Fragmento: Luciano de Samosata (c. 125-200 DC), “Acerca de sus contemporáneos”. Obras recopiladas (Texto de Teubner, ed. por C. Jacobitz) T. II, “Cómo escribir historia”, caps. 14-16, 41, 43.

 

La crítica

Os citaré algunos historiadores de esta guerra por lo que puedo recordar de sus recitaciones, algunas de las cuales tuve el privilegio de escuchar en Jonia no hace mucho, y otras en Aquea en ocasión anterior. Apostaré mi reputación literaria a la verdad de lo que voy a decir. En realidad, estaría dispuesto a dar prueba jurada, si fuera de buen gusto convertir un ensayo en una deposición. Uno de ellos comenzó inmediatamente con las Musas, dirigiendo a estas damas una invitación a darle una mano en su obra. Advertiréis qué admirablemente armónico era este exordio, cuan exactamente se ajustaba a una obra histórica y cuan apropiado era a este género literario. Un poco más abajo comparaba a nuestro comandante con Aquiles y al cha con Tersites, sin caer en la cuenta de que su Aquiles habría sido el mejor para derrotar no a Tersites sino a Héctor, en cuyo caso un poderoso guerrero habría “huido primero” y “otro mejor que él” habría “seguido después”. Entonces introduce un elogio de sí mismo, para probar que su pluma no era indigna de su glorioso asunto. Más adelante, había otro encomio, esta vez de su ciudad nativa, Mileto, con una nota que señalaba el progreso que esto significaba con respecto a Homero, quien había pasado a su ciudad natal en silencio. Finalmente, a la conclusión de su prefacio, promete inmediatamente, en muchas palabras, exaltar nuestras proezas y “aportar su granito de arena” para batir al enemigo. Comienza su relato, en el que se enfrasca en una discusión sobre los orígenes de la guerra, de esta manera: “La guerra la hizo ese execrable e imperdonable cha Wologeso. Ambicionaba éste…” y así sucesivamente.

Luciano de Samosata

Con lo dicho basta para un autor. Otro de ellos fue un declarado admirador de Tucídides, y se ajustó tan puntualmente a su dechado, que comienza con sus mismas palabras, con la sola sustitución de su nombre. Cuando lo cite, creo que paladearéis el fino sabor del espíritu ático y convendréis en que es el más feliz comienzo que jamás hayáis oído: “Crepereio Calpurniano de la ciudad de Pompeya ha escrito la historia de la guerra entre los partos y los romanos. Comenzó a escribir tan pronto estalló la guerra.” Tras un exordio tal, es superfluo mencionar cómo transportó al orador a Armenia cuando necesitó allá una arenga; o cómo, cuando azotó a Nisibis con una peste por tomar el partido equivocado, la extrajo totalmente de Tucídides. Lo dejé cremando a los pobres atenienses en Nisibis y partí con un conocimiento preciso de cada palabra que recitaría después de haberme alejado yo. Realmente es una falacia bastante común en nuestros días el que un autor imagine que escribe como Tucídides, si repite sus palabras con alguna variación. Sí, y hay otro punto en el mismo autor que casi olvido deciros. Empleaba palabras romanas para denominar cantidad de armas y aparatos, y hasta para “trinchera”, “puente”, etc. Imaginad cuan pomposamente tucididianos parecerían esos términos italianos incrustados en las frases áticas, diseminados en la púrpura como piedras preciosas, resplandeciendo y armonizando de modo tan excelente con su fondo.

Otro hubo que compuso un simple memorándum de sucesos con estilo más trivial y prosaico, tal como podría esperárselo en el diario de un soldado o de un artesano o proveedor agregado al ejército. Este historiador aficionado era relativamente modesto. Se lo podía juzgar al momento un leñador o aguatero por uno con mejores dotes literarias e históricas que las suyas. Yo sólo censuraba su título, que era más pomposo de lo que hay derecho a serlo en el mundo de las letras: “Crónicas partas, Libro I, Libro II, etc., por el doctor Calimorfo del Sexto de Lanceros.” Incidentalmente había compuesto un prefacio en extremo afectado, sobre el tema de que la composición histórica entraba en la esfera de la medicina, porque Esculapio era hijo de Apolo y Apolo era el conductor de las Musas y el protector general de la cultura. Comenzaba también, no puedo imaginar por qué, escribiendo en jonio y luego se disparaba de pronto en griego corriente, salpicado aquí y allá con unas cuantas palabras jónicas como ciruelas en un pastel, pero por lo demás con el vocabulario vulgar, y aun éste en formas demasiado familiares…

