• Mario R. Cancel-Sepúlveda
  • Historiador

La historiografía profesional y académica occidental del siglo 20 estuvo marcada, entre otras cosas,  por el intenso interés en esclarecer la condición humana en el tiempo y el espacio a la luz de sus condicionamientos sociales y culturales. A lo largo del tiempo las fronteras entre lo social y lo cultural se hicieron cada vez más tenues. El nuevo orden cultural y económico mundial, forjadas en el crisol de las crisis de toda índole iniciadas durante las décadas de 1960 y 1970, marcaron la experiencia que el historiador cultural inglés Peter Burke (1937- ) identificó con las metáforas de la Historiografía Nueva, el Giro Social y el Giro Cultural. ¿Qué pasa en la historiografía a la altura de la segunda década del siglo 21?

Un viejo/nuevo debate

En 2019 Eric Alterman (1960- ), profesor en Brooklyn College en City University of New York interesado en la historia de los medios de comunicación masiva publicó en The New Yorker-News Desk el artículo “The Decline of Historical Thinking”. El autor citaba una investigación de Benjamin M. Schmidt, profesor de historia en Northeastern University y especialista en humanidades digitales e historia intelectual en Estados Unidos durante los siglos 19 y 20. El estudio demostraba que entre 2010 y 2019 el interés por estudiar historia en la universidades convencionales o no elite en Estados Unidos, había decaído en un 33 % en casi todos los grupos étnicos, raciales y de género. El porcentaje era superior al de cualquier otro campo de estudio.

De acuerdo con el autor una de las razones para la decadencia del interés en los estudios históricos tenía que ver con que buena parte de los departamentos de historia se concentraban en la formación de maestros y en el hecho innegable de que las carreras en educación eran cada vez “less attractive to students” por las malas condiciones laborales que prometían, situación que incluía inseguridad laboral y bajos salarios. El desinterés en inscribirse en programas de historia fue compensado con un ascenso en la matrícula a los programas STEM, iniciales en inglés de los campos de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y matemática, pero también incluyó los programas de enfermería, computación y biología. Un dato interesante era que el fenómeno no se había reproducido en universidades tales como Yale, Brown, Princeton y Columbia, centros de estudio de la elite. De hecho, las “estrellas” de la disciplina estaban en esas instituciones y un título de cualquiera de ellas seguía abriendo puertas a sus egresados en cualquier lugar del mundo. El problema no parece reducirse a una cuestión laboral solamente.

Historias / Narraciones

¿El fin de la narrativa?

Alex Rosenberg (1946- ), filósofo y novelista interesado en la filosofía de la biología y de la economía, ha elaborado una de las críticas más agresivas y punzantes al Giro Cultural, el Giro Narrativo y el Giro Lingüístico. La misma puede consultarse en el texto titulado  “Why most narrative history is wrong”,  fragmento del libro How History Gets Things Wrong: The Neuroscience of Our Addiction to Stories,publicado en 2018 por The MIT Press. La propensión a la estetización y literaturización de la historiografía, práctica que se ha considerado como uno de los rasgos distintivos de aquellas tendencias hermenéuticas, fue objeto de su impugnación.

Rosenberg se definía como un “naturalista” y estaba comprometido con una forma de pensamiento que él identificaba con el nombre de scientism, concepto que ha sido traducido lo mismo como “cientismo” que como “cientificismo” en castellano. El rasgo dominante de aquel procedimiento era la sobrevaloración de los principios científicos y el respeto exagerado al saber basado en la experiencia, un debate punzante a lo largo de toda la historia no solo de las ciencias sino también de la filosofía, el cual también penetró las ciencias sociales y la historiografía.

El cientismo, como se le denominará de aquí en adelante, afirma que las respuestas a las preguntas tanto sobre la vida material como la vida espiritual, pueden ser aclaradas por la investigación científica y sus métodos. Sus alegatos sugieren un retorno a los lugares comunes que se impusieron durante la Revolución Científica del siglo 17 las cuales, filtradas a través del pensamiento racionalista ilustrado del siglo 18, desembocaron en la cultura científica del siglo 19. La tesitura de la expresión, sin embargo, es otra. La ciencia en la cual se apoyaban los pensadores de los siglos 17 y 19 no era otra que la Física o mecánica clásica vinculada a Newton. En el siglo 21 el sostén de la confiabilidad en la ciencia que Rosenberg aduce gravita alrededor de la Neurociencia, un campo que investiga el funcionamiento del sistema nervioso y su papel en las acciones del ser humano en el tiempo y el espacio, de la mano del estudio biológico del cerebro y de su bioquímica, pero también de la psicología.

