución permanente al conocimiento más bien que un tour de force efímero, y se acredita por resistir a la tentación de echar mano a los recursos retóricos y por dejar a la posteridad un registro de los hechos tal como realmente ocurrieron. Introduce asimismo la idea de utilidad y la de lo que es evidentemente el objeto racional de la Historia, a saber, según él lo explica, capacitar a la humanidad para hacer frente con éxito a los problemas del día a la luz de los registros del pasado, en el caso de las circunstancias que se repiten.
Este es el espíritu que deseo encontrar en mi historiador: y en lo que respecta a su exposición y expresión, no deseo que cuando comience a escribir, haya adquirido el filo incisivo del perito estilista con su exagerada nimiedad, su pulcritud y su facundia. Deseo algo menos agresivo; el pensamiento consecutivo y concentrado, el lenguaje claro y práctico, la exposición distinta.
Comentario:
Luciano, vivió al margen de las elites intelectuales de su tiempo, situación que le permitió ofrecer, sin autocensura o reparo de clase alguna, sus opiniones. A veces altisonantes y hasta irrespetuosas son las de un intelectual comprometido solo con el saber y que no se ajusta a componendas de clase alguna. Se trata de un escéptico radical y de un pensador antidogmático que, por sus cuestionamientos de la religión, ha sido asociado al Epicureísmo. Su desprecio por las convenciones sociales y literarias lo ubica en el campo abierto del Cinismo. Se trata de un pensador pesimista que Luciano que satiriza con crueldad y desfachatez todos los valores de su tiempo.
En el fragmento suplido, se burla del tono grandilocuente y exagerado de los historiadores de su tiempo sobre la base de su lectura de los textos en torno a la Guerra Parto-Romana ocurrida entre el 161 y el 165 DC. El ejercicio le sirve para elaborar un texto de crítica historiográfica que toca aspectos de la retórica de los historiadores de su tiempo. La apelación a la Musas, hijas de Museo, en particular Clío la Musa de la historia, las referencias a los héroes de la épica para resaltar a los generales de su tiempo, la forma en que los historiadores se elogian a sí mismos, todo es señalado por Luciano con precisión. Los “Prólogos” de las obras de historiografía clásica cumplían esa función de invitar y justificar la lectura.
No sólo eso. Luciano apunta como aquellos historiógrafos apropian a los maestros, Tucídides, para legitimar su discurso sobre el sostén de la autoridad clásica. La apropiación del saber clásico resulta en un vulgar plagio. Pero del mismo modo que no tolera el barroquismo del alguno, critica el prosaísmo y la mala retórica de otros.
Entonces establece su propuesta. El historiador que admira debe ser “intrépido, incorruptible, magnánimo y expositor franco de la verdad”. Directo en el lenguaje, imparcial y justo en la exposición de sus personajes y un lector voraz: “un forastero y un transeúnte en la tierra de los libros”. Su maestro, más que Heródoto, es Tucídides. La cuestión de la “paternidad” de la Historia, si vale la pena plantear el problema, está resuelta en Luciano. Sistemático -“de pensamiento consecutivo y concentrado”-, y original – “la exposición distinta”-, Luciano ve en el historiador la síntesis del pensador y el literato.
- Mario R. Cancel Sepúlveda
- Catedrático de Historia y Escritor