 

El historiador ideal

Mi historiador ideal es intrépido, incorruptible, magnánimo y expositor franco de la verdad. Satisfará las exigencias del proverbio llamando al pan, pan, y al vino, vino. No influirán en la imparcialidad de su juicio la benevolencia ni la malquerencia, la compasión ni la simpatía, la vergüenza ni la timidez. Hará cuanto pueda por sus personajes, sin favorecer a unos a expensas de los otros. Será un forastero y un transeúnte en la tierra de los libros, una ley para sí mismo y no reconocerá lealtades. No se detendrá para considerar lo que piensan A o B, sino que expondrá los hechos.

Admiro el fallo de Tucídides y su criterio sobre el buen y el mal arte de escribir. (Pensaba en la reputación de que gozaba Heródoto, tan grande que sus volúmenes se invocaban después de las Musas.) Tucídides pretende aportar una contribución permanente al conocimiento más bien que un tour de force efímero, y se acredita por resistir a la tentación de echar mano a los recursos retóricos y por dejar a la posteridad un registro de los hechos tal como realmente ocurrieron. Introduce asimismo la idea de utilidad y la de lo que es evidentemente el objeto racional de la Historia, a saber, según él lo explica, capacitar a la humanidad para hacer frente con éxito a los problemas del día a la luz de los registros del pasado, en el caso de las circunstancias que se repiten.

Este es el espíritu que deseo encontrar en mi historiador: y en lo que respecta a su exposición y expresión, no deseo que cuando comience a escribir, haya adquirido el filo incisivo del perito estilista con su exagerada nimiedad, su pulcritud y su facundia. Deseo algo menos agresivo; el pensamiento consecutivo y concentrado, el lenguaje claro y práctico, la exposición distinta.

 

Comentario:

Luciano, vivió  al margen de las elites intelectuales de su tiempo, situación que le permitió ofrecer, sin autocensura o reparo de clase alguna, sus opiniones. A veces altisonantes y hasta irrespetuosas son las de un intelectual comprometido solo con el saber y que no se ajusta a componendas de clase alguna. Se trata de un escéptico radical  y de un pensador antidogmático que, por sus cuestionamientos de la religión, ha sido asociado al Epicureísmo. Su desprecio por las convenciones sociales y literarias lo ubica en el campo abierto del Cinismo. Se trata de un pensador pesimista que Luciano que satiriza con crueldad y desfachatez todos los valores de su tiempo.

En el fragmento suplido, se burla del tono grandilocuente y exagerado de los historiadores de su tiempo sobre la base de su lectura de los textos en torno a la Guerra Parto-Romana ocurrida entre el 161 y el 165 DC. El ejercicio le sirve para elaborar un texto de crítica historiográfica que toca aspectos de la retórica de los historiadores de su tiempo. La apelación a la Musas, hijas de Museo, en particular Clío la Musa de la historia, las referencias a los héroes de la épica para resaltar a los generales de su tiempo, la forma en que los historiadores se elogian a sí mismos, todo es señalado por Luciano con precisión. Los “Prólogos” de las obras de historiografía clásica cumplían esa función de invitar y justificar la lectura.

No sólo eso. Luciano apunta como aquellos historiógrafos apropian a los maestros, Tucídides, para legitimar su discurso sobre el sostén de la autoridad clásica. La apropiación del saber clásico resulta en un vulgar plagio. Pero del mismo modo que no tolera el barroquismo del alguno, critica el prosaísmo y la mala retórica de otros.

Entonces establece su propuesta. El historiador que admira debe ser “intrépido, incorruptible, magnánimo y expositor franco de la verdad”. Directo en el lenguaje, imparcial y justo en la exposición de sus personajes y un lector voraz: “un forastero y un transeúnte en la tierra de los libros”. Su maestro, más que Heródoto, es Tucídides. La cuestión de la “paternidad” de la Historia, si vale la pena plantear el problema, está resuelta en Luciano. Sistemático -“de pensamiento consecutivo y concentrado”-,  y original – “la exposición distinta”-, Luciano ve en el historiador la síntesis del pensador y el literato.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia y Escritor
  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

 

Tucídides de Atenas (470-c. 395 A.C.), autor de la Historia de la guerra del Peloponeso, fue crítico del estilo de Herodoto de Halicarnaso. La crítica de Tucídides a Herodoto era eminentemente hermenéutica o interpretativa. Uno de las metas de Tucídides era tratar de superar el determinismo divino como explicación causal manifiesta en la épica griega. En ese sentido su proposición es eminentemente moderna: la causalidad se racionaliza y se humaniza en la medida en que se aleja de los factores suprahumanos.