En cuanto a la Historia Cultural en todas sus manifestaciones, “Why most narrative history is wrong” sostiene que es incorrecto asumir que esclarecer la historia relato de un objeto de estudio equivalga a conocerlo de una manera verdadera. El autor ha desplazado la reflexión del lugar en el cual se encuentran los elementos descriptivos y ordenadores que produce una narración respecto a un asunto tal y como lo haría un historiador cultural. En su lugar, ha puesto toda la atención en el esclarecimiento de las estructuras materiales, biológicas en este caso tales como el sistema nervioso y el cerebro, es decir, en el sistema y el órgano que hacen posible que un ser humano recuerde y articule una narración concreta en torno a una eventualidad. En ese sentido, la explicación natural o biológica ocupa el lugar de la elucidación cultural o social y, en el proceso, reduce ésta a la condición de mero reflejo o traducción de una reacción bioquímica. El cientismo al que apela el autor puede considerarse como la respuesta mejor articulada al Vitalismo científico, sistema de pensamiento que sostenía que la vida no era reductible a interacciones físicas, biológicas y químicas.

La estructura argumentativa de Rosenberg se alimentaba de una serie de saberes tales como la Ciencia Cognitiva, es decir, el estudio de la mente y sus procesos incluyendo la memoria, el razonamiento, las emociones, la percepción y el lenguaje, entre otros. También apela a la Antropología Evolutiva que vincula una serie de elementos propios de la antropología física y de la biología para comprender el comportamiento biológico y sociocultural del ser humano a lo largo de su evolución. Además incorpora la Sicología Infantil que estudia la transformación de los niños desde una perspectiva social, entiéndase en términos de las relaciones con su entorno familiar, y una perspectiva biológica, entiéndase  a la luz de la observación de su desarrollo físico. Por último acude a la Medicina y la antes referida Neurociencia que se ocupan del organismo en general y del cerebro en particular.

Su esbozo tiende a descartar cualquier papel de la voluntad o la intencionalidad humana en la ejecución de sus actos sociales e históricos en la medida en que tiende a explicarlos como acciones reductibles a la biología y sus mecanismos. Todo acto humano no sería otra cosa que producto de factores, procesos y combinaciones biológicas discernibles. Pensar históricamente y producir historia a través de una combinación de textos articulados en un discurso, narrar o relatar, sería el resultado de una facultad genéticamente determinada. El planteamiento sugiere conexiones con lo que hoy se denomina posthumanismo, un concepto que circula desde la década de 1990 y que propone un sistema de pensamiento que busca superar la representación del ser humano elaborada sobre la base del humanismo revisándola de la mano de la ciencia y la tecnología, relación que habrá que evaluar con más detenimiento en otra ocasión.

En un sentido filosófico la mirada del cientismo pretende haber resuelto el problema del balance entre la libertad y la determinación en las acciones de la humanidad en el tiempo y el espacio. La oscilación entre la libertad y la determinación, sugerida como un problema sin solución, habría encontrado una respuesta definitiva: todo está determinado y la libertad es una ilusión. Rosenberg partía de la idea de que el relato o la narración con que se explicaba el pasado se manufacturan en el cerebro y que la forma en que aquel se organiza evoluciona con aquel órgano. El problema no es la historia relato o narrativa sino la propensión a considerar lo narrado como una explicación válida. ¿Por qué?

Para Rosenberg la narración o el relato producido distorsionan la realidad, condición que lo convierte en una fuente de ilusiones, concepto que en latín equivale a engaño y que además posee una vinculación con la idea del juego, la mofa o la burla. Esto significa que el planteamiento de Ricoeur (1990) de que la narración “es el medio primario de conocer el mundo” no tendría la más mínima validez para este autor. El problema es que entre ambas posturas, la narración histórica o el relato distorsiona la realidad versus la narración histórica permite conocer la realidad, no existe conciliación posible. Dado que la historia narrativa distorsiona y deforma la realidad, tampoco debería ser considerada una guía útil para la práctica: la idea de Cicerón de la historia como maestra de la vida también sería una befa.