Tucídides de Atenas

Esto significa que para Tucídides,  la historia y sus problemas tienen un carácter puramente profano. La implicación hermenéutica o interpretativa más notable, es que los giros y mutaciones del acontecer,  la contingencia de la materia de la historia, se explican mediante las pasiones humanas concepto que adelanta la idea de la voluntad de poder y que pone la mira en el papel del individuo como protagonista de la historia. En ese sentido, los actores humanos se mueven acorde con sus instintos, es decir,  las perturbaciones de ánimo, las preferencias, las aficiones. Los paralelos entre esta perspectiva y el lenguaje teórico del siglo 18 europeo, que tanta responsabilidad otorgó a la temperie o temperamento, y al estado natural en la explicación del origen de la cultura y el estado, no puede ser descartada. El carácter egoísta de las pasiones humanas es un parentesco nada desechable entre aquella concepción antigua y la de  lo contratistas e iusnaturalistas de la Ilustración.

Las implicaciones metodológicas de aquel aserto son muchas. Si el historiador conoce las pasiones humanas, la historia se hace comprensible. La aproximación sugiere algo análogo a la denominada psicohistoria. Pero tiene otras implicaciones mayores. Buena parte de los acontecimientos históricos, se apoyan en bases irracionales. A pesar de ello, la comprensión de  aquellos acontecimientos tiene que darse sobre bases racionales.

Por otro lado, también en el aspecto puramente metodológico, Tucídides insiste en la historia testimonial pero argumenta que el dato debe ser documentado de una manera precisa: su meta es alcanzar una credibilidad a toda prueba. Lo que no sea demostrable, quedará fuera del relato. Si bien Herodoto inventa una suerte de etnografía o de historia cultural, por su temática Tucídides sienta las bases de la historia política de contenido bélico, e inventa el culto a los grandes hombres o figuras próceras que se desenvuelven en ese mundo del “arriba” social de la Polis. El héroe civil y público, una suerte de superhombre con timé (honor), están en el centro de su narración.

Herodoto y su imago mundi

La Historia de la guerra del Peloponeso cuenta la guerra entre una potencia marítima y otra terrestre. La guerra se expone como un sistema dualista mecaánico: el escenario confronta  una voluntad de poder imperialista, representada por Atenas; y otra antiimperialista sintetizada en Esparta. El poder de Persia, es terciar en el conflicto al lado de los espartanos  o los antiimperialistas. Tucídides era hijo de una familia aristocrática y poseía formación militar. El texto demuestra que quien escribe es un partisano de los imperialistas, de los atenienses. A pesar de la racionalidad del texto, su objetividad es cuestionable. En realidad el autor  produce una versión sesgada, la de los atenienses quienes, además, resultan ser los vencedores. En consecuencia, piensa la historia como un aristócrata y un militar imperialista. El libro es un alegato que aspira justificar la victoria de los imperialistas.

El hecho de que algunos intérpretes lo prefieren como “Padre de la Historia” ante Herodoto, me parece relevante. La legitimidad de la historiografía en el mundo griego no tenía que ver con la objetividad y el pluralismo. Por el contrario, el discurso estaba invadido por el etnocentrismo y los prejuicios sociales y políticos del autor.

 

Una síntesis

Herodoto y Tucídides son pensadores de momentos de crisis. Herodoto escribe en el contexto de las Guerras Médicas e inventa la historia cultural y etnográfica. Tucídides escribe en el contexto de las Guerras del Peloponeso e inventa la historia bélica y política. El etnocentrismo y el sesgo o prejuicio cultural los domina a ambos. Los momentos de crisis política y social, parecen ser excelentes para la reevaluación de las posturas historiográficas.

  • François-Marie Arouet Voltaire (1694 -1778)

HISTORIA. [Definición] Es la relación de hechos que se consideran verdaderos. La fábula, en cambio, es la relación de hechos que se tienen por falsos.