El vicio central de las narraciones históricas no es otro que su carencia de valor científico. Ser científico no es otra cosa que la capacidad de generar un saber verdadero apelando a teorías, leyes, modelos, descubrimientos, observaciones o experimentos como lo practican las ciencias naturales. En el marco de esas condiciones, las narraciones en general y las históricas en particular, tienden a promover el malestar y, dado que difieren y se oponen en la evaluación de los eventos relatados, fomentan conflictos que nunca encontrarán solución.

Desde el punto de vista de Rosenberg, dos narraciones enfrentadas en torno a un mismo tema historiográfico nunca ayudarán a resolver los problemas que emanan del pasado sino que más bien los perpetuarán. El hecho de que las versiones nunca se pongan de acuerdo, situación que ha sido explicada a la luz de la individualidad y capacidad estética y creativa del emisor de la narración, convierte a las narraciones en general y a las históricas en particular, en instrumentos idóneos para usos demagógicos, útiles para justificar causas políticas ambiciosas sobre bases frágiles y para comprometer emocionalmente y no racionalmente a los receptores de aquellas. La elaborada crítica está dirigida a devaluar a la “incertidumbre” o el “pensamiento débil” que la cultura posmodernista veía como una ganancia e incluso como una condición u oportunidad para la libertad, proyectándolo como una pérdida. En términos generales, todo lo que el Giro Cultural consideró una virtud o un valor de la historiografía, ha sido redefinido como un vicio o una lacra por lo que en adelante se denominará el Giro Natural.

El discurso aludido tiene ciertas ramificaciones que valdría la pena auscultar. Rosenberg parece sugerir que, dadas las antes indicadas condiciones, no es necesario ni útil conocer el pasado en la forma en que hoy se le sabe: con conocer el presente sería suficiente. La afirmación recuerda el defecto que señalaba el vitalista Nietzsche al exceso de historia crítica con el resultante presentismo y su rechazo al pasado, en este caso, a su narración. Su lógica se apoya en la consideración, no del todo descarriada, de que conocer el pasado sobre la base de narraciones históricas de esa índole no es de mucha utilidad para conocer de modo verdadero el presente: sólo nos informan sobre las motivaciones de los narradores históricos, su subjetividad en última instancia, y ello no sirve de mucho para enfrentar el presente.

¿Otro fin para otra historia?

Lo que está sobre la mesa es si todo esto significa que la historiografía profesional y académica tal y como se le conoce deba ser descartada. Aunque algunos observadores podrían arribar a esa conclusión y el interés por los estudios históricos universitarios en Estados Unidos parece irse reduciendo según algunas fuentes, Rosenberg no lo ve de ese modo. El autor parte de la premisa de que la historiografía profesional y académica no se reduce a la narración. Lo que valora de ella recuerda la mirada del Positivismo Crítico del siglo 19: la precisión cronológica y su capacidad para fijar el pormenor. De inmediato salta a la vista que lo que celebra Rosenberg es lo mismo que el Vitalismo filosófico, el Giro Social y la Historiografía Nueva señalaron como un defecto de la historiografía tradicional desde fines del siglo 19 y principios del 20.

Los elementos señalados y celebrados como un logro, los datos, son las unidades básicas de una narración y, en consecuencia, pueden ser evaluados como objetivos o concretos en el sentido científico. La reconocida objetividad de los datos, sin embargo, se invalida cuando se organizan en una narración o un relato histórico siempre propenso a la subjetividad. En general, las virtudes de la historiografía profesional y académica radican según Rosenberg en el hecho de que aquella recurre poco a la narrativa y el relato, aspecto en el cual reconoce la influencia o el impacto recibido del saber científico natural y social y de las ciencias de la conducta en ese campo disciplinar.

Publicado originalmente en 80 Grados-Historia el 19 de junio de 2021.

  • Mario R. Cancel-Sepúlveda
  • Historiador

Una introducción al pensamiento histórico y su relación con la historiografía como disciplina.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador

El componente sin el cual no sería  posible concebir la historia es el papel que cumple el agente que entrevé, recuerda y retrodice los actos pasados, es decir, el historiador. Este es el responsable de  inscribir, registrar y organizar en una narración o relato los actos pasados recordables o memorables . En última instancia, el historiador es un intermediario  cuya función no es otra que traducir y darle sentido a las relaciones entre el pasado y su narración o relato. Su labor no se limita a ello pero, para los fines de esta discusión introductoria, entenderlo de ese modo servirá para comprender los retos que le impone su trabajo.

«Jano»: metáfora del pasado/presente

La historia es el pasado y su narración o relato. Si utilizo un lenguaje alterno más técnico, esto significa que la historia es el fenómeno (lo que pasó)  y el discurso (su narración o su relato). Es de cardinal importancia reconocer que el pasado y el relato del pasado, es decir, que el fenómeno y el discurso, si bien tienen una estrecha relación, no son idénticos. Entre las dos partes de la ecuación no existe ni puede existir una relación perfecta de correspondencia o identidad como si se tratara del reflejo de un rostro en un espejo. La diferencia entre una y otra parte es similar a la que se manifiesta entre un hecho o acto y el recuerdo o la memoria que formamos de aquel. Así como el recuerdo o memoria es una aproximación al hecho o acto que evoca, el relato o narración del pasado también lo es. Se trata de una limitación insuperable que tiene importantes consecuencias. La más notable es que la “historia verdadera” es un objetivo inaccesible. La valoración de la historia y el historiador debe formularse en otros términos distintos al de la búsqueda de una “verdad” rígida y definitiva.

El historiador se encuentra ante la situación de que el pasado y el fenómeno nunca pueden se restituidos del todo por lo que siempre se verá precisado a trabajar con impresiones e imágenes que él elabora, moldea y organiza en una narración o relato coherente que tomará una diversidad de formas. La narración o relato del pasado, nunca pierde el carácter de impresión imaginaria que le impone el hecho de que una batalla, si bien puede ser recordada y registrada con precisión en todos su detalles, nunca volverá a ser peleada otra vez. La historia es un discurso sobre el pasado filtrado a través del historiador que adopta la forma de una narración o relato. El reflejo de mundo fenoménico o de los actos pasados en el discurso, varía acorde con una diversidad de agentes o condiciones. El tiempo y el espacio social en que está ubicado el historiador, su formación, su ideología, sus valores, el sexo y la edad, entre una infinidad de factores, inciden en la forma en que aquel organiza y presenta sus ideas.

Hasta el siglo 18 y buena parte del siglo 19 los discursos sobre la historia adoptaron la forma de un texto narrativo o un relato. La imagen del pasado colectivo se expresaba como una  trama compleja que, al ser contada, se hacía comprensible. La importancia de reconocer ese hecho radica en que para muchos comentaristas, ese es un elemento imprescindible para elaborar cualquier discusión seria en torno a la historia y la labor de los historiadores y para comprender esta forma de saber: historia y relato son inseparables. Las disciplinas asociadas a la historia responsables de estudiar a la historia como pasado y como narración o relato, y a los historiadores son la “Historiografía o Historiología” y la “Teoría de la Historia”. En general su faena consiste en esclarecer porqué el pasado se ve diferente desde los diversos presentes desde el cual se le mira para, sobre ese fundamento, explicar la polisemia o diversidad de significados que se adjudican al mismo.

Fragmento de Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación. Libros I , Capítulos 4-6.

[1,4] Sin embargo, los hados habían, creo, ya decretado el origen de esta gran ciudad [Roma] y de la fundación del más poderoso imperio bajo el cielo. La vestal [Rhea] fue violada por la fuerza y dio a luz gemelos [Rómulo y Remo]. Declaró a Marte como su padre, ya sea porque realmente lo creía, o porque la falta pudiera parecer menos grave si una deidad fue la causa de la misma. Pero ni los dioses ni los hombres la protegieron a ella o sus niños de la crueldad del rey [Amulio]; la sacerdotisa fue enviada a prisión y se ordenó que los niños fuesen arrojados al río. Por un enviado del cielo, ocurrió que el Tíber desbordó sus orillas, y las franjas de agua estancada impidieron que se aproximaran al curso principal. Los que estaban llevando a los niños esperaban que esta agua estancada fuera