[Formas y divisiones de la Historia] La historia de las opiniones es el recuento de los errores humanos. La historia de las artes puede ser la más útil cuando al conocimiento de la invención y del progreso de las artes une la descripción de su mecanismo. La historia natural, llamada impropiamente historia, es una parte esencial de la física. La historia de los acontecimientos se divide en sagrada y profana: la sagrada es la serie de operaciones divinas y milagrosas mediante las cuales plugo a Dios dirigir a los pueblos antiguos de la nación hebrea y poner a prueba nuestra fe. Los primeros cimientos de toda historia profana son los relatos que los padres hacen a sus hijos, que se transmiten de una a otra generación. En su origen son probables cuando no se oponen al sentido común, y pierden un grado de probabilidad a cada generación que pasa. En el correr del tiempo, la fábula se hiperboliza y la verdad se pierde, por eso los orígenes de todos los pueblos son absurdos. Nadie cree que los griegos fueran gobernados por los dioses durante siglos, después por los semidioses y luego tuvieran reyes durante mil trescientos cuarenta años, y el sol en este espacio de tiempo cambiara cuatro veces de Oriente a Occidente.

Voltaire_Baquoy_1795

(—)

[Fábula e Historia Verdadera] Censuramos estas fábulas de la mitología y no tenemos en cuenta que en nuestra religión encontramos cosas no menos pasmosas, como por ejemplo el estandarte que bajó del cielo llevado por un ángel y lo presentó a los monjes de Saint-Denis, la paloma que llevó una botella de óleo santo a una iglesia de Reims, los dos ejércitos de serpientes que tuvieron una batalla campal en Alemania, el arzobispo de Maguncia que fue sitiado y devorado por los ratones… El abate Lenglet relata esas y otras majaderías que repiten muchos libros, de este modo se ha instruido a la juventud y todas esas tonterías han formado parte de la educación de los príncipes.

La verdadera historia es reciente y no debe extrañarnos carecer de historia antigua profana más allá de unos cuatro mil años. Las transformaciones del planeta y la larga y universal ignorancia del arte que transmite los hechos por la escritura, son la causa de que esto ocurra, y aun este arte sólo fue conocido en un reducido número de naciones civilizadas, y en éstas por pocas personas. En Francia, hasta 1454, reinando Carlos VII, empezaron a conservar por escrito algunas costumbres de la nación. El arte de escribir era aún más raro entre los españoles y por esto su historia es muy incierta hasta los tiempos de los Reyes Católicos. Puede comprenderse que era fácil que se impusiera el reducido número de personas que sabían escribir, haciendo creer los mayores absurdos.

(—)

[Historia y Cristianismo] Los tiempos primitivos de la Iglesia romana parecen escritos por otros Herodotos; los que luego nos vencieron y gobernaron sólo sabían contar los años poniendo clavos en las paredes, que clavaba su sumo pontífice. El gran Rómulo, rey de una aldea, es hijo del dios Marte y una moza de partido. Tiene por padre a un dios, una ramera por madre y una loba por nodriza. Un escudo cae del cielo expresamente para Numa. Aparecen como por encanto los hermosos libros de las Sibilas. Los galos ultramontanos saquean Roma; unos dicen que los gansos los expulsaron de allí y otros que se llevaron mucho oro y gran cantidad de plata, pero es probable que en aquellos tiempos hubiera en Italia menos metales preciosos que gansos. Los franceses hemos imitado a los primitivos historiadores romanos en su afición a las fábulas: tenemos el estandarte que nos trajo un ángel y el santo óleo que nos dejó una paloma.

Diccionario_1751

Hay quien supone que la leyenda del sacrificio de Ifigenia está tomada de la historia de Jefté, que el diluvio de Deucalión es una imitación del diluvio de Noé, y que la aventura de Filemón y Baucis está tomada de la de Lot y su mujer. Los judíos confiesan que no tenían trato alguno con los extranjeros y que los griegos no conocieron sus libros hasta que fueron traducidos por encargo de un Tolomeo, pero los judíos fueron mucho tiempo antes negociantes y usureros entre los griegos de Alejandría. Estos nunca fueron a Jerusalén a vender ropa vieja, ni ningún pueblo imitó a los judíos; por el contrario, éstos tomaron mucho de los babilonios, egipcios y griegos.

Todo el Antiguo Testamento es sagrado para nosotros, a pesar del odio y desprecio que nos inspira el pueblo hebreo; nuestra razón recalcitra en su contra, pero la fe nos somete a él. Existen unos ochenta sistemas respecto a la cronología del pueblo judío y muchas maneras de explicar los hechos de su historia, pero no sabemos cuál es el verdadero y les reservamos nuestra fe para cuando llegue a descubrirse.

Son tantas las cosas que debemos creer de ese pueblo que ha agotado nuestra creencia y no nos queda ya para creer en los prodigios de la historia de otras naciones.