Tito Livio

suficiente para ahogarlos, por lo que con la impresión de estar llevando a cabo las órdenes del rey, expusieron los niños en el punto más cercano de la inundación, donde ahora se halla la higuera Ruminal (se dice que había sido anteriormente llamada Romular). El lugar era entonces un páramo salvaje. La tradición continúa diciendo que, después que la cuna flotante, en la que los niños habían sido abandonados, hubiera sido dejada en tierra firme por las aguas que se retiraban, una loba sedienta de las colinas circundantes, atraída por el llanto de los niños, se acercó a ellos, les dio a chupar sus tetas y fue tan amable con ellos que el mayoral del rey la encontró lamiendo a los niños con su lengua. Según la historia, su nombre era Fáustulo. Se llevó a los niños a su choza y los dio a su esposa Larentia para que los criara. Algunos autores piensan que a Larentia, por su vida impura, se le había puesto el apodo de “Loba”, entre los pastores, y que este fue el origen de la historia maravillosa. Tan pronto como los niños, así nacidos y criados, llegaron a ser hombres jóvenes que no descuidaban sus deberes pastoriles, pero su auténtico placer era recorrer los bosques en expediciones de caza. Como su fuerza y valor se fueron así desarrollando, solían no sólo acechar a los feroces animales de presa, sino que incluso atacaban a los bandidos cuando cargaban con el botín. Distribuían lo que llevaron entre los pastores con quienes, rodeados de un grupo cada vez mayor de jóvenes, se asociaron tanto en sus empresas serias como en sus deportes y pasatiempos.

[1,5] Se dice que la fiesta de la Lupercalia, que se sigue observando, ya se celebraba en aquellos días en la colina del Palatino. Este cerro se llamó originalmente Pallantium de una ciudad del mismo nombre, en Arcadia; el nombre fue cambiado posteriormente a Palatium. Evandro, un arcadio, había poseído aquel territorio muchos años antes, y había introducido un festival anual de Arcadia en el que los jóvenes corrían desnudos por deporte y desenfreno, en honor de Pan Liceo, a quien los romanos más tarde llamaron Inuus. La existencia de este festival fue ampliamente reconocida, y fue mientras los dos hermanos se participaban en él cuando los bandidos, enfurecidos por la pérdida de su botín, los emboscaron. Rómulo se defendió con éxito, pero Remo fue hecho prisionero y llevado ante Amulio, sus captores lo acusaron descaradamente de sus propios crímenes. La acusación principal contra ellos fue la de invadir las tierras de Numitor con un cuerpo de jóvenes que habían reunido, y llevarlos a saquear como en la guerra regular. Remo, en consecuencia, fue entregado a Numitor para que lo castigara. Fáustulo había sospechado desde el principio que los que había criado eran de descendencia real, porque era consciente de que los niños habían sido expuestos por orden del rey y el tiempo en que los había tomado correspondía exactamente con el de su exposición. Había, sin embargo, rechazado divulgar el asunto antes de tiempo, hasta que se produjera una oportunidad adecuada o la necesidad exigiera su divulgación. La necesidad se produjo antes. Alarmado por la seguridad de Remo, reveló el estado del caso a Rómulo. Sucedió además que Numitor, que tenía a Remo bajo su custodia, al enterarse de que él y su hermano eran gemelos y al comparar su edad y el carácter y porte tan diferentes a los de una condición servil, comenzó a recordar la memoria de sus nietos, y otras investigaciones lo llevaron a la misma conclusión que Fáustulo, nada más faltaba para el reconocimiento de Remo. Así el rey Amulio estaba acechado por todos los lados de propósitos hostiles. Rómulo rechazó un ataque directo con su cuerpo de pastores, porque no era rival para el rey en lucha abierta. Les instruyó para acercarse al palacio por diferentes vías y encontrarse allí en un momento dado, mientras que desde la casa de Numitor, Remo les ayudaba con una segunda banda que había reunido. El ataque tuvo éxito y el rey fue asesinado.

Las Siete Colinas

[1,6] En el comienzo de la contienda, Numitor gritó que un enemigo había entrado en la ciudad y estaba atacando el palacio, para distraer a la soldadesca Albana a la ciudadela, para defenderles [a los atacantes]. Cuando vio a los jóvenes que venían a felicitarle después del asesinato, convocó un consejo de su pueblo y explicó la infame conducta de su hermano hacia él, la historia de sus nietos, sus padres y su crianza y cómo él los reconoció. Luego procedió a informarles de la muerte del tirano y su responsabilidad en ella. Los jóvenes marcharon en formación por mitad de la asamblea y saludaron a su abuelo como rey; su acción fue aprobada por toda la población, que con una sola voz ratificaron el título y la soberanía del rey. Después de que el gobierno de Alba fuera así transferido a Numitor, Rómulo y Remo fueron poseídos del deseo de construir una ciudad en el lugar donde habían sido abandonados. A la población sobrante de los Albanos y los pueblos latinos se unieron los pastores. Fue natural esperar que con todos ellos, Alba y Lavinio serían más pequeñas en comparación con la ciudad que se iba a fundar. Aguijoneaba este deseo la ambición de poder, mal hereditario en ellos, y una odiosa lucha terminó el debate que había iniciado tranquilo. Como eran gemelos y ninguno podía pretender tener prioridad basada en la edad, decidieron consultar a las deidades tutelares del lugar para que por medio de un augurio decidieran quién daría su nombre a la nueva ciudad y quién habría de regirla después de haber sido fundada. Rómulo, en consecuencia, seleccionó el Palatino como su lugar de observación, Remo el Aventino.

Comentario:

Tito Livio es un  literato que escribe sobre la historia de Roma. La voluntad ecuménica se manifiesta en su voluntad de iniciar un relato  in illo tempore,  desde el inicio de los tiempos. La plasticidad de ese locus hipotético es enorme. Por eso, la afirmación de que el poder de Roma estaba determinado por los “hados”, sea ello un recurso literario o una afirmación sincera, no debe sorprender al lector. En Tito Livio los elementos no históricos o míticos, seguían siendo un componente interpretativo legítimo.

Ello no impide, sin embargo, que adopte una posición crítica ante el asunto del relato de los gemelos Rómulo y Remo y la versión de que fueron amamantados por una loba salvaje o, incluso, respecto al hecho mágico de que fuesen producto de la relación entre el dios Marte y Rhea, la vestal. Aunque no niega enfáticamente aquellos asertos que fundamentaban la sacralidad de los personajes y, por tanto, de la fundación de n -Roma, acepta la posibilidad del engaño de Rhea respecto a su embarazo  y de que la aludida “loba” no fuese más que una mujer de carne y hueso con un pasado oscuro llamada Larentia. El racionalismo crítico, derivado de algún testimonio, se impuso en el escritor. Después de todo, el cuestionamiento de aquellas versiones no le restaba ninguna gloria a la obra de los gemelos. La ciudad tuvo un origen mágico y misterioso y con eso era suficiente para el autor.

Lo más interesante, desde mi punto de vista, es el entramado de conspiraciones que antecede a la fundación de la ciudad en las colinas. Dos chicos de la nobleza criados entre pastores, entre lo más puro de la latinidad esencial que Tito Livio mira con nostalgia, víctimas de una emboscada por parte de ladrones durante la fiesta de la Lupercalia, se reinsertan en la vida de la ciudad y llegan al poder. Confrontan a la autor de su desgracia, Amulio y lo asesinan, con el apoyo de Numitor. El origen sobrenatural es realmente un accesorio: la riqueza de la conjura y su resolución, era suficiente para mantener el interés del lector en los gemelos.

La Roma dual, entre el Aventino de Remo y el Pallatino de Rómulo, dispara la historia que conducirá  a la República que Tito Livio ve disolverse al final de su vida. El recuerdo de la leyenda con un dejo de nostalgia se traduce en un clamor por el retorno de los valores tradicionales. Tito Livio relata la epopeya de Roma con los recursos propios de una persona educada y tradicionalista que mira con respeto las virtudes del pasado. El idealismo del historiador se comprende en el marco de que es una persona que se mueve entre los círculos de poder.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y Escritor