Tomado del Diccionario filosófico (1751)

Comentario:

Para Voltaire la Historia es el relato de hechos verdaderos, por oposición a la Fábula que narra hechos ficticios. La oposición Historia / Literatura se canonizó durante la Ilustración.

Los tipos de Historia que distingue –la de las Opiniones, la de las Artes, la Natural y la de los Acontecimientos- dan al lector una pista del pensamiento Racionalista. Voltaire rechaza la de las Opiniones o doxas tildándolas de errores situación en la que adopta una postura análoga a Aristóteles y René Descartes; y la Natural por ser parte de la Física o la Ciencia Natural. Pero enaltece la de las Artes porque anima el Progreso; y la de los Acontecimientos la cual divide en Sagrada y Profana. La burla a la Historia Sagrada es evidente: el Racionalismo volteriano es eminentemente secular.

Voltaire equiparaba la Historia Sagrada con la Fábula, lo cual le permitía burlarse lo mismo de los Mitos que de los Milagros. La Historia Profana o Verdadera, se celebra como algo reciente. Voltaire asoció el saber historiográfico al dominio de la Escritura como un medio para fijar el pasado y hacerlo transmisible a los seres humanos. En esa dirección no establecía diferencias entre la afición a las fábulas de los historiadores heleno-latinos y los latino-cristianos. Ni Herodoto, ni Tito Livio, ni Paulo Orosio se salvan de la crítica volteriana por el hecho de todos dieron crédito a cierto relatos fantásticos en sus textos históricos.

Su amplia cultura humanística le permitió cuestionar una parte significativa de la versión aceptaba en su tiempo en torno a la historia de la Antigüedad y el Medioevo. El texto termina con una invectiva al pueblo Hebreo el cual “a pesar del odio y desprecio que nos inspira” y de que “la razón recalcitra en su contra, () la fe nos somete a él”. Esa contradicción es una de las marcas más interesantes de la llamada Civilización Occidental. La confianza de Voltaire en el poder de la Razón para descubrir la Verdad es total en este texto como en toda la filosofía Racionalista.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor
  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor

Una de las figuras más emblemáticas de la praxis historiográfica cristiana fue Eusebio de Cesárea (260-340 d. C.). De origen palestino, es considerado por muchos comentaristas como el “Padre de la Historia de la Iglesia”. El valor simbólico del título lo ubica en una posición análoga a la de Heródoto de Halicarnaso con respecto a la  historiografía pre-cristiana. En todo caso, la obra de Eusebio sintetiza numerosas tradiciones previas y, a la larga, fue considerada un modelo,  un canon o marco de referencia para los historiadores que le sucedieron. Leído desde el presente, el investigador reconoce que se encuentra ante el trabajo de un gran investigador y organizador de información que además demuestra una gran capacidad como redactor y narrador.

Eusebio de Cesárea

Su Crónica, escrita en lengua griega como era la costumbre de los primeros cristianos, ratifica el hecho de que aquellos teóricos “cristianos primitivos” pensaban como helenos. El historiador Werner Jaeger (1888-1961), llegó a aseverar en un conocido libro sobre el “cristianismo primitivo” y su relación con la paideia griega, que aquellos pensadores veían al cristianismo como la “filosofía absoluta” que subsumía y superaba el saber pagano. La Crónica fue un intento de historia universal que asoció de un modo radical el concepto de la  universalidad a la ideología cristiana. En cierto modo, Eusebio resemantiza la visión de Polibio y Tito Livio, quienes asociaban la universalidad al poder profano de Roma.

La idea de la unicidad de la Civilización Occidental, solo podía madurar tras la inserción de la tradición helenolatina (pagana), en el cristianismo mediante la dosificación o domesticación de los procedimientos argumentativos e interpretativos de la Antigüedad Pre-Cristiana. En ese sentido, no resulta muy aventurado decir que la idea de una historia universal es esencialmente religiosa o cristiano-católica.

En la Historia eclesiástica consiguió diseñar una imagen de unidad a los acontecimientos acaecidos desde los Hechos de los apóstoles (50 d. C.) hasta la Conversión de Constantino (323 d. C.). Se trata del periodo más difícil del cristianismo, enfrentado como estaba a una poderosa religión cívica con argumentos extraños para la paganía y los gentiles tales como la idea de una  revelación y el finalismo. La cronotopía o espacio tiempo del texto le permite discutir los temas centrales de la institucionalización de la fe cristiano-católica. De ese modo, la sucesión de los Obispos en los Sínodos principales, la historia de los Doctores de la Iglesia, el tema de las herejías o separaciones, el contencioso con los judíos, las relaciones de los cristianos con los paganos y el martirologio de los cristianos en el mundo por convertir, son asuntos que, al ser tratados historiográficamente, se transforman en lecciones morales que estimulan la persistencia de la nueva fe. En general la Historia eclesiástica es considerada una obra exacta, es decir, es producto de una buena investigación crítica de la documentación disponible.

La narración consolida una serie de fechas monumentales del cristianismo: la de la legalización de la fe, la de la conversión de Constantino, entre otras. Pero a la vez sienta las bases de una versión canónica o sagrada sobre el papel del cristianismo en el mundo que todavía persiste. Una de ellas es que el texto anima al lector a que identifique a la cristiandad con occidente, justificando de paso los prejuicios anti-orientales. La percepción de que occidente es la síntesis más acabada de la herencia oriental -hebrea y cristiana-; y la heleno-latina, conduce a la preconcepción de que occidente es el predio privilegiado del dios verdadero y, por lo tanto, una civilización electa y superior. El impacto cultural, político y económico de ello por 17 siglos me parece evidente. El hecho de que esté cimentado en una conjetura, también.

En esta colección es que Eusebio postuló el interesante episodio de la correspondencia de Abgaro, rey de Edesa, y Jesús. La narración se elabora sobre la base del testimonio del cristiano Tadeo. Tadeo no fue un discípulo directo de Jesús, como tampoco lo fue Saulo o Pablo de Tarso, sino uno de los  los 70 discípulos o de los “Matías”. Se trata de los discípulos que entraron a la fe después de la traición de Judas y su legendario suicidio. El hecho de que sean 70, demuestra el carácter judaizante del cristianismo primitivo. En el texto, Eusebio inventa un Jesús especial más cercano a la tradición de Simón el Mago o a la alquimia que a la imagen que la modernidad tiene de él. Se trata del Christus Medicus o sanador mágico tan popular por aquel entonces. Abgaro gobernaba los “pueblos de más allá del Éufrates” precisamente. El texto alega que “su cuerpo se iba destruyendo por una enfermedad terrible e incurable” y que Tomás, uno de los doce apóstoles, envió a Tadeo como mensajero suyo a Edesa. Aunque aquella correspondencia fue delatada luego como apócrifa, su relevancia es otra.

La narración cumplía, desde mi punto de vista, dos funciones. Primero, elaboraba la imagen del Jesús de la “tradición milagrosa”. Segundo, afirmaba la relación de Jesús con figuras políticas de su época y, con ello, su historicidad. Hay que recordar que la “tradición milagrosa” fue crucial para la afirmación de cristianismo hasta el presente. Se trata de un acto de propaganda que confirma el carácter sobrenatural de la fe. La “tradición milagrosa” reverdeció con el desarrollo del “Culto Mariano” en los siglos 11 y 12. El “Culto Mariano” nació de la contemplación mística de la Virgen en el seno de la tradición monástica.

Pero una vez los monjes mendicantes, quienes estaban en contacto directo con la gente mediante los “votos de pobreza” y la renuncia a los bienes materiales, la apropian, se convirtió en un vehículo popularizador de la fe desde el siglo 13. María se convirtió, como sugiere Jacques LeGoff (1924-), en una “cuarta persona” de la Trinidad y la “mariolatría” se impuso en el imaginario popular. Su condición de “mujer”,  “milagrosa” e “intercesora” la favoreció. Hay que aclarar que la resistencia de la Iglesia Católica a ese proceso de feminización y humanización persistió hasta el siglo 19. El “Culto Mariano” sirvió para vincular a la gente común -mujeres y niños- a la fe, pero su subordinación a las figuras masculinas persiste hoy.

En los  Cánones cronológicos Eusebio ejecuta una cronología comparada muy útil para historizar el cristianismo. En la misma, elabora los puntos de contacto entre las civilizaciones mesopotámica, egipcia, grecorromana,  judía y las inserta en la  cronotopía cristiana. El objetivo era resaltar las sincronías o puntos de contacto entre las diversas civilizaciones. Con ello inicia el estudio de las religiones comparadas y confirma que Jesús es el eje ordenador de la historia universal y, a la vez, un punto de giro de la misma. La consecuencia es que el fiel acaba por concluir que el pasado conduce a Jesús, y que  Jesús conduce al futuro. Jesús es un nudo que todo lo tuerce. Lo interesante es como un hecho aislado y localizado, fue convertido en un hecho monumental y universal.